Juan Mayorga, premio Princesa de Asturias de las Letras 2022, confiesa que a veces encuentra inspiración en conversaciones que oye por la calle
23 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.La cabeza de este hombre delgado, de pelo ensortijado y rebelde, esconde un enigma. O muchos, o ninguno. La trayectoria de Juan Antonio Mayorga (1965, criado en el barrio de Chamberí de Madrid) tiene punto de partida en una aparente contradicción: una mente científica que estudió, al estilo de un personaje renacentista, Matemáticas y Filosofía, y acabó consagrando su poderoso intelecto e intenso afán creador al teatro. Dicen de Mayorga quienes lo conocen que, al hablar, incluso en las conversaciones informales, hila sus frases con sumo cuidado y pausadamente, sin descuidar el discurso. Pensando lo que va a decir, escogiendo el texto. Tal vez porque se considere, en el sentido aristotélico de la frase, dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
No en vano su última obra estrenada -alguna más tendrá sin duda en el tintero-, un monólogo inspirado en su propio discurso de ingreso en la RAE y que lleva Blanca Portillo a las tablas, se titula Silencio. Silencio que se prolonga «una eternidad» sobre el escenario, pero que también forja la oportunidad, «como en la vida misma, en cuyos blancos, el no saber seguir puede ser ocasión de que aparezca aquello que no es repetición de una vida anterior».
Los mundos creados por Mayorga, los que han llenado de vida sus propios blancos, es extensa. Quizá comience formalmente en el año 1989 con Siete hombres buenos, pero seguramente ya había escrito en abundancia antes de alcanzar ese primer éxito. Es muy improbable que el escritor consiga lo que quiere al primer toque, se requiere un periodo de maduración previo.
Se abre el telón
Pronto comenzó a despuntar como dramaturgo, pues se hizo con el premio Calderón de la Barca en 1993 con Más ceniza, al que siguieron en rápida sucesión El traductor de Blumberg, El sueño de Ginebra o Concierto fatal de la viuda Kolakowski.
Dice la biografía oficial que publica la Fundación Princesa de Asturias que su trayectoria creativa ha estado vinculada a la compañía Animalario y al también dramaturgo Andrés Lima. «Con él escribió varias obras, como Alejandro y Ana. Lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del presidente (2002) ?con la que Mayorga acuñó la expresión de «teatro histórico de urgencia»?, Últimas palabras de Copito de Nieve (2004) y Hamelin (2005).
En 2019, estrena Shock 1 (El cóndor y el puma) en el Centro Dramático Nacional, y en 2021 hizo lo mismo con Shock 2 (La tormenta y la guerra), coescritas por Mayorga y Lima, Albert Boronat y Juan Cavestany, «cercanas al llamado teatro documental de marcado carácter político y social y basadas en el libro La doctrina del shock de la escritora canadiense Naomi Klein», apuntan en la Fundación.
Pero el catálogo es, literalmente, interminable, ya que a la extensa lista de obras que sería difícil enumerar sin caer en el agotamiento, Mayorga sigue añadiendo escritos año tras año en una actividad, si no frenética, sí continua. Reúne en Teatro 1989-2014 (2014) una gran parte de su obra escénica, en Teatro para minutos (2020) sus obras breves y en Elipses (2016) los ensayos como Revolución conservadora y conservación revolucionaria, conferencias y artículos escritos entre 1990 y 2016. A esto hay que añadir que también ha adaptado obras clásicas y ha sido traducido a más de treinta idiomas y representado en escenarios de todo el mundo. El teatro entendido rotundamente como lenguaje universal.
Esto, en cuanto a la cantidad. Le atribuyen a Stalin el aforismo afortunado de que la cantidad tiene una cualidad propia y -dejando de lado al siniestro personaje- la frase parece encajar bien aquí, en un contexto mucho más amable, pero esa es otra historia. ¿Qué dicen los entendidos sobre su calidad? Para la Academia de las Artes Escénicas de España, el madrileño «es uno de los dramaturgos contemporáneos más representativos e importantes de la escena teatral española». El también escritor Alberto Conejero afirma que «Juan no sólo es el dramaturgo español vivo más representado en el mundo, sino un ejemplo de lo que la vocación, el tesón, el rigor, la bondad y la pasión por el teatro pueden generar y el emblema del altísimo vuelo de nuestra literatura dramática actual».
Y el acta del premio Princesa no se queda atrás, naturalmente: Destaca «la enorme calidad, hondura crítica y compromiso intelectual de su obra: acción, emoción, poesía y pensamiento. Desde sus comienzos, Mayorga ha propuesto una formidable renovación de la escena teatral, dotándola de una preocupación filosófica y moral que interpela a nuestra sociedad, al concebir su trabajo como un teatro para el futuro y para la esencial dignidad del ser humano». Lo que no es poco.
Frente al espejo
El público aclama sus obras, los críticos lo elevan al parnaso, los premios le llueven. Y a todo esto, ¿qué piensa Mayorga de Mayorga? (o al menos, qué dice en público de sí mismo). El tercer dramaturgo que recibe el Princesa de Asturias tras Francisco Nieva y Arthur Miller, un elenco casi legendario, parece un hombre sencillo, lo que no significa simple, en absoluto. Vuelve, según ha comentado en alguna entrevista, una y otra vez sobre sus textos, en «constante pelea» con ellos. Los reescribe en su cabeza y en el papel, cambia un adjetivo aquí, tacha otro sustantivo allá. Y permanece siempre «a la escucha: una crítica, un comentario o un viaje en metro me puede revelar algo que me haga revisar el texto». Eso decía en su discurso de ingreso en la RAE, donde revelaba su peculiar afición a permanecer al acecho de frases oídas en la calle, en el metro o en centro comercial, atento siempre a expresiones afortunadas que pesca al vuelo y a veces llegan con la marea hasta la playa del mismísimo escenario.
Lo cierto es que, el día de su ingreso formal en la Academia, un ya laureado Juan Mayorga acudió a la venerable y un tanto acartonada sala algo nervioso, señalando que el acto mismo de ingreso era muy teatral. Parecía nervioso, pero poco a poco se fue haciendo con el espacio y el auditorio al desgranar de carrerilla su discurso de 58 minutos sin mirar los papeles más que de refilón y con pocas dudas. Un discurso en el que se confesó «enfermo de teatro» y, siguiendo la tradición, pronunció palabras de admiración para quien le precedió en el sillón de la M de la institución (casualmente la inicial de su apellido), el poeta asturiano Carlos Bousoño. Él no conoció, dijo, a Bousoño, pero mantuvo esa «relación íntima entre el lector y el autor, cuya obra se convierte para aquel en refugio». Indirectamente revelaba una de las claves de su trabajo, establecer una cercanía con sus lectores y espectadores, proporcionar un mundo paralelo de disfrute y reflexión a quien se lo requiera.
¿Es Mayorga un matemático que decidió escribir teatro, o un dramaturgo que un día se interesó por la belleza de los números? Este sí es un enigma que quedará oculto en la mente del dramaturgo. O no.