La precarización del mercado laboral, su desacople del sistema educativo y las débiles redes de protección han frenado el ascensor social en España, aumentando los niveles de desigualdad y reavivando en las últimas semanas un debate social y político sobre la meritocracia, ese mantra de que con esfuerzo y trabajo duro cualquiera, con independencia de su origen, puede llegar donde se proponga. La realidad de los datos, sin embargo, muestra que el factor clave para determinar el éxito económico de un individuo sigue siendo el nivel de ingresos de sus padres, especialmente si este es elevado. Así, un análisis sobre movilidad intergeneracional de la renta elaborado por el investigador Javier Soria Espín para Esade concluye que, alcanzada la treintena, aquellos cuyos progenitores se ubicaban en el 10 % de la población más rica tenían un ingreso medio anual de 29.590 euros, casi el doble del que promediaban los hijos del 10 % más pobre (16.775). El estudio también constata que los hijos de familias asturianas situadas en el 25 % más pobre que no salen de la región se mantienen por debajo de la media de ingresos que los que emigran fuera a zonas con más oportunidades.
Cuando más se escala, mayores son las diferencias. Así, los hijos del 1 % con más renta logran unos ingresos promedio de 39.602 euros, más de 20.000 por encima de una familia en la mediana. Otra forma gráfica de ver cómo en ese ascensor social no todos parten de la misma planta está en que, entre el 1 % más rico de la sociedad, nueve de cada cien son personas que provienen de hogares que ya pertenecían a ese selecto grupo (cuando, en una sociedad perfectamente igualitaria, la proporción debería ser del 1 %), mientras que no llegan a cuatro de cada cien los que nacieron en hogares entre el 10 % más pobre. Simplificando las cuentas, es 24 veces más fácil acabar en lo más alto de la pirámide de renta si por cuna se parte de ese punto que si hay que escalar todo el edificio.
La rentabilidad de migrar
A estos dos factores hay que sumar un tercero: el geográfico. El estudio subraya que las zonas de España donde existen menos diferencias de renta entre los hijos de familias pobres y ricas «tienden a ofrecer mayores oportunidades de ascenso social a los hijos de familias más pobres, salvo en contadas excepciones». Una de ellas es, precisamente, Asturias, donde la brecha de ingresos es mucho más reducida que en Andalucía o Extremadura, pero es igual de difícil que allí que los hijos mejoren sustancialmente la posición económica de sus padres. «No hay tanta desigualdad, pero hay un inmovilismo social» que «perpetúa las desigualdades existentes», explica el autor del informe.
En este también se expone los efectos beneficiosos que, a nivel de renta, tiene mudarse a las que califica como áreas de oportunidades («zonas que promueven la ascensión social de los más pobres»). Así, salvo en Madrid y Barcelona, los hijos que se mudan fuera de su provincia mejoran su posición económica respecto a los que permanecen donde nacieron. Un efecto que es intenso en Asturias, donde los hijos de familias situadas en el 25 % más pobre que no salen de la región se mantienen diez puntos por debajo de la media de ingresos (en el percentil 41), mientras que los que emigran fuera se sitúan casi 20 puntos por encima.
Además, aunque se pudiera pensar que el efecto migratorio en el incremento de ingresos estuviese condicionado de partida por unas mejores condiciones económicas del hogar de procedencia (al poder permitirse enviar a sus hijos a estudiar fuera), el análisis por nivel de renta muestra que la tendencia se mantiene en toda la muestra analizada y que, de hecho, el efecto solo se diluye entre los hijos del 10 % más rico, donde la brecha de ingresos entre los que migran y permanecen en sus provincias de origen es más reducida.
El estudio destaca que esas desigualdades son mayores en el caso de las mujeres, que tienen una movilidad intergeneracional más baja que los hombres, salvo las que pertenecen a familias adineradas. Así, si se toma un hogar en la mediana de ingresos, la renta de los hijos varones, al llegar a adultos, supera en casi 2.800 euros a la de las hijas, una diferencia del 13 %. Los expertos atribuyen la brecha a que, aunque las tasas de educación superior femenina superan ya a la de los varones, esto no se refleja aún en el mercado laboral, donde tienen una menor representación en puestos de responsabilidad.
No se trata, en cualquier caso, de un fenómeno español. Un estudio del departamento de vivienda estadounidense, que dio ayudas a familias de bajos ingresos que residían en viviendas públicas en zonas económicamente deprimidas para trasladarse a mejores barrios, para ver si esto mejoraría los resultados socioeconómicos de sus hijos, comprobó que aquellos menores que se trasladaron a zonas de baja pobreza antes de los trece años experimentaron un incremento medio de renta del 31 % respecto a sus padres.
Los efectos, además no eran solo económicos, reduciendo también las tasas de obesidad extrema, diabetes, limitaciones físicas e incluso las probabilidades de entrar en la cárcel.
La barrera de la vivienda
Ante estos resultados, Soria advierte, en el informe, que la subida del precio de la vivienda en España (tanto en propiedad como en alquiler) «puede representar un freno a la movilidad intergeneracional en tanto que impide, entre otros motivos, mudarse a las oportunidades», por lo que reclama un sistema de ayudas para favorecer la migración interna a zonas de baja pobreza.
En cualquier caso, como recuerdan los sociólogos Antonio Izquierdo y Raquel Martínez, el de la movilidad intergeneracional es un fenómeno multicausal, que no se puede analizar solo desde el prisma económico, criticando que se tome la renta o la riqueza como único medidor de éxito. En ese sentido, reivindican la «rentabilidad social de la educación», aunque esta, por la precarización del mercado laboral en los últimos años, no siempre lleve aparejada una mejora en la posición económica. Por su parte, el economista Alberto Vaquero advierte de la necesidad de hacer reformas fiscales que mejoren el reparto de la riqueza y permitan financiar políticas de igualdad de oportunidades para evitar que el ascensor social se averíe definitivamente.