Un grupo de soldados y brigadistas internacionales protagonizaron la primera y más espectacular acción de comandos de la Guerra Civil
20 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Es una cálida noche del 21 de mayo de 1938. Un grupo de comandos se prepara, en la localidad de la costa granadina de Castell de Ferro, para salir en dos lanchas en dirección a un balaurte situado a unos diez kilómetros hacia el oeste. Comenzaba la primera y más espectacular acción de comandos de la Guerra Civil española en la que fueron liberados más de 300 presos asturianos: la Operación Carchuna.
Se trata, según los expertos, de la más audaz de las acciones realizadas por el ejército regular español -al menos durante la guerra-, como lo que hoy haría un grupo de operaciones especiales, y fue ejecutada con éxito por un grupo de militares republicanos apoyados por dos combatientes de las Brigadas Internacionales. Unos años más tarde, Churchill impulsaría con entusiasmo acciones de este tipo con su grupo de comandos (SAS).
Volvamos un poco atrás, un tiempo antes de que comenzara el asalto. Sobre la playa de un soñoliento pueblo costero cercano a Motril (Granada), Carchuna, se encuentra el castillo o fuerte de ese nombre controlado por el ejército franquista. En una construcción sólida, no muy grande, que se levantó en el siglo XVIII como defensa contra las incursiones piratas.
En el año 1938, muy cerca de este lugar está la línea del frente entre ambos bandos de la Guerra Civil. El ejército sublevado convierte el fuerte en una cárcel donde 300 presos asturianos cumplen pena de trabajos forzados. Realizan la tarea de allanar los alrededores para que fueran usados como pista de aterrizaje de los aviadores nazis de la Legión Cóndor.
Un panfleto del Gobierno republicano (Fuerte de Carchuna. Editado por la Subsecretaría de Propaganda. Delegación de Madrid, 1938) contiene una narración de los hechos obviamente teatralizada y plagada de superlativos, pero que describe casi minuto a minuto la acción con detalle. Así viene a describir lo que ocurrió:
Las condiciones, como es habitual en este tipo de penales, son muy duras bajo el sol de Granada. Cuatro de los oficiales republicanos, Joaquín Fernández Canga, Secundino Álvarez Torres, Esteban Alonso García y Cándido Adolfo Muriel López, reúnen valor y consiguen fugarse a pie por los montes cercanos hasta las líneas republicanas, unos kilómetros hacia el este.
Según la hija del teniente Joaquín Fernández Canga, Marie, en el libro Por las huellas de la Guerra Civil, él habría sido uno de los principales motores, tanto de la fuga como del rescate, aunque en el escrito republicano no se mencione así. Langreano de nacimiento, a Joaquín y su hermano Higinio habían salido en julio de 1936 en las columnas de mineros que iban hacia Madrid y volvieron con la sublevación de Aranda en Oviedo. En ese momento conoce al gijonés Luis Bárzana, cuenta Marie Fernández. En el fuerte se encarga, mientras está preso, de arreglar piezas y equipos eléctricos. Al mismo tiempo, cada vez que sale, no deja de observar el entorno para planear la fuga.
Sea como sea, consiguen llegar con los suyos. Ahí comienza la planificación de la mano del comandante Bárzana, que casualmente está en ese punto del frente. Había combatido contra los sublevados en Gijón al estallar la guerra, estuvo al mando de la 10.ª Brigada asturiana y de la 57.ª División hasta que cayó el Frente Norte. Después, se desplazó a la zona central republicana y fue jefe de las divisiones 71.ª y 21.ª
No quieren perder el tiempo. En menos de 48 horas reúnen a un puñado de hombres, Los Niños de la Noche, que se embarcarán en una misión que parece propia de un guion de película. El riesgo de ser descubiertos y asesinados era enorme; las probabilidades de liberar a los asturianos del fuerte, escasas.
