Ricardo Menéndez Salmón: «El libro ya no es el depósito por excelencia del conocimiento»
ASTURIAS
El escritor acaba de publicar su nueva novela «Horda», una distopía a modo de parábola que reflexiona en torno a la pérdida del significado de la palabra y la preponderancia de lo visual en la sociedad actual
03 nov 2021 . Actualizado a las 22:28 h.Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) acaba de publicar su nueva novela «Horda» (Seix Barral, 2021). La última obra del autor transita a medio camino entre la distopía de ciencia ficción y la parábola. Trata de un mundo en el que, a fuerza de pervertirlas, las palabras han perdido su significado y los niños, que se han hecho con el poder, han instaurado el silencio como norma e impuesto una suerte de religión de la imagen. En ese escenario, alguien llamado Él intenta darle sentido a todo lo que sucede a su alrededor. El escritor considera que uno de los objetivos de su novela es hacernos «comprender que la tecnología, paradójicamente, puede hacernos vulnerables».
-¿Cuándo y cómo decide empezar a escribir «Horda», su nueva novela?
-Finalizado el otoño de 2017, durante los meses posteriores al otoño del proçés. Aquel espectáculo de relatos enfrentados, manipulación de las palabras y construcción de realidades paralelas fue muy sugestivo a la hora de urdir esta historia.
-«Horda» trata de un mundo distópico en el que los niños se han hecho con la sociedad y han eliminado el uso de las palabras, supeditándolo todo al poder de la imagen. ¿No es ese precisamente, un mundo sin palabras, la pesadilla de un escritor?
-Es posible, pero también es inspirador. Cuando algo se prohíbe o se pierde se vuelve atractivo, sobre todo al constatar lo importante que era. Y también, a efectos prácticos, resultó muy seductor desde el punto de vista de la pura escritura. Ha sido un reto escribir un libro acerca de la prohibición de la escritura, acerca de la claudicación de la palabra.
-¿Es su nueva obra una reflexión sobre hacia dónde nos está llevando esta sociedad digital e hipertecnológica en la que vivimos?
-Es una de las derivadas de la obra, en efecto. Es importante comprender que la tecnología, paradójicamente, puede hacernos vulnerables, entre otras cosas porque cancela formas de relación y de conocimiento que creíamos superadas. Basta pensar en cómo el reciente apagón vivido por la empresa Facebook y sus productos convirtió a buena parte de la humanidad en un organismo ciego y mudo durante horas.
-¿Es también una reflexión del riesgo de un mundo aplastado por un pensamiento único?
-Esa tentación siempre está presente, la del discurso homogéneo y el gregarismo, la pulsión por colectivizar incluso el sentimiento. Pero hay un tipo de literatura que constituye una buena respuesta contra el pensamiento único. No es su antídoto, pero al menos nos recuerda ciertos riesgos.
-¿Hasta qué punto se parece ya nuestra sociedad al mundo distópico de «Horda»?
-Ese mundo cuajado de imágenes y mediadores entre la realidad y su representación es codicioso, crece de forma exponencial. En ese contexto, considero que la referencia a Platón sigue siendo pertinente, casi inexcusable. Llevada al límite, la narración del mito de la caverna propone los riesgos de la confusión entre el mundo y su sombra. O por decirlo en términos contemporáneos, entre el mundo y su simulacro. La proliferación de copias borra todo atisbo de originalidad y niega cualquier sustento genuino. Las pantallas nos regalan un falso sentimiento de comunidad y un no menos falso sentimiento de sabiduría. Pero cuando las pantallas se apagan, redescubrimos nuestros límites.
-¿Han perdido el libro y el papel la condición que tenían de garante del conocimiento?
-Hay un cambio de paradigma. El libro ya no es el depósito por excelencia del conocimiento. O ya no lo es de manera exclusiva ni para todas las personas. Digo esto sin temor, porque los cambios de paradigma no son por necesidad apocalípticos, sino fruto de transformaciones en las sociedades que obedecen, casi siempre, a cambios en los modelos productivos o en las conquistas y tecnológicas.
-Hay varias reseñas que comparan favorablemente «Horda» con obras como «Cero K» de Don DeLillo o «Fahrenheit 451», de Bradbury. ¿Está contento con estas ilustres referencias?
-Por supuesto, pero creo que «Horda» tiene entidad suficiente para explicarse por sí misma, para medirse con su propia peripecia. Acudir a textos consagrados por el tiempo es un modo útil de contextualizar una obra, pero a menudo también una coartada para la pereza crítica.
-Llama la atención que, en el pasado, las grandes novelas distópicas de autores como Orwell o Huxley se ambientaban en futuros más o menos lejanos, mientras que hoy es más habitual pintar distopías en futuros cercanos o en versiones alternativas del presente. ¿Puede ser esto una señal de que nuestra civilización, nuestro presente, es ya una distopía?
-Es cierto que el género dibuja una suerte de paradoja. Mientras que el presente es distópico, es el futuro el que puede parecer anticuado. La distopía no habla de los anhelos por mejorar el porvenir, sino de las ansiedades y terrores actuales. Su matiz pesimista procede de ahí. Habitamos un presente donde parecen haberse cumplido ya muchas de las distopías más influyentes del siglo pasado. La farmacocracia de la que habló Lem, el bienestar químico soñado por Huxley, la videovigilancia de Orwell, la robotización del ser humano augurada por Capek o la presencia del cíborg pronosticada por Gibson definen un día a día que cada vez se parece más a una antigua novela de ciencia ficción.
-Dentro de muy poco se cumple su primer aniversario en la arena política. ¿Cómo valora este tiempo?
-Está siendo intenso y muy aleccionador. Aprendo cosas nuevas cada día y procuro entregarme al servicio público para el que se me ha encomendado con la mayor dignidad posible. Y en el fondo me siento muy afortunado. Ojalá todos los asturianos, al menos una vez en su vida, tuvieran la oportunidad de conocer la institución parlamentaria por dentro.