La conmovedora historia de las asturianas que rompen barreras educativas: «Llegaron a no considerarme gitana porque estudiaba»

ASTURIAS

Raquel, Lidia, Carmen y Belén relatan el duro camino que han tenido que seguir para convertirse en referentes de aquellas niñas que quieren seguir estudiando. Han tenido que enfrentarse a la discriminación que sufren por ser gitanas o escuchar por parte de profesores dolorosos comentarios como que no servían para cursar el bachillerato por su etnia
02 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Que una mujer finalice la ESO, se gradúe en bachillerato, en cualquier ciclo formativo o grado universitario es algo que está a la orden del día. Es más, es algo normal en la sociedad española. Sin embargo, cuando hablamos de la comunidad gitana, por desgracia, este hecho suele ser algo excepcional. Son varios los motivos por los que estas jóvenes deciden salirse prematuramente del sistema educativo, pero principalmente toman esta decisión por el alto nivel de desmotivación, la falta de referentes o incluso por la discriminación que sufren. Pero eso no quiere decir que no haya gitanas que hacen menos pequeña esa brecha escolar.
No solo rompen barreras sino que también tópicos. «A mi llegaron a no considerarme gitana porque estaba estudiando», asegura la ovetense Raquel Montoya, de 27 años, quien se ha convertido en una referente para las niñas de etnia gitana. Para llegar a ser Técnica en Igualdad de Género el camino que tuvo que seguir no fue nada fácil. «Tuve mis más y mis menos», reconoce antes de señalar que gran parte de su vida se vio afectada por el hecho de vivir en un barrio segregado de la ciudad.
Ahí solo vivían personas gitanas y las condiciones de vida no eran las óptimas. «No había fosa séptica ni por supuesto internet. El acceso al transporte era muy difícil y el autobús del colegio se negaba a acercarnos y a recogernos porque los padres se quejaban, decían o tenían la creencia de que éramos agresivos, salvajes o lo que fuera», asegura Raquel Montoya.
«Una profesora me sacaba todos los martes de clase para decirme que dejara de estudiar porque tenía interiorizado que los gitanos no servimos para ello»
No obstante, pese a sufrir esta discriminación social en el instituto por ser una persona gitana, Raquel Montoya no dejó sus estudios. Cursó la ESO y después se matriculó en el bachillerato por la rama artística. Repitió segundo por temas de salud, pero eso no impidió que continuase con sus estudios. Tampoco los comentarios que le hacía una profesora de Lengua consiguieron tirar por tierra sus expectativas formativas.
«Cada martes y siempre a la misma hora, me sacaba de clase para decirme que dejara de estudiar porque tenía interiorizado que los gitanos no servimos para ello y era siempre el discurso que me daba. Decía que me metiera a una FP básica, que está muy bien pero no era lo que yo quería», recuerda la ovetense, quien «nunca» dejó que le afectasen dichos comentarios porque siempre ha tenido el apoyo de su familia. Además, ha contado y cuenta con referentes en su entorno más cercano. «Mi prima es abogada y mi hermana administrativa», apunta.
«El alumnado no sabe lo que es una persona gitana»
Es por ello que finalizó el bachillerato. Después hizo la EBAU -por aquel entonces PAU- y como no sabía qué carrera cursar realizó una FP de lengua de signos española. Tras finalizar, se puso a estudiar el ciclo en Igualdad de Género y obtuvo el título correspondiente. A partir de ese momento comenzó a emplearse en la hostelería, hasta que el año pasado recibió una llamada desde la Fundación Secretariado Gitano para ofrecerle un puesto de trabajo.

