El premio Princesa de Asturias de las Letras 2021, el novelista Emmanuel Carrère, asegura en público que «la locura y el horror han obsesionado mi vida»

BEATRIZ BLASCO

Cuando uno observa las fotografías que se han publicado sobre Emmanuel Carrère, le parece estar mirando la cara de un tipo bohemio, de un aventurero o un cooperante. La sonrisa tímida, profundas arrugas de juventud, con sus eternas camisetas oscuras, nunca corbata, casi nunca camisa: Es la apariencia casual, modesta y despreocupada de quienes para muchos se eleva como el mejor escritor francés vivo.

Para pasar de la imagen al texto hay que hacer, no obstante, un largo viaje. Pues realmente Carrère ha corrido por el mundo, ha visto, ha vivido. Ha contado. Para empezar, hizo el servicio militar en Indonesia allá por los psicodélicos años 70 y, desde entonces, nunca le ha molestado bajar a la arena, propia y ajena.

Carrère escribe lo que él llama un tanto irónicamente «novelas de no ficción». La explicación es que puede combinar con maestría los datos reales con la confesión en primera persona, algo así como el Nuevo Periodismo que nos intentaban enseñar en las facultades. Obviamente, lo que él construye no se puede incluir en un programa oficial, o todos seríamos Carrère. Su experiencia vital es única, y eso lo exprime con avidez para volcarlo en sus textos.

No le cuesta reconocer que pasó más de una década en psicoterapia, y que eso le ayudó mucho. Quizá por ese motivo tiende a escribir con una base de su propia historia sin tapujos, como hizo en Una novela rusa (2007), donde escribió -contra el expreso deseo de su madre- sobre su abuelo, un emigrado ruso blanco que al parecer se enroló como traductor para el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial y que seguramente fue fusilado en 1944. Bien, no se necesita ser muy imaginativo para intuir el destino de un ruso blanco en el distendido ambiente soviético de la Gran Guerra Patria.

El caso es que los franceses se regocijaron en la herida abierta entre Emmanuel y su madre, la culta Hélène Carrère, conocida como Hélène Carrère d'Encausse, de soltera Zourabichviliuna, destacada historiadora de la Rusia soviética. En el mismo libro, relata la verdadera historia de cómo sorprendió a una novia al publicarle una carta erótica en Le Monde que desbarató su relación en lugar de estrecharla. De pronto, el escritor descubre un gran material para trabajar: él mismo. No como biografía al uso, de un solo consumo, sino como vivencia, como esencia y exorcismo. «La locura y el horror han obsesionado mi vida», ha dicho públicamente. «Los libros que he escrito no hablan de otra cosa».

En su Vidas distintas a las mías (2009), Carrère cuenta la historia real de sus vacaciones en Sri Lanka durante el tsunami de 2004. Luego escribe sobre la muerte, por cáncer, de la hermana de su novia, que era juez. Finalmente, continúa explicando el derecho crediticio francés y europeo, su campo de especialización, en cincuenta páginas que acaban siendo hipnóticas, aunque parezca mentira. Realmente, nada parece mentira en Carrére.

De la ficción a la cruda realidad

Volviendo un poco atrás, Carrère había comenzado su carrera literaria escribiendo ficción, en unas primeras etapas de las que no parece sentirse orgulloso. No puede renegar, sin embargo, de La Moustache (1986), una novela corta y contundente sobre un hombre que se afeita el bigote solo para descubrir que nadie se da cuenta, ni siquiera su esposa, fue su primer éxito. Él mismo dirigiría la adaptación cinematográfica veinte años más tarde. Le siguieron Hors d'atteinte? (1988), sobre un jugador adicto, y Class Trip (1995), sobre el asesinato de un pedófilo.

Y llega el libro con el que se hace famoso, El adversario (2000), que comparan, puede que un poco tontamente, con el totémico A sangre fría de Capote. El paralelismo reside en que narra la historia real de un asesino en serie que acabó con su familia después de fingir ser médico durante dieciocho años. Por lo demás, otro contexto, otro escritor, grande también, pero único. Esa novela fue lo que llamamos un best seller, traducido a más idiomas de los que se puede enumerar y, lo más importante, fue el salto del literato francés hacia una nueva realidad narrativa.

Y a un infierno personal: «Después de El adversario, ya no aguantaba más. Quise escapar. Creí que escapaba amando a una mujer y realizando una investigación», que fue la de su abuelo, el colaboracionista. Así surgió Una novela rusa.

En 2011, recibió el Premio Renaudot por su biografía novelada del escritor, disidente y político ruso Édouard Limonov, con quien vivió durante tres semanas en Moscú durante la preparación del libro. A Limonov, un personaje notable, no debió de gustarle el resultado, pues en público al principio decía no haberlo leído y en privado (según el propio Carrère), que no estaba de acuerdo con lo que ahí se contaba. Al final, no pudo aguantar más y criticó abiertamente ese retrato genial e imperfecto. De todas formas, nunca resulta fácil distinguir entre lo que es biografía y novela, o bien reflexiones del autor. 

Y, ahora que recibe el Premio Princesa de Asturias de las Letras, observemos lo que dice el jurado: «Emmanuel Carrère ha construido una obra personalísima generadora de un nuevo espacio de expresión que borra las fronteras entre la realidad y la ficción. Sus libros contribuyen al desenmascaramiento de la condición humana y diseccionan la realidad de manera implacable. Carrère dibuja un retrato incisivo de la sociedad actual y ha ejercido una notable influencia en la literatura de nuestro tiempo, además de mostrar un fuerte compromiso con la escritura como vocación inseparable de la propia vida». ¿Estará de acuerdo el escritor, que se usa a sí mismo como lienzo, con lo que otros dicen de él? ¿Qué pasaría si alguien decide novelar al novelista? Esa sería una buena pregunta para alguien como Carrère.