Nació entre arcos, hórreos y torres fortificadas, a pocos kilómetros del mar Cantábrico y a menos aún del Valle de Paredes, al que llegó como consorte de la sin par Angelines.
Si todo el concejo de Valdés destaca por su vocación al estudio de la vida, José Manuel Alba no podía cometer una deslealtad con quienes le precedieron, y siempre cultivó su vocación de naturalista, y desde sus años de juventud en Avilés, cuando desempeñaba un cometido de mantenimiento en un complejo fabril.
Tal vez esta mezcla de vivencias y ambientes - el menos ecológico del Avilés del último tercio del siglo XX, y el súper ecológico de su Valdés del alma -, forjaron el espíritu de exploración y lucha constante de esta especie de Darwin a la asturiana.
Al indagar en la atípica biografía de José Manuel, me viene a la cabeza la escasa tradición de activismo medioambiental que tiene Asturias, pese a ser un territorio clave en todas las industrializaciones y avances tecnológicos que ha vivido la Humanidad de todas las épocas. Pero tal vez hayan sido más fuertes desde siempre los intereses políticos y económicos que la libertad de pensamiento en defensa de la naturaleza.
Pues bien, José Manuel Alba parece contradecir esa tendencia, pues la defensa del Valle de Paredes forjó en él un auténtico activista medioambiental, cuya conciencia creció en el marco del movimiento vecinal de los años 90 del siglo XX. Ese que plantó cara a la explotación de una mina de feldespato que casi se carga este valle de la belleza, que ya embelesó a los romanos y no solo por el brillo del oro de sus entrañas.
A la par que crecía su espíritu de protección de la naturaleza, también lo hacía su inquietud investigadora, y es en esos años, hace ya unos lustros, cuando conoce a José Rivera Larraya, un romántico enamorado de la naturaleza y de Luarca, como él. Y juntos emprenden una aventura extraordinaria y única: crear uno de los jardines botánicos más fascinantes del mundo. Tanto es así que hoy el Jardín de la Fonte Baixa lleva el nombre de Luarca por todos los rincones, y acerca la botánica a cientos de personas cada día, en un marco sin parangón.
Pero la cabeza de José Manuel no descansa ni en el séptimo sueño, y paralelamente a su mimada Fonte Baixa, también cultiva el fervor por las camelias. Y es que el Darwin de Brieves es uno de los máximos especialistas ibéricos en estas míticas y bellísimas flores.
Y así entre jardines y flores, transcurre su existencia, que desde hace un tiempo anda de nuevo un poco desvelada por el Valle de Paredes, ese Jerte asturiano que José Manuel muestra con orgullo a amigos y peregrinos varios, a sabiendas de que está viviendo una amenaza real con la futura explotación de una mina de oro en el vecino concejo de Tineo, que «heriría» mortalmente las aguas del Esva y por consiguiente el Valle de Paredes.
Los vecinos del valle están más unidos que nunca en el objetivo común de parar el proyecto, pero también se sienten desbordados e impotentes.
Y ahí está José Manuel, cual D. Quijote frente a sus molinos de viento. Con la fuerza de un obrero revolucionario, con la constancia de un labrador, con la humildad de un paisano de los de antaño, con la mentalidad de un explorador, y con el coraje de un guerrillero.
Socarrón, ocurrente, un pelín transgresor y siempre responsable, aborda ahora el reto de salvar el verde Valle de Paredes, consciente de que la unión hace la fuerza y de que la convicción podría mover todopoderosas multinacionales hacia otros lares…
Pues resulta que el otro día, justo cuando se cumplían 25 años del primer descenso ecológico del río Esva, me fui con mi hermano Javi al encuentro de José Manuel, Marisa, Azucena y Juan Manuel. La idea era recorrer un sendero de pescadores a la orilla del río desde la antigua central hidroeléctrica hasta San Pedro de Paredes, pero no pudo ser: la naturaleza se había adueñado del sendero…
Ni corta ni perezosa, me metí en el Esva, para «bautizarme» en sus aguas… La sensación fue la de estar en un balneario al aire libre, de aguas cristalinas, puras, de singular testura, con un aroma que alimenta…
«Oye José Manuel, estas aguas parecen medicinales, no sé, noto algo especial…», le dije. Resulta que un poco más tarde, en el pozo de las nutrias, en San Pedro Paredes - en mi segundo baño del día -, el Darwin de Brieves recordó que cuando era un crío, en casa siempre les decían que metieran los pies en el río para curar las heridas… A todos los presentes nos resultó cuando menos curioso e investigable.
Mi corazón espera un milagro, y es que la última «cruzada medioambiental» de los vecinos y allegados del Valle de Paredes llegue a buen puerto.
Tal vez algún día, cuando alguien recuerde estos momentos, tendrá que escribir que Valdés fue la cuna de Severo Ochoa, de Margarita Salas, o de Gil Parrondo, entre otros ilustres que arrojaron luz sobre la vida. Y también que existió una comunidad vecinal en el Valle de Paredes que fue ejemplo de cívico activismo en defensa del origen de la vida.
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