Juan Jareño, diseñador: «La situación para el diseño gráfico no es la mejor de las posibles»

Marcos Gutiérrez ASTURIAS

ASTURIAS

Juan Jareño, diseñador gráfico
Juan Jareño, diseñador gráfico

Este profesional gijonés acaba de ser reconocido con cuatro menciones en los premios Anuaria, la gran cita nacional anual del sector

28 feb 2022 . Actualizado a las 13:02 h.

El diseñador gráfico Juan Jareño (Gijón, 1968) acaba de recibir cuatro menciones en la última edición de los premios Anuaria, la gran cita nacional anual del diseño gráfico. Son los últimos reconocimientos de una larga lista que acumula este profesional que, por cierto, rehúye del término «artista». El autor de imágenes tan icónicas como la materialización de las ‘Letronas’ de Gijón o la última escenografía de los Premios Princesa de Asturias cree que la situación en su sector «no es la mejor de las posibles» tras la pandemia, si bien considera que el nivel de los diseñadores que trabajan alejados de las grandes ciudades españolas es más que satisfactorio.

-En la última edición de los Premios Nacionales de Diseño Gráfico, Anuaria, cuatro campañas de su estudio para el Ayuntamiento de Gijón fueron reconocidas en las categorías de mejor cartel, mejor campaña de interés social y dos a la mejor campaña de publicidad comercial. ¿Qué suponen este tipo de reconocimientos?

-Es un respaldo, porque en estos últimos tiempos llegas a cuestionarte un poco de qué sirve el talento e incluso si lo tienes o si lo valoran los clientes. Lo bueno de los premios es ganarlos, porque es un impulso anímico y un refrendo importante al trabajo, sobre todo porque al cliente le refuerza en su idea al haber elegido a un diseñador y apoyado las ideas que este le ha propuesto. La peor parte es cuando te presentas y no ganas, ya que tiene el efecto contrario. Luego también ayuda a ver el posicionamiento de la gráfica, no ya asturiana sino periférica. De esos profesionales que estamos currando en el perímetro nacional de Barcelona, Madrid, Sevilla… también está la consideración de aquellas personas que no saben a qué te dedicas, qué haces o qué valor tiene lo que haces.

-¿Ha afectado mucho la pandemia al sector del diseño gráfico?

-Es una situación contradictoria. Ha servido para testar una realidad sorprendente. Cuando las administraciones han dispuesto de esa posibilidad, con la apertura de gasto por la urgencia de la pandemia, de una cierta desaparición de límites, hubo en el mercado un montón de dinero y opciones de venta y compra. Eso a nosotros nos ha beneficiado ya que, de repente, se incrementó la producción de cajas y sus diseños, de campañas… no se puede valorar como un periodo de encogimiento, que sí ha venido después. Con la normalidad han regresado los esquemas administrativos habituales y rígidos. Ahora mismo el mercado se ha enfriado, lo estamos pagando ahora y lo haremos a la larga, porque hay temor al gasto y a un montón de cosas. Se nota en los precios y en la desaparición de mercado. No percibo la situación como la mejor de las posibles.

-El pasado año las ‘Letronas’ de Gijón cumplían una década. ¿Se siente un orgullo especial al ser el ‘padre’ de uno de los símbolos más importantes del Gijón contemporáneo?

-Fíjate que me cuesta decir que sí. Es algo que ha trascendido más allá de lo que nadie esperaba y que surgió un poco por casualidad. Al final nacieron como un regalo y se han convertido en un símbolo porque la gente ha querido que así fuera, no porque lo sean. Ese trabajo lo tuve siempre como un reto. El logotipo ya existía y mi trabajo era transformarlo en una estructura. Eso que fue algo muy difícil en cuanto a su planteamiento y resolución volumétrica al final lo veo allí y de alguna manera me cuesta hacerlo como mío. No soy una persona muy regalada de mis proyectos, porque tu vida profesional te lleva por caminos increíbles.

-¿Qué caminos, por ejemplo?

-Pues hacer, por ejemplo, como hice el año pasado toda la escenografía nueva que se puso en el teatro Campoamor para la entrega de los Premios Princesa de Asturias. Renovar ese escenario después de tantos años siendo el que era fue una labor absolutamente increíble. O también darle forma a la Fábrica de Armas. Pero el día a día te sigue obligando a hacer pequeños trabajos que son de los que comes. Entre lo que brilla y lo que necesitas tiene que haber un equilibrio. Lo importante es tener los pies en el suelo y no pensarte muy grande, porque de cada trabajo aprendes cosas.

Juan Jareño en su estudio, junto a su ayudante Javier Nistal
Juan Jareño en su estudio, junto a su ayudante Javier Nistal

-¿En este tipo de proyectos, contar con una idea clara por parte del cliente ayuda o coarta en cierta medida la libertad del diseñador?

-Creo que entre cada cliente y cada diseñador hay una relación muy parecida a la que existe en el mundo de la moda. Cada novia tiene su vestido perfecto. A mí los clientes acuden por el trabajo que hago y ya conocen. Si yo soy el perfil que necesita su idea yo puedo adaptarla y realizarla. Si no, realmente es imposible y lo va a pagar el trabajo.

-¿Concibe el diseño gráfico como una forma de arte?

-Yo no considero a los diseñadores artistas. Cuando un cliente nos encarga un trabajo nuestra obligación es que, cuando la gente se ponga delante, diga «me gusta». Estamos muy mediatizados por la obligación de comercializar, gustar o cautivar a aquella persona que va a ver aquello que tú haces. No tenemos la opción de que eso no sea así. No contamos con la posibilidad de la creatividad libre. Nuestra creatividad está sometida a un fin, que es el que busca el cliente.

-Recientemente se anunciaba que la tienda Calzados Chiqui cerraba sus puertas. ¿Cree que su emblemático cartel debería conservarse de algún modo?

-Estaba un poco ajeno a la polémica, pero hay un ejemplo muy bueno, que es el del toro de Osborne. Los trabajos tienen el valor emocional y el artístico. El primero lo podemos emitir cada uno y el segundo lo deben emitir expertos. Algo, por el mero hecho de ser antiguo, no tiene por qué ser válido. Si vas a Las Vegas hay un museo exclusivamente dedicado a los rótulos luminosos de los casinos que se han ido retirando. Todo eso junto constituye una verdadera historia gráfica de la ciudad. A mí me parece un patrimonio gráfico. Es la creación de símbolos que, de manera voluntaria o involuntaria, se acaban quedando grabados en la historia de la ciudad y hacen que esté viva. ¿Tiene que condicionar el futuro de la ciudad? Pues yo creo que no. ¿Tiene que desaparecer, tirarse a la basura y ser destruido? Pues considero que tampoco. Creo que sí tiene un valor para que esté en un lugar acompañado de su historia fotográfica y emocional, porque eso tiene un sentido. Me cuesta pensar que eso tenga que desaparecer. Piensa que a mí me compraba mi madre zapatos en Chiqui y me senté en esos columpios que había para que te probaras el calzado. Columpios que, por cierto, tapizó mi padre. Hay gente capacitada para valorar eso. Yo, desde luego, lo conservaría sin ninguna duda.