Dos ramas de la familia real lucharon por el poder y por dos concepciones distintas del reino
08 sep 2023 . Actualizado a las 09:05 h.Con frecuencia de forma popular se enumeran las «capitales» del antiguo reino de Asturias como una sucesión de Cangas de Onís, a Pravia y finalmente a Oviedo. Pero ese traslado no es tan sencillo, para empezar las sedes de la corte no eran «capitales» en el sentido que le damos hoy en día, pero además en el caso de Asturias esta secuencia oculta algo más que un traslado de poblaciones, en ella está engarzada una larga lucha entre dos ramas familiares por afianzarse en el trono, una batalla que se prolonga durante generaciones y no sólo (aunque fue muy importante) por el puro ejercicio del poder sino también entre dos visiones ideológicas diferentes del reino, de su relación con el pasado peninsular y sus relaciones con Europa.
El reino de Asturias tiene su núcleo primordial en lo que hoy es el oriente de la comunidad y parte de la vecina de Cantabria, la antigua civitas de Vadinia, y hay una alianza que se cierra con matrimonios entre dos familias poderosas, la del primer rey Pelayo y la del duque Pedro de Cantabria, es el matrimonio de Ermesinda y Alfonso. Es por eso que Alfonso será rey cuando Favila muera a manos de oso. Y el cuarto rey será su hijo, Fruela I. Pero en ese reinado la trama se complica: Fruela sufre más de una conjura palaciega (murió asesinado) y no se sabe muy bien qué pasó a continuación pero su hijo (el futuro Alfonso II, que va a ser muy importante en esta historia) no le sucedió en el trono. Lo hizo Aurelio, por apenas seis años, y después fue coronado Silo. Y aquí empieza nuestra historia porque con él se traslada la corte a Pravia.
Silo es rey porque está casado con Adosinda (hermana de Fruela I y nieta de Pelayo) pero ya no es un señor procedente del núcleo original oriental del reino, sino del oeste, de los pésicos y se encuentra más cómodo (y probablemente más seguro) en Pravia, en la antigua Flavionavia ¿es esa la nueva capital del reino? En realidad no «para el reino astur el término 'capital' puede llevar a confusión, porque evoca una idea de centralidad política, administrativa o económica que casa mal con la realidad de aquella época. A lo largo y ancho del reino existen diversos centros de poder local o comarcal que tienen un peso importante, y el eje de la política altomedieval consiste precisamente en la interacción entre la autoridad regia y esos poderes locales. Por eso los reyes están obligados a desplazarse periódicamente, acompañados de un séquito de fieles, por toda una red de palacios, castillos, monasterios y ciudades que, por así decir, dibuja el alcance del poder regio sobre el mapa»; explica el profesor Raúl González, de la Universidad de León. «Más que una 'capital' en sentido moderno, es un espacio simbólico y ceremonial, verdadero corazón ritual de la comunidad política astur. El espectáculo del poder se desarrolla en ella como en ninguna otra parte, pues allí se asienta con especial intensidad la memoria de la familia real y allí se celebran las principales asambleas aristocráticas que articulan la vida política, judicial y religiosa del reino».
Silo procede esa comarca y Flavionavia era una población citada en tiempos de los romanos. ¿Por qué nunca fue sede de la corte Gijón, pese a que también había sido ya habitada por los astures y en el imperio y estaba en la costa? «Su relegamiento puede haber sido sencillamente el resultado de una derrota política. No hay que olvidar que el reino surge como fruto de una rebelión contra un poder islámico con el que se había pactado previamente y que había asentado a su gobernador precisamente en Gijón. Quienes van a liderar esa rebelión no son las aristocracias gijonesas, sino las de la vieja civitas romana de Vadinia, cuyo núcleo estaba en la zona de Cangas de Onís. Con el triunfo de los rebeldes, estos mantienen su centro político en Cangas - convertida ahora en sede regia - y fracasa la vía del pactismo que parecía representar tan claramente Gijón».
Ese traslado del centro del reino hacia el oeste (el dominio ya se había extendido además hacia el norte de Galicia) no debió sentar muy bien en las familias nobles de Cangas de Onís y desde luego no en la rama descendiente de Pedro de Cantabria (que a la larga va ser la triunfante y la que escriba como vencedora la historia). En Pravia se cría en su primera juventud el sobrino de Adosinda, Alfonso y además «le nombran conde de palacio que vendría a ser algo así, salvando todas las distancias, como una especie de 'primer ministro' y eso parece que ya le estaría garantizando la sucesión», explica el profesor de la Universidad de Oviedo, Álvaro Solano.
Del reinado de Silo nos consta una obra fascinantes, la piedra laberíntica hallada en Santianes, del que sólo nos queda un fragmente pero que era una losa, con una S en el centro y un texto que se puede leer en todas direcciones diciendo «Silo princeps fecit» (lo hizo el príncipe Silo).
