Una víctima de los abusos de la Iglesia: «Te pegaban si te masturbabas, pero luego era lo que hacían contigo»
ASTURIAS
Agustín Molleda, leonés afincado en Gijón, denuncia el horror que vivió durante 10 años en un orfanato regentando por frailes
10 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Cada vez son más los casos que salen a la luz de personas que durante su infancia han soportado todo tipo de abusos por parte de miembros de la Iglesia. «Lo interiorizamos tanto que creíamos que era normal. El miedo te acompañaba en el día a día», asegura Agustín Molleda, quien durante diez largos años ha vivido un auténtico infierno con unos curas en León. Desde estar varios días sin comer hasta tener que hidratarse con el agua del retrete por pura necesidad. De recibir golpes con barras de hierro a presenciar como un amigo tuvo el pene atado con hilo bramante como castigo. También, al igual que el resto de sus compañeros, sufrió agresiones sexuales por parte de religiosos. «Te pegaban si te masturbabas, pero luego era lo que hacían contigo», lamenta este berciano de 73 años afincado en Gijón desde hace décadas.
Aunque su vida no fue nada fácil desde que vino al mundo -«por circunstancias de aquellas años de posguerra a los dos días de nacer mi abuelo me entregó al Hospicio Viejo de León porque mi madre era una mujer soltera y no estaba bien visto que se hiciese cargo de mi sola»-, todo se convirtió en un horror cuando Agustín Molleda tenía seis años, momento en el que fue trasladado a la Ciudad Residencial Infantil San Cayetano. Un orfanato regentado por los Terciario Capuchinos, «ahora son llamados amigonianos» -, donde «entre 1955 y 1965« sufrió no solo malos tratos sino también abusos sexuales por parte de frailes.
Abusos físicos y sexuales
«Eran unos auténticos canallas, miserables… predicaban mucha religión pero luego ellos no ejercían como pastores de la Iglesia sino como pastores de borregos porque así nos trataban. Nos trataban como delincuentes cuando tan solo éramos unos huérfanos», clama Agustín Molleda. «Tan fuera estábamos de la realidad que ya veíamos normal que te diesen un bofetón por cualquier cosa, que te dejasen sin comer porque haya perdido el Burgos un partido de fútbol, que te pegasen con la hebilla del cinturón en la espalda hasta zurcirte, que fuésemos a comulgar y el cura te estuviera esperando para pegarte, que te sentasen encima de sus piernas y se restregaban todo el rato o, incluso, fuesen a misa después de masturbarse o meterse en la cama con un chico», detalla.
En este punto, Agustín Molleda señala que en su caso tuvo suerte, ya que «una vez uno lo intentó conmigo, me había desnudado y estábamos en la cama, pero le llamaron de dirección y tuvo que irse sino me coge ahí vivo. A otros les pillaron infragantis y les dieron bien dado». No obstante, el leonés señala que el problema radica en la vulnerabilidad. «Como no teníamos un referente en la calle y estábamos solos, puesto que no teníamos a quien dirigirnos dado que no teníamos padres, todo se quedaba entre nosotros». «Nuestra fuerza física era nada y éramos totalmente ignorantes porque en vez de enseñarnos la vida nos enseñaban el mal». Además, «la sociedad de entonces no estaba preparada para asumir todo esto. Como estábamos en una dictadura todo valía y el todo incluía abusos sexuales, físicos y psicológicos», añade.
No fue hasta pasados diez años, cuando Agustín Molleda y sus compañeros se dieron de bruces con la realidad. «Echaron a estos frailes y trajeron a los jesuitas. Al ver su forma de actuar, no nos creíamos que lo que estábamos viviendo era lo normal», confiesa. A la par, a estos clérigos les parecían imposible las duras vivencias que estos jóvenes muchachos habían sufrido entre aquellas cuatro paredes. «Fuimos muy valientes. Era una guerra, que ellos ganaron pero que resistimos».
Borrón y cuenta nueva
Tras abandonar del orfanato lo único que les preocupaba era «encontrar un puesto de trabajo y tener un sitio donde comer y dormir», confiesa Molleda. Al salir con una mano delante y otra detrás, era el momento perfecto de hacer borrón y cuenta nueva. «Yo me marché a Valladolid a estudiar. Estuve ausente durante mucho tiempo de León y el ambiente porque ver todo el día el hospicio, así como a la gente que estuvo contigo era una prolongación de las vivencias».
Unas vivencias que algunos fueron asimilando a medida que se hacían mayores. «Conocías a una mujer y le contabas cómo había sido tu infancia. Distaba mucho de las de ellas y, por tanto, te dabas cuenta de que no eran normales», señala el leonés, quien ha relatado su sufrimiento en dos libros y de vez en cuando todavía acude al hospicio porque «fue mi casa durante muchos años y de no ser por esos curas hubiese sido una infancia ideal en un lugar idílico».
«No se trata de remover el pasado sino lo importante es que esto no vuelva a pasar»
Aunque Agustín Molleda ha digerido ya el infierno por el que pasó, todavía hay muchas víctimas que por pudor o por vergüenza prefieren cargar «con la culpa». Ante esto, defiende que es fundamental denunciar lo vivido. «No podemos callar ante lo que nos hicieron aquellos curas. No hablamos de la Iglesia sino de aquellas curas que la Iglesia u obispos como el de Valencia o el de Oviedo intentan taparlos. Nos privaron de la libertad por el mero hecho de no tener familias y por eso el que tenga que pagar que pague. La Iglesia tiene que sacarlo todo a la luz porque si no lo sacaremos todos los demás. No se trata de remover el pasado sino lo importante es que esto no vuelva a pasar», clama antes de sentenciar con que «el que se olvida de su historia está condenado a repetirla».