Tres hallazgos singulares en el último año han dado pistas sobre una de las épocas más misteriosas de los inicios de la civilización

L. Ordóñez

Todos los descubrimientos arqueológicos son interesantes, pero en el último año en Asturias se han repetido tres episodios destacados: la entrega de la espada de Sobrefoz, el hallazgo de dos cascos en una cueva de Ribadesella, y de forma más reciente, un túmulo megalítico en Belmonte de Miranda; todos ellos de la edad de bronce una época llena de misterio, en la que nacieron dioses y leyendas, y en la que se forjaron las primeras espadas dignas de tal nombre para ser empuñadas por héroes a cuya muerte, sobre sus gestas, se hicieron crecer los primeros mitos. En sus armas, en las minas de donde se extrajo el metal para forjarlas están los cimientos más antiguos de Asturias.

Se sabe muy poco de este tiempo porque es prehistórico, no había escritura, y lo que se conoce, explica el catedrático emérito de la Universidad de Oviedo Miguel Ángel de Blas, se basa en el estudio y la especulación del uso de instrumentos metálicos. Porque la Edad del Bronce es un período muy largo (entre los años 3000 y 800 antes de Cristo), es la evolución natural de la Edad del Cobre al descubrir la técnica de la aleación con estaño y lograr herramientas más duras.

En ese tiempo legendario, y aunque ya las había de cobre, es cuando empiezan a fabricarse las primeras espadas, una arma que marcará durante siglos el acontecer de la historia. «Van apareciendo las primeras formas de espada, cada vez más claras, más definidas, de tal forma que hacia 1.100 antes de Cristo, las espadas son ya un producto verdaderamente real y eficaz en términos de fabricación y de uso. Y en ese contexto es donde podemos situar la espada de Sobrefoz», explica De Blas para quien la singular arma de Asturias, por la calidad de su factura, revela que hasta aquí había llegado técnicas que tienen su origen en centroeuropa: «No es un instrumento, un arma, al alcance de cualquiera, son parte del equipo militar de personajes importantes. También nos habla de que estas son sociedades guerreras, en las que hay líderes que se permiten el lujo de llevar armas de gran valor técnico, de gran valor material que en su época eran precisamente el distintivo del poderoso, del líder destacado».

El significado podría ser similar, pero en un salto en tiempo hasta el período final de la Edad del Bronce, en el caso de la datación de los cascos de Ribadesella que para el catedrático de Prehistoria dan cuenta de «la existencia de individuos de un enorme y considerable poder personal, quizá guerreros y además guerreros heroizados; guerreros que tras su muerte se convierten en héroes, en personajes legendarios y míticos». 

Contadas de generación en generación sus hazañas, cada vez más llenas de fantasía, en este tiempo, sobre estos protagonistas está la base de muchas leyendas europeas. Y se confunden los héroes y los dioses. Un ejemplo, quizá, es el ídolo de Peña Tú en Llanes, la representación de un hombre o una divinidad, grabado en la roca y con pintura roja, junto a un puñal una espada corta.

El culto de las minas

Asturias tiene en esa época una importancia relevante porque tiene minas de cobre (el estaño llega desde explotaciones de Galicia, de Ourense, de Pontevedra, del sur de A Coruña), hay un movimiento de población e intercambio de bienes en una sociedad más dinámica de lo que pudiera parecer. El cobre de Asturias se encuentra en lugares tan insospechados como las islas británica o Suecia; entre las minas más destacadas se encuentran la del Milagro, en Onís, o la del Aramo, en Riosa.

Y es esta última, según destaca De Blas, la que ha permitido conocer muchas cosas a los investigadores, ya que es una explotación muy amplia en su época, tiene muy bien  datado el volumen de mineral que se extrae, la profundidad de sus excavaciones. Y también porque ha dado pistas muy especiales sobre las creencias y cultos asociados a estas culturas.

«Es una sociedad que tiene una relación especial con el mundo subterráneo, las galerías cada vez se alejan más de la superficie, llegan a sitios oscuros, a sitios profundos y misteriosos. Todos sabemos, porque sucede en todas las culturas incluso en las épocas históricas, que los humanos entienden lo que produce la naturaleza como un regalo que debe agradecerse con rezos, con ritos, con ceremonias de tipo religiosos», apunta el profesor para detallar que en el caso de Asturias se da la circunstancia e que «tenemos la constancia de más de 80 cadáveres que fueron dejados a lo largo de tiempo en las minas, es un fenómeno muy propio del Aramos, y es algo que se hace para compensar lo que sacan de la tierra».

De este modo, De Blas destaca que se pueden establecer incluso paralelismos con el presente «hace 4.000 años se iniciaba así en Asturias una larga tradición histórica, no continua pero sí frecuente, porque fuimos proveedores de materias primas minerales. Fuimos proveedores de oro a la Roma imperial, y de carbón a la España industrial y, y empezó con el cobre como episodio inaugural de los mercados metalíferos de la primeras civilizaciones europeas».

Los tatarabuelos de los astures

¿Quiénes eran los pobladores de Asturias en ese tiempo? Muchos siglos después, con la llegada de los romanos y la escritura, cuando de verdad estos valles y montañas entren en la historia, recibirán el nombre de astures de parte de sus conquistadores. Pero sus tribus mantienen denominaciones que incluso han llegado hasta el presente, los pésicos, los luggones. «No hay ruptura de población, llegan gentes de Europa y es algo que cada conoceremos mejor gracias al ADN, pero la base de población es la misma, son sus tatarabuelos».

Hacía el final del bronce es cuando aparecen los primeros vestigios de enterramientos válidos para los investigadores, y también los poblados fortificados: los castros. «Hacia ese año 800 (A.C)  todo es más visible para nosotros porque aparecen los poblados, lo que llamamos castros, la gente empieza a agruparse, se fortifica con murallas y fosos, es el bronce final». La época inmediatamente anterior al hierro, un mineral mucho más extendido, y que, en cierta medida, salvando las distancias, según explica De Blas va a «democratizar» las armas de metal, que ya no serán, como en el bronce, la herramienta especial del héroe de leyenda.