Aitana Castaño: «A las cuencas mineras no nos define la corrupción de 4 ni el silencio de 1.000»

Carmen Liedo REDACCION

ASTURIAS

Aitana Castaño, con su nuevo libro
Aitana Castaño, con su nuevo libro

La periodista sacará al mercado en unos días «Rastros de ceniza», una novela negra en la que ficciona las ambiciones en torno a los fondos mineros

22 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La periodista Aitana Castaño (Langreo, 1980) sacará al mercado en unos días Rastros de ceniza, «una novela negra» que la autora define así por su vinculación con el carbón y porque ficciona episodios de corrupción y ambición que forman parte de la historia reciente de las comarcas mineras. Con este libro completa la trilogía que comenzó en 2018 con la publicación de Los niños de humo y, dos años después, de Carboneras, aunque si bien las dos primeras obras eran relatos que hacían memoria, la que está a punto de ver la luz conjuga sus vivencias en la época de vacas gordas que fueron para los territorios mineros los años de abundancia de fondos mineros, con la reivindicación de la bonhomía del ciudadano de a pie y la memoria histórica.

-En unos días saldrá a la venta «Rastros de ceniza», ¿cuáles son los ingredientes de este nuevo libro que vas a publicar?

-Hay un poco de todo. A mi me gusta decir que es novela negra, sobre todo, porque tiene carbón, pero es verdad que hay un asesinado, un poco de mafia, mucho memoria histórica y también un poco de la reivindicación de que la historia de las cuencas mineras no la escribieron sólo nombres propios con mayúsculas. Es un poco lo que pasaba en Carboneras, y es que la historia de las cuencas mineras la escribe la gente de a pie. Otra cosa es que en los periódicos o en los libros de historia sólo parezca que son cuatro nombres propios. Entonces hay memoria y hay reivindicación de la bonhomía del ciudadano de a pie y de cómo ese ciudadano de a pie también escribe la historia de este territorio.

-Con «Rastros de Ceniza» completa la trilogía minera que iniciaste con «Los niños de humo» y «Carboneras», ¿cuáles son las similitudes y diferencias de estos tres libros?

-Una de las similitudes es lo que comentaba ahora, la importancia de que los protagonistas en la historia de las cuencas mineras no son unas personas concretas. Rastros de ceniza es una novela coral y la historia de las cuencas también es coral escrita por gente llegada de muchos sitios que es lo que se habla en Los niños de humo y Carboneras, gente de orígenes diferentes, gente trabajadora… En los tres libros se habla de eso y en los tres se habla de la importancia de la lucha como algo que va en el ADN de las cuencas. En el caso de Rastros de ceniza es apelando a la memoria histórica y a la reivindicación de gente que lo pasó muy mal aquí luchando por las libertades y como eso tiene su correlación con el presente. Entonces, yo diría como similitudes, la memoria y que es una historia coral. En cuanto a las diferencias, pues hay muchas porque en este último libro hay menos emotividad, que no emoción, porque emociones hay, pero hay menos emotividad que en los dos primeros libros. Eso y que este es una novela y los otros eran relatos, por lo que la principal diferencia está en el formato: tiene un principio y un fin a los que se les dio muchas vueltas. Otra diferencia es el enfoque, porque estamos hablando de una historia que yo de alguna manera viví porque está ambientada a principios de los dosmiles y los otros dos libros no, eran puramente memoria.

-¿En qué momento decide escribir un thriller inspirado en las cuencas mineras?

-Justo cuando acabé de escribir Carboneras empecé a escribir esto que acabó siendo Rastros de ceniza. En parte fue porque cuando hablaba con gente de aquí sobre Los niños de humo o Carboneras hablábamos que tenía una novela esa época de vacas gordas para las cuencas por los fondos mineros. Entonces, no sé si hay un día en concreto, pero hay una escena en concreto al principio del libro en la que la protagonista del libro, que es una periodista que trabaja en una radio local, que se llama Aurora Montes, entra en el despacho de la alcaldesa de un concejo que se llama Lanca, que es un concejo inventado, aunque tiene muchas similitudes con Langreo, y se encuentra en el despacho, donde es todo tan serio, una libreta de Peppa Pig encima de la mesa. Esa escena me pasó a mí de verdad, no era una libreta de Peppa Pig, era de los Teletubbies, y no era una alcaldesa, era un teniente de alcalde o un concejal de aquella, pero esa escena llevaba rondando en mi cabeza mucho tiempo y, no sé por qué, acabó siendo una novela negra. Yo creo que si quieres hablar de la historia de las cuencas mineras, también hay que hablar de esa época. 