Desde entonces, Raquel Montoya es la encargada de llevar a cabo dos proyectos, uno de sensibilización en centros educativos y otro de participación juvenil en Asturias. «Ahora que trabajo en institutos, me doy cuenta que el alumnado no sabe lo que es una persona gitana. Están muy influenciados por sus padres, los medios de comunicación e incluso en algunos casos por el profesorado. Cuando voy a dar sesiones, como no creen que soy gitana dicen cualquier cosa, pero en el momento que les digo la verdad se callan y es triste», cuenta.
En este punto, reconoce que hay una involución en la sociedad. «No solo en la educación sigue habiendo esa clase de ignorancia, sino también en movimientos interasociativos, y sienta mal que en ámbitos en los que se está luchando por los derechos humanos y el respeto sigan existiendo esas faltas de respeto o ese desconocimiento, y eso que llevamos en España desde 1425. La gente ve Los Gipsy Kings y piensa que todos los gitanos nos comportamos así, pero para nada», lamenta.
Abandonar el curso escolar por culpa de los compañeros
La pixueta Lidia García también fue discriminada en el colegio por ser gitana. Tal era el acoso que le hacían sus compañeros, «sobre todo una persona en concreto», que cuando llegó a cuarto de la ESO decidió abandonar sus estudios. En ese momento, «a todos los profesores les dio pena que lo dejara porque era buena estudiante», pero ella no podía seguir acudiendo a clase, no se sentía nada a gusto haciéndolo, tal y como reconoce.
Pese a tener que tomar esa dura decisión, y más por el motivo que lo tuvo que hacer, Lidia García no dejó de formarse. Y todo fue gracias al apoyo de su familia, sobre todo de su tía, quien «desde bien pequeña» le decía «que fuera al colegio y estudiara para salir adelante» y no quedarse «en la estacada». Es por ello que realizó varios cursos a través de la Fundación Secretariado Gitano. Además, intentó sacarse el graduado escolar en la Escuela de Adultos, pero lo volvió a dejar.

No fue hasta el año pasado cuando decidió tomárselo en serio. «Me puse en contacto con la Fundación de Avilés para que me ayudaran y en cuatro meses conseguí sacarme lo que me quedaba de tercero y cuarto de la ESO entero», asegura orgullosa. Tras pasarse «todo el verano» pensando qué hacer, deliberó que quería formarse en gestión administrativa y se graduó en esa FP básica en el CIFP de Avilés.
Desde entonces, a diferencia de años anteriores, por su cabeza no ronda la idea de abandonar los estudios. «Ahora estoy muy a gusto, aunque he de reconocer que me está costando mucho porque, como tengo que utilizar el transporte público, me paso todo el día fuera de casa. Salgo a las siete y media de la mañana y hasta las ocho de la tarde no llego», cuenta.
Pero como bien dice el refrán, todo esfuerzo tiene su recompensa y a Lidia García seguro que más tarde que pronto ese sacrificio se le verá recompensado. Por el momento, tiene bien claro que quiere seguir formándose antes de entrar de lleno al mundo laboral. «Cuando termine este ciclo de FP, tenía pensado hacer el superior o algo relacionado con la integración social porque es una cosa que también me gusta», asegura la joven a sus 25 años.
De querer ser ama de casa a tener una carrera y un máster
En cambio, Carmen Félix nunca sintió discriminación por ser gitana. Pero sí que desde bien pequeña tenía claro que de mayor quería ser como su madre, una mujer que se ocupase de las tareas del hogar y de los cuidados familiares. Sin embargo, por suerte, en el colegio le hicieron cambiar de parecer. Fue una maestra quien consiguió borrar esa idea de su mente. «Me daba clases motivacionales. Me decía que yo podía aspirar a ser algo más en la vida, que podía ser independiente y mejorar mi calidad de vida», rememora a sus 31 años, antes de señalar que «ese tipo de mensajes» calaron en su interior y siguió formándose.
En ningún momento la gijonesa de nacimiento pero ovetense de adopción dejó sus estudios. La ESO se la sacó casi con la gorra y aunque el bachillerato se le hizo un poco bola, con «sudor y lágrimas» consiguió graduarse y finalizar dicha formación en el tiempo estipulado. Se presentó a la EBAU -por aquel entonces PAU- y aprobó la misma. Decidió preinscribirse en el grado de Magisterio, pero la suerte esta vez no corrió de su lado. La solicitud fue denegada al haber alumnos con notas más altas que la suya. No obstante, no tiró la toalla.

