«A los mayores de las residencias, si no los mata el coronavirus, los va a matar la pena por estar aislados»
ASTURIAS
Bea Balbás, enfermera en un geriátrico del ERA, denuncia que en ocasiones los médicos de los centros de salud no acuden a visitar a los ancianos y pautan la medicación o, incluso, la sedación por teléfono
30 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Bea Balbás es enfermera en un geriátrico del ERA, en uno que califica de «pequeño» y que «no ha sido de los más afectados» por el COVID-19. Aún así, cuando accede a hablar con La Voz de Asturias ya acumula muchas semanas de tensión, de preocupación y de cansancio, no sólo por el trabajo que tiene que desarrollar, sino también por las «peleas diarias» que tiene que afrontar para que la atención que reciben los residentes sea la mejor. Por todo ello, confiesa que «estoy un poco de bajón» que procura ocultar cuando llega a su casa. «Tengo mi vida, dos nenas que no quiero que me vean triste ni de mala leche, pero hay días que llego a casa con la cabeza muy saturada y la pila descargada. Sales y sigues en bucle con lo que has dejado allí, así que ahora mi vida es qué me pasará mañana, porque cada día hay una cosa nueva», comenta.
No lo dice por decir. Concreta que en ese momento su preocupación es «cómo vamos a recibir a los (pacientes) que vienen de alta tras superar el coronavirus» porque aún no sabe cómo va a ser el protocolo que se les va a aplicar. También preocupación por los mayores que llevan muchos días aislados en la habitación, a los que ha empezado a notar «un deterioro importante», así que asevera que «si no los mata el coronavirus, los va a matar la pena de estar aislados». «Y a mí me da mucha pena», dice afligida Bea Balbás, que reconoce que «debe ser muy todo muy triste, pero morir solo más aún si cabe». Por eso, explica que ante situaciones así, «dejamos a un familiar entrar».
La experiencia le dice que, efectivamente, gestionar la pandemia con la gente mayor «es muy complicado porque son vulnerables y con patologías de base», lo que hace que en muchas ocasiones les complique distinguir «si es coronavirus o sus patologías». «Y eso nos ha despistado muchísimo», señala esta enfermera del ERA, que está convencida de que hubo residentes a los que no se les hizo el test pero que fallecieron de coronavirus. Su sospecha es que algunos de los casos positivos que se dieron en su centro de trabajo pudieran generarse «por una mala praxis» de los profesionales en los primeros días porque «no entrábamos protegidos a las habitaciones». Según argumenta, «entrábamos con equipos sencillos y después de unos días sabíamos que ese interno era positivo». Además, apunta que desde el 13 de marzo no entraban más que los trabajadores a la residencia.
La falta de la familia
Asegura que si bien se podía pensar que los mayores se asustarían de ver al personal con mascarilla, guantes y bata, la realidad fue que «los mayores lo entendieron perfectamente y asimilaron que nosotros podíamos estar malitos y no queríamos contagiarlos». Lo que indica que notan es «la falta de la familia», así como de los servicios que se venían prestando en la residencia, como el de fisiología o el de podología. Eso entiende que está pasando factura a los ancianos, a los que nota «el bajón» por estar aislados. «No sé si se es que se están dejando», comenta apesadumbrada porque esta situación les esté restando tiempo de vida. «Hacemos videollamadas con la familia. Y a ellas no les falta información, pero es escasa porque no tenemos casi tiempo», apunta Bea Balbás, que comenta que los turnos de trabajo son muy intensos por el incremento de atenciones que requieren los internos.
A esto añade la «lucha» que tienen que mantener en ocasiones con los médicos para que vayan a ver a los mayores que se ponen enfermos. «A veces hemos llamado a los médicos de atención primaria y nadie quería venir a ver a los ancianos, tienes que insistir y cuando vienen lo hacen con un EPI y pasan con ese EPI por toda la residencia para todas las actuaciones», traslada la misma poniendo en cuestión el protocolo de atención primaria. Además, se queja de que en ocasiones los médicos de los centros de salud no acuden a visitar al paciente y les pautan la medicación o, incluso, la sedación por teléfono.
El caso que ha marcado a Bea
Huella ha dejado en Bea una de las situaciones que ha vivido durante esta crisis sanitaria en su residencia. Según narra, en una habitación compartida por dos mujeres, una de ellas empezó a tener fiebre, mientras que la otra estaba asintomática y con buen ánimo. Por precaución, optaron por separarlas. Tras realizarle la oportuna prueba, la interna que parecía tener síntomas de COVID-19 dio negativo, pero la asintomática dio positivo. «Al cabo de unos días empezó a hacer fiebre y llamé al centro de salud de referencia de nuestra residencia y nos indican la medicación que hay que ponerle. Pero llega un momento que se pone mala de verdad y llamo al servicio de urgencias del centro de salud porque surgió por la tarde. La médica que me atendió, sin acudir a verla, me dice que no hay nada que hacer, que se está muriendo y yo le contesto que yo a la familia eso no se lo digo, con lo que la insto a llamar a la hija y le doy el número de teléfono.
La mujer se murió por la noche, sin sedación ni ayuda. Al día siguiente me entero que la médica no escribió nada en el OMI AP, pero tampoco llamó a la familia. «Me quedé alucinada», cuenta Bea muy afectada por este caso. Para que una situación como la que resume no le vuelva a suceder, ha optado por llamar a través del 112 «para que quede registrada la llamada». Además, quiere que las familias de los mayores que están en residencias entiendan que «el personal hacemos nuestro trabajo pero a veces los médicos no vienen si lo pueden solucionar por teléfono».
Otra percepción que tiene es que los ancianos sufren «deterioro de repente, y en parte es porque están encerrados», advierte esta enfermera del ERA, que añade que «nunca pensé que esto iba a generar tanto estrés mental», aunque también considera muy importante la parte física: «esa gente tiene que caminar», apostilla con el triste convencimiento de que «a la mayoría de los ancianos se les está adelantando la muerte por esta situación» de aislamiento.
Por otro lado, Bea Balbás se pregunta si la crisis sanitaria del COVID-19 servirá para que se valore un aumento de la plantilla en las residencias del ERA donde asegura que hay falta de personal. Reconoce que «el SESPA ha salvado al ERA al tirar de la bolsa de empleo para que las enfermeras vinieran a las residencias», pero sabe que cuando la pandemia pase se volverá a la plantilla normal y que eso supone que «por la tarde puede haber una enfermera para 80 mayores». «Pero la ratio no puede ser la misma que antes porque los internos no están igual», concluye Bea Balbás.