-Los anteriores eran libros de relatos cortos ¿cómo ha sido escribir una novela?

-Mucho más complicado y más laborioso porque la historia tiene que mantener la estructura y tiene que resultar veraz y coherente, cuadrando todo, a lo largo de las páginas. Entonces, desde el punto de vista técnico, es más complicado. Pero desde el punto de vista del fondo, es mucho más interesante porque permite ahondar más en los personajes… Y eso que en Carboneras yo ya lo había hecho, porque eran relatos que se entrelazaban mucho entre sí. Voy a empezar a decir que Carboneras era un ensayo de escribir una novela y, de hecho, mi editor lo trataba como una novela. De todos modos, aunque es más laborioso escribir una novela, también es más gratificante porque cuando consigues cerrar la historia, descansas.

-Sus libros se alimentan de sus vivencias, ¿cuánto de realidad y cuánto de ficción tiene «Rastros de Ceniza»?

-Creo que voy a decir un 60-40 (risas). Hay mucho de historias que me pasaron a mí, de cosas que pasaron a gente que conozco, de cosas que viví… pero hay muchísimo ficcionado. El otro día escuche una frase en un película que me hizo mucha gracias. Decía que la diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción tiene que parecer verdad y la ficción de Rastros de ceniza es que, efectivamente, tuve que inventar todo para que cuadrara la historia, porque la realidad de las cuencas mineras es que muchas cosas no cuadraron y siguen sin cuadrar. Entonces, hay mucho de ficción aunque haya mucho de las calles de las cuencas mineras, de las historias que pudimos vivir todos, de los bares, de los chigres, de los puentes… porque aparecen muchos escenarios que la gente de las cuencas puede reconocer.

-Como periodista con larga trayectoria ya y conocedora de la actualidad de las cuencas sabe que aquí la realidad ha superado muchas veces la ficción…

-Totalmente. Pero Rastros de ceniza lo ha leído mucha gente que no tiene nada que ver con las cuencas mineras y de lo que me he dado cuenta es que la época en la que está ambientada, esos principios de los dosmiles, fue muy similar en muchos sitios, no sólo aquí… En otros lugares hubo situaciones problemáticas, coyunturas que se pueden calificar de mafiosas directamente y que son zonas que no tienen nada que ver con las cuencas ni con los fondos mineros, por ejemplo, podemos citar provincias como Valencia, donde hubo tantísimo de todo. Entonces, es singular porque, aunque es una ficción que está ambientada en las cuencas mineras y tiene ese trasfondo de los fondos mineros, fue una realidad en muchos sitios. Igual los fondos no se apellidaban mineros, pero se apellidaban agrarios o se apellidaban Fórmula 1. Pero fue muy habitual en esos años de principios del 2000, no fue algo intrínseco de las cuencas mineras.

-Desde luego, habrá gente en las cuencas que sólo con leer la sinopsis encuentre muchos símiles con episodios acaecidos en estos territorios y con la palabra corrupción

-Sí, sí, y con personajes, pero bueno, los personajes que aparecen, aunque te puedan llevar a personajes que existen en la vida real, son totalmente inventados. Y yo siempre lo digo, si alguien se da por aludido, que lo diga, pero igual es muy comprometedor. Son totalmente inventados, no me basé en nadie en concreto.

-Por tanto, ¿cree que habrá gente que se sienta molesta o incómoda con «Rastros de Ceniza»?

