El presidente de la Asociación Asturiana de Salud Mental advierte de que el descuido de la atención primaria de los últimos años ha supuesto un caldo de cultivo para la prescripción de estos fármacos, cuyo consumo es elevado y sigue creciendo
09 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.¿Por qué el consumo de psicofármacos en España es tan elevado? ¿Por qué su venta sigue creciendo? ¿Han aumentado los trastornos relacionados con la salud mental? ¿Se resuelven problemas cotidianos de la vida recurriendo a estos fármacos? «Las cifras muestran que, en efecto, el consumo de psicofármacos en España es elevado. Las cantidades de ventas de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes ponen de manifiesto un crecimiento continuado, pero no solo en España, también en el resto de países europeos», asegura Pedro Alberto Marina, psiquiatra en el centro de salud mental de La Ería, profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Oviedo hasta 2017 y presidente de la Asociación Asturiana de Salud Mental (AEN).
España, añade, ocupa los primeros puestos en consumo de ansiolíticos, detrás de Portugal y Francia, pero se mantiene en la media en cuanto al consumo de hipnótico-sedantes y antidepresivos. El crecimiento del consumo de estos fármaco se ha mantienen los años de pandemia y Asturias, con cifras elevadas también el consumo de ansiolíticos, no es una excepción.
Según Marina, los factores que explican este crecimiento en el uso de psicofármacos van más allá de los sanitarios y, aparte de los relacionados con la industria farmacéutica, tienen mucho que ver con las exigencias sociales actuales. «Actualmente una parte de la población de los países de nuestro entorno aprecia en ocasiones un malestar relacionado con los problemas de la vida cotidiana que los lleva a pedir ayuda al sistema sanitario y la respuesta de este, en muchos casos, es la prescripción de un ansiolítico. Es decir, hay una tendencia a la medicalización de estos problemas. Por tanto, es una expresión de cómo nuestra sociedad aborda estos conflictos».
Pensamiento positivo y competencia hasta en el ocio
Escasa tolerancia al fracaso y a la frustración, negación de emociones tan humanas como la tristeza o el miedo, búsqueda de soluciones fáciles y rápidas para todo son situaciones muy comunes en la cultural occidental. «Vivimos en una sociedad que comparte y admite que todo el mundo debe dar el máximo en el trabajo, ante la adversidad y hasta en el ocio, donde se da una competencia inaudita de ‘me gustas’. Y si no se logran los objetivos es porque no se ha hecho el esfuerzo suficiente. Y si se fracasa hay que volver a intentarlo», resume Marina para explicar por qué las dinámicas sociales no son nada propicias.
«La clave del pensamiento positivo es que la felicidad es cosa de cada uno y si no se alcanza es por nuestra culpa. Los condicionantes sociales se desdibujan. De este modo cada uno se ocupa de sí mismo, de su propia psicología, en lugar de cuestionar críticamente la cuestión social», añade el psiquiatra, que parafrasea al filósofo Byung-Chul Han, en La sociedad paliativa, al advertir de que «la exigencia de optimizar el alma oculta las injusticias sociales» de manera que «los problemas de salud mental dejan de ser contextuales, presentados en medio de la confrontación del individuo con su entorno, y pasan a ser responsabilidad del sujeto». Con estas premisas, continúa Marina, «si uno se encuentra mal deja de mirar al entorno, mira hacía dentro, siente el malestar como producto de déficits personales y acaba en el centro de salud».
Marina recuerda que también el filósofo y psicólogo conductista B. F. Skinner advertía ya hace años de estos peligros cuando aseguraba que «recurrir a estados mentales y procesos cognitivos es una desviación que bien podría ser responsable de gran parte de nuestros fracasos en la solución de nuestros problemas» y daba las claves para afrontar las situaciones que llevan a un buen número de personas a consumir psicofármacos: «Si necesitamos cambiar nuestra conducta, solo podemos hacerlo cambiando nuestro medio ambiente físico y social. Escogemos el camino equivocado desde el principio cuando suponemos que nuestra meta es cambiar la mente y el corazón del hombre y la mujer, en lugar del mundo que ellos viven».
Las carencias del sistema público de salud
En todo caso, Marina considera que llegar a un centro de salud para solucionar esas situaciones personales no es mal destino. «Los centros de salud están dotados de personal capaz de apreciar lo psicológico entrelazado con lo físico y lo social y de este modo recoger y orientar estos malestares y evitar su medicalización», señala, sin obviar no obstante la falta de personal en la sanidad pública. «El problema es el descuido al que se ha visto sometida la atención primaria en los últimos años, con una dotación empobrecida de recursos materiales y humanos que ha llevado a una sobrecarga asistencial que impide dedicar a los pacientes el tiempo que necesitan». Y, en estos casos, «es un caldo de cultivo para la prescripción de psicofármacos».