Aunque quería tomarse un año sabático y volver a intentarlo al año siguiente, sus padres no se lo permitieron. «Decían que, con todo el esfuerzo que había hecho, cómo iba a estar un año sin hacer nada». Entonces, ellos mismos se pusieron en contacto con la maestra que en su día le había dado clases de motivación. «Investigando se dio cuenta de que la carrera de Pedagogía era similar a la de Magisterio y que en años posteriores era viable cambiar de una a otra», cuenta Carmen Félix, quien finalmente terminó los estudios en Pedagogía.
«Fueron cuatro años con altibajos y demás porque muchas veces te lanzas mensajes negativos hacia ti misma como que no vas a poder, que esto es muy difícil. Pero, gracias al apoyo de mis padres y mi entorno más cercano, conseguí graduarme», reconoce. Tras finalizar la carrera, desde la Fundación Secretariado Gitano le informaron que iban a sacar las becas Luis Saez, que estaban destinadas a mujeres gitanas universitarias para que pudiesen seguir estudiando un posgrado.
Estas becas cubrían «todos los gastos», el «único inconveniente» era que para beneficiarse de ellas tenía que ir a estudiar a una de las provincias de Castilla y León. «Mis padres en un principio no me dejaban porque yo tengo cuatro hermanas mayores y un hermano pequeño y al final esa sobreprotección que tenía se nota», cuenta Carmen Félix. Al final sus progenitores cedieron y pudo ir a León para hacer un máster de investigación.

«Cuando estaba finalizando el mismo, en el 2017, se pusieron en contacto desde la sede de Oviedo de la Fundación para decirme que había una plaza vacante para ser profesora de Promociona y volví», relata. Desde entonces, es la orientadora educativa del programa que contribuye a reducir la brecha de desigualdad en educación. Además, actualmente es la vicepresidenta del Consejo de la Juventud del Principado de Asturias y está cursando otro máster.
«La educación es la base fundamental para ayudar a alguien y creo que ahí está el cambio»
A diferencia de Carmen Félix, la pixueta Belén García desde bien joven ya se dio cuenta de la importancia de la educación y por su mente nunca rondó la idea de no estudiar. Después de cursar el bachillerato, no sabía si matricularse en el grado de Trabajo Social, una rama que le llamaba mucho la atención, o en Magisterio. Tras tomarse su correspondiente tiempo para reflexionar, decidió inscribirse en el último grado citado, ya que «la educación es la base fundamental para ayudar a alguien y creo que ahí está el cambio».
Nunca se sintió discriminada por ser gitana, pero sí ve «que la sociedad mayoritaria tiene una imagen tipificada y estereotipada» y que «es por esa historia que se vivió toda la vida en contra de ellos, con leyes muy injustas». «Todos tenemos prejuicios y estereotipos que nos hacen prejuzgar a diferentes ámbitos de la sociedad, pero yo creo que el cambio está en mirarlo desde el respeto, la igualdad, la tolerancia. Es importante conocer el pueblo para juzgarlo después porque muchas veces no se conoce y eso es algo que viví toda mi vida, la gente tiene mucha desinformación, hasta los propios profesores», lamenta la joven de 23 años.
Al igual que Raquel, Lidia o Carmen, Belén García contó siempre con el apoyo familiar. Pero a su juicio, que un niño o una niña gitana continúe estudiando radica en la inteligencia emocional, «que tengan una alta autoestima y confíen en sí mismos», y también en contar con referentes. Ver que personas gitanas han logrado graduarse y ser algo en la vida, formativamente hablando, es algo crucial para reducir el absentismo escolar.

Cada una de ellas, con sus realidades con las que pueden sentirse identificadas otras gitanas o no, son ya unos referentes para las mujeres que vienen detrás. Si tuviesen delante a una niña tienen bien claro que le aconsejaría que estudiase y «que luche por perseguir sus sueños», resalta Belén García. Por muy difícil que sea el camino tienen que intentarlo», asegura Lidia García.
En esta misma línea, Raquel Montoya asevera que nunca pueden cerrarse las puertas a sí mismas, a pesar de todo lo que le digan o lleguen a pensar en su cabeza. «Toda formación suma, nunca resta. Nunca es tarde para retomar y seguir avanzando en los estudios. No importa las veces que te caigas, de hecho yo me he caído muchas veces, y al final he conseguido llegar a la meta que me he propuesto. Aunque sea a pasos de tortuguita hay que avanzar hasta donde uno quiera», remata Carmen Félix.