En el despacho de la Alcaldía, en la planta primera de la casa consistorial de Gijón, hay una silla que siempre está vacía. Es la que se encuentra tras el escritorio, con un respaldo más alto que todas las demás, dispersas ante ella y alrededor de otras dos mesas de reuniones.
Por el contrario, presidiendo la mesa grande, en la que suele reunirse la Junta de Gobierno, hay otra silla, igual que todas las demás. Esa silla está siempre ocupada por una sola mujer, que se levanta de vez en cuando a por café, o a observar la playa y la ciudad desde los privilegiados ventanales que se abren en las paredes del edificio que simboliza el poder municipal de Gijón. La diferencia entre las dos sillas es difícil de advertir para el visitante ocasional, pero termina por calar en quienes entramos a menudo.
La metáfora de la silla explica bien la personalidad de quien nunca la ocupa. Carmen Moriyón es, ante todo, una persona cercana. Alcaldesa de Gijón durante ocho años con un balance de gestión aprobado por siete de cada diez vecinos, nunca ha recibido a nadie tras la barrera del escritorio. Todo lo contrario, lo hace en una mesa con asientos para todo aquel que tenga algo que aportar a un proyecto de ciudad que es, por encima de todo, un ejercicio de escucha. Basado en dialogar, en acordar, en sumar voluntades, en encontrar puntos de acuerdo. En esa palabra mágica: el consenso.
Carmen Moriyón llegó a ese despacho sin haber tenido nunca la ambición de ocuparlo. Si albergaba alguna en aquellos meses de 2011, no era otra que la de servir a una ciudad en la que ha nacido, crecido y vivido durante toda su vida. Una ciudad en la que cree fervientemente, incluso en los momentos más complicados. «Gijón es Gijón, y va a salir adelante». Incluso en el mes de febrero de 2013, que siempre recuerda como el más amargo de todos, cuando se alcanzó la cifra de 30.000 desempleados en la ciudad y se anuló por segunda vez el Plan General de Ordenación, Carmen Moriyón tuvo la certeza de que esta ciudad iba a seguir avanzando. Y hoy, al cierre de sus ocho años de gobierno, la ciudad tiene un PGO aprobado por todos los grupos salvo uno, y ha vuelto a los niveles de empleo anteriores a la crisis económica.
Su decisión de sustituir su añorado Hospital de Cabueñes, donde ejerció durante 19 años su profesión y vocación, por la candidatura a la Presidencia del Principado de Asturias, no fue fácil. Quienes estuvimos con ella en aquellos días de verano lo sabemos bien. Y como siempre ha hecho, optó por el camino más difícil: el de la responsabilidad. No entiende la vida de otra manera. Ahora, ha asumido en primera persona lo que Asturias necesita: trabajo.
Carmen Moriyón trabaja más horas de las que cuenta el día. Y no sólo en el despacho de Alcaldía. Sus apuntes milimétricamente ordenados, sus carpetas de dos agujeros y sus bolígrafos de colores la acompañan a casa, a menudo sumados a archivadores de tamaños considerables. Al día siguiente sabe con exactitud, y ajustando al céntimo o la décima, los datos, los procedimientos, las cantidades y porcentajes. Quienes trabajamos con ella le seguimos el ritmo con resuello, y le brillan los ojos mientras nos explica, con esa facilidad y elocuencia que le caracteriza, una operación compleja que ha entendido antes que nosotros.
Ese mismo brillo se adivina cuando despliega una sonrisa balsámica, para ella y para los que la acompañamos. Una sonrisa que sale a relucir, sobre todo, cuando está en su hábitat natural: con la gente. Al igual que a sus pacientes durante su etapa en el hospital, a los vecinos de Gijón les regala sonrisas que los demás no somos capaces de igualar.
Alguien dijo una vez que un líder sin seguidores no es más que un tipo dando un paseo. Pues bien, hace ocho años que Carmen Moriyón no da un paseo; allá donde va, la acompañan personas que no dudan un instante. Que no vacilan en decir «yo voy con ella». Que la seguiríamos hasta el fin del mundo. Personas dispares, de Gijón o de Degaña, de Castropol o de Ribadesella, jóvenes de instituto o mayores, hombres y mujeres que cada vez somos más, y que tenemos una cosa en común: que vamos con ella.