Una vez consiguen pasar a las líneas republicanas, convencen a Bárzana para organizar el rescate de sus compañeros. La Operación Carchuna comienza en realidad el día 21 de mayo, pero una avería y un error de rumbo separa a las embarcaciones, por lo que se aborta la operación. No será hasta la noche del 23 cuando los asaltantes ejecutan el asalto definitivo.
En marcha hacia el fuerte
Además de los tenientes Joaquín Fernández y José Fernández; sus tres compañeros de fuga, los también tenientes Secundino Álvarez (natural de Sama de Langreo, de 25 años), Esteban Alonso (minero de 23 años) y Cándido Adolfo Muriel (mecánico, 23 años), así como dos miembros de las Brigadas Internacionales: Irving Goff (un duro y valiente judío de Brooklyn de 38 años) y William Aalto, también neoyorkino, dos personajes que parecen sacados de una novela. Completa el grupo una treintena de suboficiales y soldados especialmente entrenados en guerrillas, así como un comisario político.
Calculan el armamento que será necesario: fusiles, ametralladoras, armas cortas y granadas o bombas pequeñas. El teniente Bill (William) Aaalto será el jefe de expedición. A bordo de dos barcas atadas con un cabo, parten rumbo a Carchuna a las diez de la noche. Alcanzan el punto previsto, a la altura del faro de Sacratif, donde consiguen desembarcar con no pocas dificultades, lanzándose al agua con el material para vadear los últimos metros.
La ventaja es que los evadidos conocen la zona. Todo está tranquilo esa noche, cuando controlan el camino entre el fuerte y el puesto de mando enemigo. El teniente ayudante de Bárzana será ahora el encargado de liderar el grupo de asalto al fuerte cuando está despuntando el día. Poco a poco, se acercan a los gruesos muros del fuerte, arrastrándose, y cercan el edificio: no los han visto los centinelas. Cuando estos aparecen, ya es demasiado tarde y obligan a rendirse a dos de ellos. Un tercero hace amago de disparar y es herido en las piernas por el teniente Muriel.
Después, todo transcurre muy rápido. Un breve tiroteo, lucha cuerpo a cuerpo y otro centinela muerto. Abren las puertas y liberan a los confusos prisioneros, mientras los soldados de la guarnición se rinden. Pero antes, sentencian a muerte al alférez que comandaba a los carceleros, así como a tres sargentos y el cabo furriel, todos ellos responsables de los malos tratos hacia los presos: allí mismo son asesinados. El propio informe del servicio de Propaganda no omite ni una coma acerca de esta ejecución extrajudicial que considera justificada.
Tras muchos vítores a Asturias, reparten los fusiles máuser de la guarnición entre los presos y parten a enfrentarse con los soldados franquistas que les cerrarán el paso en la carretera. Alguno cae herido o muerto en la refriega, como Gabino García Díaz.
Finalmente, y tras varias escaramuzas, consiguen llegar a las líneas republicanas en dos grupos. La operación ha concluido con un éxito espectacular y muy pocas bajas. El 27 de mayo de 1938, poco después de su liberación, se celebró un gran acto homenaje en Almería para rendir tributo la liberación de aquellos 300 presos. Hoy día, una placa en el fuerte recuerda aquella proeza protagonizada por asturianos.
Al terminar la guerra, el destino de todos ellos, como es lógico, fue muy diverso: Luis Bárzana fue encarcelado y, tras ser liberado, murió en un accidente en 1947. Joaquín Fernández emigró, después retornó a España en 1981 y falleció en 1988. El célebre Irving Goff siguió combatiendo, tanto en la Guerra Civil como en la Segunda Guerra Mundial, y falleció en California en 1989 (está enterrado en el cementerio de Arlington por sus hazañas). Su compañero Bill Aalto, tras una vida muy azarosa, falleció de leucemia en 1958. Y las vidas de los soldados asturianos que sobrevivieron continuaron por los conocidos derroteros que marcó una durísima posguerra.