Marina, en este sentido, recuerda que en los últimos años, tras la crisis de 2008, el sistema sanitario público se ha ido debilitando debido a recortes y políticas de austeridad y que la desinversión no ha sido homogénea, afectando sobre todo a la atención primaria -cuyo gasto en personal creció un 49% menos que en los hospitales- y a los recursos más comunitarios como la salud pública y la salud mental. «Para cuidar la salud mental de las personas es fundamental una atención primaria protegida y bien dotada que le permita ejercer sus atributos y funciones principales, entre las que está la integralidad o perspectiva biopsicosocial, y la capacidad de los profesionales para acompañar a las personas a lo largo de los distintos procesos de salud de sus vidas, lo que aporta un conocimiento mutuo que permite una atención centrada en la persona y no en la enfermedad», señala.
Centros de salud mental desbordados con casos que no les corresponden
Una alternativa que se ha barajado es incorporar psicólogas/os clínicos a los centros de salud. «Es una buena opción porque se trataría de dar una atención al malestar de los pacientes basada en técnicas psicoterapéuticas y no en fármacos, pero debe ofrecerse en un contexto de mejora de la dotación general de la primaria y de una fluida relación e integración con los recursos comunitarios de atención a la salud mental», explica Marina, que indica que el objetivo debería ser poder distinguir aquellas personas cuyo malestar surge de exigencias sociales, y por lo tanto pueden ser orientadas para una solución en dicho contexto, de aquellas que presentan un trastorno que necesita una atención especializada.
«Si el filtro no funciona, tanto la psicología de primaria como los centros de salud mental se saturan y desbordan con casos cuya atención no les corresponde», dice Marina, que explica que si las condiciones ya eran precarias antes, con la pandemia de coronavirus se han acentuado: «Los pacientes con trastornos mentales graves, identificados como uno de los colectivos que más ha sufrido las consecuencias pandémicas, junto con los jóvenes y ancianos, presentan unas necesidades que requieren toda la atención de los profesionales de salud mental».
El diagnóstico de depresión y ansiedad crónica no crece
Pese a que el consumo de psicofármacos no deja de aumentar, lo cierto es que la prevalencia de los trastornos relacionados con la salud mental en España no se ha incrementado. Marina aporta los datos de la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud 2022-2026, que sitúan en un 5,25% el porcentaje de personas diagnosticadas de depresión en España y en un 4,8% el de la ansiedad crónica, con la mayor representación en ambos casos en las mujeres. Sí se está dando, según indica el psiquiatra, una mayor necesidad de asistencia por descompensaciones y recaídas.
Marina insiste en que es necesaria una dotación adecuada de personal que aborde estas situaciones, de manera que en los tratamientos intervengan distintos profesionales imprescindibles en los equipos de salud mental como psiquiatras, psicólogos, personal de enfermería, terapeutas ocupacionales y trabajadoras/es sociales. «Sin embargo, la disponibilidad de profesionales en España y en Asturias está por debajo de las recomendaciones, tanto en el número de psiquiatras en centros sanitarios como la situación de psicólogas/os y de enfermería especializada en salud mental, que es aún más grave», lamenta.
El potencial preventivo de la intervención psicológica
En todo caso, explica que no solo se trata de tener un número suficiente de profesionales, sino que lo fundamental es la tarea que realizan. Menciona en este sentido las recomendaciones que hace años realizaba la Organización Mundial de la Salud (OMS), enfocadas a un modelo comunitario que por ejemplo apoye a las personas que acuden a los servicios de salud mental en el proceso de recuperación y haga uso de intervenciones efectivas basadas en la evidencia.
Marina también pone como ejemplo de que el modelo basado en el diagnóstico, la medicación y la reducción de síntomas no ha obtenido los resultados deseados un estudio que se realizó en Estados Unidos, Canadá, Australia e Inglaterra entre 1990 y 2015, cuyos resultados fueron publicados en 2017 y que, entre sus conclusiones, ponía énfasis en la prevención al evidenciar que las intervenciones psicológicas pueden tener efectos preventivos tanto en jóvenes como en adultos. «Este estudio pone de manifiesto que hay un considerable potencial preventivo en la modificación de factores de riesgo, como conductas parentales, entornos escolares, condiciones en el lugar de trabajo, tipo de alimentación y conductas relacionadas con el estilo de vida. Gastar en prevención ahorra en psicofármacos», concluye Marina.
Más si se tienen en cuenta por ejemplo los datos sobre el consumo de hipnosedantes del último informe de la Encuesta Domiciliaria sobre Drogas, que fue publicado en 2021 y que refleja que se ha producido un incremento de personas que han tomado estos fármacos alguna vez en la vida alcanzando el máximo de la serie histórica con un 22,5%. También que ha crecido el porcentaje de personas que han empezado a consumirlos durante el último año que más de una cuarta parte de las mujeres de 15 a 64 años ha consumido hipnosedantes, con o sin receta, alguna vez en su vida o que esta sustancia registra mayor peso entre las personas de 35 años.
En cualquier caso, existen situaciones en las que la prescripción de psicofármacos está plenamente indicada. «Dicha indicación debe basarse en una cuidadosa historia clínica que permita realizar un diagnóstico y elaborar un plan de tratamiento, que puede incluir el psicofármaco. Es un derecho del paciente que el plan sea debidamente explicado y consensuado», indica Marina.