Pero al morir Silo quien le sucede es Mauregato, la primera víctima de toda una leyenda negra posterior, a juicio de Solano bastante falsa e interesada (promovida por la familia enemiga) y que le cargará el mito de haber pactado con los musulmanes hasta el punto de entregar un tributo de doncellas, «le llaman bastardo y golpista, pero es bastante seguro que fue un rey legítimo y si hubo paz con los musulmanes, como antes con Silo, es más bien por lo problemas internos que tenía el emirato de Córdoba y no podían prestar atención al pequeño reino de Asturias».
El caso es que Alfonso, que ya había sufrido un primer exilio hacia Lugo al morir su padre Fruela, tiene que volver a irse y tras Mauregato quien reina es Bermudo, hermano de Aurelio, de nuevo de la rama procedente de Pedro de Cantabria. Algo pasó «lo sabemos más bien por las crónicas musulmanas», apunta Solano, pero Bermudo sufrió un importante derrota, que debió ser bastante catastrófica en El Bierzo. «La leyenda dice algo así como que de repente se acordó de que era diácono (la ley prohibía a miembros del clero ser reyes, pero lo más seguro es que en la corte se viera su influencia mermada y crecieron los apoyos para el regreso de Alfonso».
Este rey, que reinará como Alfonso II 'El casto', y además durante un largo período de unos 50 años (una estabilidad casi desconocida en Asturias), será trascendental por muchos motivos. Es el inventor del Camino de Santiago --aunque Solano destaca que en el himno de Mauregato es donde ya se declara a este santo, hasta entonces sin mucha devoción, como patrón Hispania)--. Pero además y esto será trascendental para la historia de la comunidad, es que se lleva la sede de la corte a Oviedo, hasta entonces una colina (no del todo deshabitada, porque hay restos romanos, quizá de un templo en donde hoy se ubica el Museo de Bellas Artes de Asturias) y funda la ciudad. Al lado del Naranco, pero en el lado opuesto a donde sí que existía un núcleo de población más antiguo: Lucus Asturum (muy cerca del actual Lugo de Llanera). ¿Por qué, de nuevo como en Gijón, Alfonso desdeña poblaciones ya existentes y crea su propia urbe?
«Alfonso II, que provenía familiarmente del grupo de Cangas pero había sido educado en la corte de Pravia, optó por alejarse físicamente de ambos núcleos para poder desarrollar un proyecto político propio en una nueva sede. Escogió para ello un enclave políticamente irrelevante hasta entonces como era Oviedo, una finca propiedad de su familia donde no estaría condicionado por el arraigo de viejas aristocracias locales. La elección de Lugo de Llanera no habría supuesto un mensaje de ruptura tan claro como lo fue Oviedo», resalta el profesor Raúl González.
El proyecto de Alfonso II para Asturias iba más allá, había elegido crear una ciudad Oviedo, una nueve urbe precisamente sin vínculos con el pasado para que nada le atase, en su escritos se reivindica como bisnieto de Pelayo a quien presenta como elegido por la providencia frente a un reino visigodo pecador que por sus falta había sido castigado con la derrota frente a los musulmanes. Su Asturias no es heredera de Toledo, es algo nuevo y distinto, probablemente, apunta Solano «muy conectado con el experimento carolingio» que empezaba en el centro de Europa.
Pero no serían los herederos de Alfonso II los que escribirían la historia, quien eligió como sucesor Nepociano pero que fue derrotado y de forma cruel (le sacaron los ojos y tuvo que ingresar en un monasterio). El usurpador pasó a los anales como rey legítimo, Ramiro I y desde su trono se abandonó ya cualquier tentativa de monarquía electiva, serán reyes tras él su hijo Ordoño, su nieto Alfonso III el Magno y ya después la mutación del reino que ya no será de Asturias sino de León.
«El triunfo del usurpador Ramiro tuvo, en efecto, enormes consecuencias políticas. Alfonso II había intentado desarrollar un proyecto político innovador, que potenciaba los aspectos más rupturistas del legado de sus antecesores cangueses y pravianos, pero que no le sobrevivió», apunta Solano que añade que se abandona la mirada a Carlomagno para sustituirla «por una ideología neogoticista que buscaba entroncar el reino astur con el pasado visigodo. La expansión del reino hacia el sur con la ocupación de León y Astorga, la refundación de obispados o la reescritura del pasado en unas crónicas oficiales son consecuencia directa de esa suplantación ideológica».
Esa rama vencedora, reescribirá la historia para elogiar los reinados de Aurelio y Bermudo, para oscurecer el de Mauregato, para condenar el de Nepociano. El de Alfonso II era demasiado prestigiosos, demasiado prolongado para borrarlo. Tampoco se pudo ya, precisamente por esa influencia tan determinante, modificar ya la capital de Asturias, la elegida por el rey casto: Oviedo.