La actividad comenzará el 15 de junio y cuenta con un recorrido de unos 2.600 metros cuadrados
16 abr 2021 . Actualizado a las 12:18 h.El próximo 15 de junio y hasta el 30 de septiembre la localidad de Barru, en Llanes, estrenará una curiosa actividad. Se trata de un laberinto formado por más de 3.000 cipreses leylandis y con un recorrido de unos 2.600 metros cuadrados. El creador de esta serpentina iniciativa, Esteban Amieva, explica que el tiempo estimado de inicio a fin rondaría los 25 minutos, dependiendo de las habilidades de cada uno. Eso sí, su estructura multicursal obliga a tomar continuas decisiones sobre el camino correcto a seguir.
Este laberinto formará parte del grupo de seis que ya hay en todo el territorio nacional, pero con el objetivo de «convertirlo en el más grande de España». Este rompecabezas natural tendrá un horario de 10.30 a 20.00 horas durante los meses en funcionamiento, con tres tipos de tarifas: estándar, para mayores de trece años y un precio de cuatro euros; reducida, para los niños entre siete y doce años; y gratuita, para los menores de seis. «La verdad es que ha tenido una acogida buenísima. Ya contamos con más de cien reservas», celebra Esteban Amieva.
Si bien averiguar el camino correcto no debería de suponer un gran problema, Amieva aclara que habrá personal repartido a lo largo del laberinto «por si alguien se viera en un apuro y quiera salir rápidamente». Además, se pondrá a disposición de los participantes un código QR en la entrada para escanearlo y dar con la solución, dibujada en una vista aérea, a golpe de clic. Otro de los problemas que han tenido en cuenta son las aglomeraciones dentro de la estructura arbórea. Para evitar la muchedumbre los pasillos han establecido una normativa en la que «entrarán un máximo de entre 20 y 25 personas cada 15 minutos». Asimismo incide en la puntualidad de la cita, ya que guardarán la reserva hasta la hora exacta acordada.
Así nació la idea
Como toda locura, según el propio Amieva, nació de la nada, en este caso de una comida familiar de hace tres años. «Estábamos hablando de que a los terrenos de ahora se les da menos uso que antes porque la gente tiene menos animales y una cosa llevó a la otra», recuerda. Una vez tomada la decisión empezó a informarse sobre los cuidados que llevaría el laberinto, a dibujar el recorrido y, sobre todo, a hacer números.
Rápidamente contactó con un amigo topógrafo, que le ayudó a tomar las medidas de la parcela. «Con una pala, cintas y un poco de spray fuimos trazando el laberinto con líneas. Después, en cada una de ellas plantábamos un ciprés a cada lado, a unos 50 centímetros. De esta manera queda más o menos un metro de pasillo», explica Amieva. Los árboles, que llegaron en un tráiler desde Madrid, tienen una altura aproximada de dos metros y medio. «Cuando llegaron medían como un metro y eran bastantes estrechos. La idea era que crecieran, pero que también ensancharan, como están ahora».