-Yo creo que sí, pero muchos no lo van a decir y habrá gente que en vez de sentirse molesta pensará: «Oye, pues es verdad». Creo que aquí pareció durante una época que todo el mundo en las cuencas mineras adorábamos a ciertos personajes que tenían muchísima relevancia política o sindical y no era así, no todo el mundo adoraba a esos personajes, no todo el mundo tenía a esos personajes en un pedestal. Cuando esos personajes cayeron de ese pedestal en el que los tenía una parte de la población, hubo otra parte que dijo: «Lo sabíamos». Los medios de comunicación a nivel nacional pareció que lo descubrían entonces, pero una parte de la sociedad ya lo sabía y lo denunciaba, pero no se les hacía mucho caso porque era época de vacas gordas. Pero, insisto, no se les hacía caso aquí ni se les hacía caso en otros lugares, como Valencia, a quienes criticaban a los gobiernos corruptos. Aquí la corrupción llegó a los fondos mineros por la corrupción de personas con nombres y apellidos, muchos de ellos juzgados y otros a los que no se les juzgará en la vida en los juzgados, pero a los que ya juzgó la sociedad. No obstante, es muy fácil atacar a las cuencas mineras con lo de los fondos mineros y a mí me fastidia porque yo soy habitante de las cuencas mineras y no me siento identificada con esa corrupción. Yo si me siento identificada con alguien es con quienes denunciaron esa corrupción desde el minuto cero y a los que no se les hizo mucho caso hasta que se les hizo caso porque ya era evidente.

-Precisamente si algo lleva con orgullo es ser de las cuencas mineras…

-Lo llevo con orgullo y es una de las cosas que quiero defender con este libro, que es que a las cuencas mineras no nos define ni nos explica la corrupción de cuatro ni el silencio de mil. A mí me explican muchos personajes que salen en este libro que no son los corruptos: a mí me explica Telvi que es una limpiadora que trabajó toda la vida y tiró para adelante con la familia como pudo; a mi me explica Horacio, que es un hombre que sufrió torturas en la cárcel y luchó por las libertades; me explica Manuela, que es una jefa de la radio, que es una persona honrada que trabajó en política muchos años; a mí me explica mucha gente de las cuencas mineras, pero me niego a que me expliquen los corruptos. Lo que yo llevo de las cuencas dentro de mí son cosas muy buenas que no tienen nada que ver con mafia, con corrupción, con fondos mineros o con silencios cómplices. Pero bueno, cuando quieres algo tienes que ver lo que está mal hecho, y yo creo que se hicieron muchas cosas mal.

-Dice la sinopsis del libro que las voces del pasado se cuelan en este libro aunque está ambientado a comienzos de los años 2000, ¿cómo confluyen pasado y presente en «Rastros de ceniza»?

-Hay una parte que tiene que ver con la memoria histórica de esas personas que durante el franquismo y a finales de la dictadura fueron víctimas de torturas y abusos por parte de las autoridades. Siempre recuerdo a un señor que murió en pandemia, Fausto Sánchez, que era un histórico del Partido Comunista, y las historias que tienen que ver con la memoria histórica y con esas torturas en cárceles que vivieron muchos vecinos de aquí de las cuencas, son fruto de conversaciones que tuve a lo largo de mi vida con Fausto. Aunque antes dije que este libro tenía menos emotividad que podía tener Carboneras, pero la parte emotiva o emocional que puede tener Rastros de ceniza viene por ahí y por la relación que yo creo que se tiene entre los pasados, tanto personales como familiares, con el presente. En el libro digo, y eso es algo que me define a mí, que en mi casa somos una familia de perdedores, perdimos la guerra y perdimos la democracia. Mis padres se dedicaron los dos a la política activa y mi padre, de hecho, fue varias legislaturas concejal aquí en Langreo, pero nunca fue concejal de ningún gobierno, siempre fue concejal de la oposición. Por eso digo que perdimos la guerra y perdimos la democracia, pero bueno, pero eso también da una impronta: perder no te tumba y todo lo que es ir para arriba, es ganancia. Te hace más fuerte.

-En «Rastros de ceniza» hay memoria histórica y, decías antes, también reivindicación y crítica.

