La confesión de Sabino: dónde están los cuadros desaparecidos del Palacio Real

F. S.

ASTURIAS

02 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En su viaje por la Asturias de finales del siglo XIX, el británico George Borrow cuenta que un mesonero de Muros del Nalón le dijo «un asturiano es buena compañía para un rey y es, a menudo, de mejor sangre», lo cual no es cierto pero tampoco es falso. En todo caso, durante muchos años el mejor y más fiel guardián de los secretos y, dentro de las posibilidades, del decoro de Juan Carlos I fue un asturiano; uno cuyo busto concentra kilos de bronce en el parque de San Francisco de Oviedo: Sabino Fernández Campo.

El militar, secretario de la Casa Real durante momentos clave del reinado del actual monarca emérito (como, por el ejemplo, el golpe de Estado del 23F), falleció en el año 2009, sin haber delatado nunca ninguna indiscreción sobre la corona. O quizá no.

El polémico libro King Corp, escrito por José María Olmo y David Fernández, que ha despertado una polvareda al afirmar en uno de sus capítulos que Juan Carlos I tiene una hija secreta llamada Alejandra contiene una revelación verdaderamente grave. No un asunto de faldas ni infidelidades sino un auténtico expolio de patrimonio nacional con nepotismo de postre. En sus páginas se asegura que tres pinturas desaparecidas del Palacio Real, lo que se denunció como un robo, fue en realidad un regalo de Juan Carlos I a una de sus amantes. Y Sabino Fernández Campo sabría cuál de ellas.

Todo ocurrió en el verano de 1989. Tres pinturas, que se valoraron en más de 275 millones de pesetas (al cambio algo más de 1,6 millones de euros aunque con la inflación seguramente podrían ser más y su valor cultural es incalculable) desaparecieron sin signos de violencia ni rastro alguno de haber sido forzado el entorno de las salas donde se custodiaban. Se trata de dos lienzos de Velázquez (uno representando la mano del arzobispo de Granada Fernando Valdés; y la cabeza de una mujer desconocida) y el tercero el retrato de una dama obra del asturiano maestro del barroco Juan Carreño de Miranda.

En el libro King Corp se asegura que, en su lecho de muerte, Sabino Fernández Campo, confesó que fue Juan Carlos I quien se llevó los obras y que, al menos de ellas, estaba en casa de una de sus amantes.

Aquel 1989 los responsables del Palacio Real ya mostraron su extrañeza por el episodio ya que, según indicaron, muy pocas personas tenían acceso a la zona donde se encontraban las pinturas y destacaron también que se trataba de cuadros conocidos y fácilmente identificables por lo que serían muy difíciles de vender en el mercado negro.