Ignacio Felgueroso, amigo personal de Ignacio Blanco, traza el retrato íntimo del candidato de Vox
19 may 2019 . Actualizado a las 09:41 h.Conocí a Nacho en nuestra adolescencia. Tendríamos diecisiete o dieciocho años, y enseguida se convirtió en un dedo de la mano con los que cuentas a los amigos de verdad. Por tanto, nada de lo que lo diga ahora aquí ha de tomarse como una realidad objetiva, pues desde esa subjetividad lo escribo.
Nacho hizo la mili en la Policía Militar, como no podía ser de otra forma. Para un objetor pacifista como yo eso sería el infierno, pero su forma de ser, su responsabilidad, su amor por la justicia y su alma de líder, llevó al Cabo Urízar a cumplir un servicio que, por lo que cuenta, debió de resultarle entretenido y muy satisfactorio: cumplió con su patria y con su deber.
Estudió Ciencias Económicas en Oviedo, y se marchó a EEUU, concretamente a la fría Wisconsin a cursar un máster. De allí se trajo una novia vegetariana, que le duró más bien poco, un montón de vivencias y algunos secretos de la vida universitaria americana que no puedo desvelar. Pero sobre todo, un amor por el American way of life, por el llamado sueño americano, por una tierra en la que, en definitiva, si trabajas y te esfuerzas, triunfas; es decir, una tierra en la que tu vida es tu responsabilidad, y eso, la responsabilidad, es el motor de su vida.
Conoció a la que hoy es su mujer, en una cita a ciegas. Más ciega para ella que para él, que ya la conocía. No sé si esto se puede contar: un amigo común le pidió que le acompañara pues había quedado con una chica, que, a su vez, traía una amiga, y quedaron los cuatro. Él tenía que estar pendiente de la amiga, pero a Nacho no le gustó la acompañante, le gustó ella, y franco, directo, sincero y valiente como es, así se lo hizo saber a ella y a nuestro amigo, que se quedó compuesto y sin novia.
Su primera experiencia profesional fueron unas prácticas de verano en la extinta Unión Ibérica de Soldadura. Tras dos meses sin vacaciones y esperando una pequeña gratificación, le regalaron un llavero. Algo que inicialmente le molestó, pero con el tiempo lo asumió como una experiencia positiva, que le permitió adentrarse en el mundo de la empresa. Su primer trabajo estable fue en la banca, contando monedas y poniendo libretas al día en Caja Rural. No era lo suyo. Ambicioso e inconformista, podría haberse quedado en aquella caja y ahora sería director de oficina, analista de riesgos, consejero o lo que él hubiera querido, pero no le llenaba. Buscó y encontró algo distinto: se fue a trabajar a un banco de inversiones internacional, y como debía de sobrarle tiempo entre acciones, obligaciones, compras, ventas, futuros y derivados, estudió y se licenció en Derecho. Por aquél entonces, por cierto, fue de las primeras personas a las que escuché hablar de la burbuja inmobiliaria, pues él ya se olía algo de una crisis que todavía ni asomaba por los periódicos.
Absorbida toda la información en aquella entidad, y una vez más inquieto, se pone a trabajar para un importante grupo de empresas asturiano, pero pronto es captado para uno de los despachos de abogados más prestigiosos de esta región. Se especializa entonces en reestructuración, refinanciación y crisis de empresas, y una vez más, fiel a su carácter emprendedor, decide dejar la seguridad de un sueldo y hacerse responsable de su destino, abandona aquel bufete y funda su propio despacho de abogados y economistas, con el que dicho sea de paso, tengo el gusto de colaborar.
Y ahora, y sin necesidad alguna, pero fiel a esa responsabilidad que le dirige, entiende que es necesario hacer algo -pues nadie va a hacerlo por nosotros- y se mete en política con vocación de servir, de hacer una región mejor para los que aquí vivimos y, sobre todo, para los que están por venir, para sus hijos. A mí, que no tengo vocación política alguna, en ocasiones me plantea qué le voy a decir a mi hijo el día de mañana, si les dejamos una región empobrecida y despoblada, cuando me pregunte qué fue lo que yo hice por evitarlo. Ahora al menos, podré decirle que soy amigo de Nacho y que espero que alguna de las ideas que lleve al parlamento pueda estar inspirada en algún comentario mío, realizado en una de esas eternas sobremesas tras el chuletón de los viernes (¡cómo iba a durarle una novia vegetariana!).
Nacho es, ante todo, una persona trabajadora, honesta, justa, franca y directa, igual de exigente con los demás como consigo mismo; una persona que difícilmente te dará su confianza, pero en la que siempre podrás confiar (creo que esta frase es de Javier Marías), y un amigo que, aunque sé que lo va a negar, tiene un extraordinario corazón y una ternura que le da mucha vergüenza enseñar. Estoy muy orgulloso de nuestra amistad.