-Hay reivindicaciones puntuales: un personaje que es encarcelado porque es homosexual, otro que es yonqui… La misma novela coral que yo creo que son las cuencas mineras es Rastros de ceniza. Yo espero que mucha gente de las cuencas reconozca las calles, las esquinas y los personajes, pero también espero que mucha gente que no conoce las cuencas de nada, se haga una idea de lo que pasa aquí y que cuando se piensa en esa época de los fondos mineros que no crean que todos éramos unos mafiosos y unos corruptos. Esos eran una minoría, pero hacían mucho ruido porque eran los que mandaban, y no tenían que ver con un partido o con un sindicato concreto, sino con la ambición, la vanidad o la soberbia con la que esa gente llegó al poder y llegó a llenarse los bolsillos. Pero también hay una crítica que yo tengo muy clara, que es a los empresarios que se llenaron los bolsillos, se aprovecharon de la ambición de alguna gente que estaba en el poder político y en el momento en que se llenaron los bolsillos y no había que devolver las ayudas, se fueron y no se acordaron de estos territorios para nada. Se hicieron ricos aquí y se fueron dejando esto como territorio quemado. Pero eso con fondos mineros y con otras cosas que no son fondos mineros, y me estoy acordando de Duro Felguera que no tiene ni un puesto de trabajo aquí, sin embargo, lleva el nombre de La Felguera en el nombre y lo único que hace en las cuencas es pedir dinero por el patrimonio que le queda, pero no tiene ni un puesto de trabajo. Así que una de mis críticas principales va enfocada a la clase empresarial, que es la clase pudiente y de derechas de este país.

-Una vez más has contado con Alfonso Zapico para ilustrar la historia que cuentas, ¿por qué es tan importante para ti que las historias que cuentan vayan ilustradas?

-Como era el cierre de la trilogía, yo creo que era un deber moral entre los dos cerrar este tercer libro. Yo creo que los dibujos de Alfonso Zapico empezaron ilustrando los relatos de Los niños de humo, siguieron con Carboneres y era lógico y justo que esos dibujos ilustraran Rastros de ceniza. No sé si eran muy necesarios, pero los dibujos de Alfonso Zapico completan de alguna manera las historias. Y, bueno, porque es amigo… (risas).

-En la entrevista que concedió a La Voz de Asturias cuando publicó Los niños de humo se declaraba sorprendida de haber publicado un libro y ya va por tres y se consolida como escritora, ¿cómo se siente en esa faceta?

-La verdad es que me siento mejor que en la de periodista, me siento mejor porque la ficción me encanta, me encantaría poder vivir de la ficción… La cuestión es que todavía no me considero escritora pero, lógicamente, llevo tres libros y debo serlo. La ficción me gusta y es mucho menos estresante que el periodismo, aunque hay momentos que te agobia no saber cómo seguir una historia, pero es muy gratificante. Yo lo comparo con el hecho de leer. Si eres un buen lector, leer te mete en un mundo que se te olvida todo. Con la escritura, me pasa un poco lo mismo, cuando estoy escribiendo enfocada estoy totalmente metida ahí y el mundo en el que estás está muy guay porque haces que la historia vaya por donde tu quieras y yo que soy muy de finales felices, pues llevo yo la batuta: mato a los malos y enamoro a los buenos (risas).

-Para terminar, ¿hay otros libros en el tintero que es la mente de Aitana Castaño?

-Yo creo que sí, otra cosa es que después vengan las musas o no. Me encantaría ahondar en otros temas que son importantes en mi vida, como por ejemplo, la emigración. Porque aunque soy de las cuencas mineras, parte de mi familia viene del oriente y tengo también ADN emigrante, por lo que me encantaría escribir historias que tengan que ver con los emigrantes asturianos, tanto los de ahora como los de hace años, los de los años 40 y 50. Creo que está sin contar esa impronta de los asturianos fuera de Asturias y todo lo que pueden aportar cuando vuelven. Yo tengo tíos en Bélgica y cuentan historias muy peculiares. Me gustaría ahondar en ello, pero no sé si se va a poder o vendrán otras inspiraciones… Lo que venga, yo lo veo fluir.