Los trabajadores del ERA no tienen tiempo ni para ir al baño

Carmen Liedo REDACCIÓN

ASTURIAS

El personal de las residencias públicas denuncia unas cargas de trabajo «inasumibles». Asegura que hay más ingresos con pluripatologías, cuidados paliativos y enfermedades psicogeriátricas que requieren de más dedicación

26 nov 2018 . Actualizado a las 10:21 h.

El cuidado de nuestros mayores, de las personas con diferentes grados de dependencia e, incluso, la atención a los residentes autónomos debería ser un trabajo para hacer «sin prisa pero sin pausa». Dedicar a cada uno el tiempo que requiere sin que la persona que está dando esos cuidados o prestando esa atención tenga en la cabeza un totum revolutum con todas las personas a las que aún tiene que asistir y todo lo que le queda por hacer; un ojo en el reloj porque no llega a dar las comidas, las meriendas o las cenas; y en la mano un teléfono porque tiene que dar aviso de una emergencia al médico de un centro de salud. Y quien está en esa situación sabe que la situación de su compañera es igual de estresante, si no más, con lo que aguanta el tipo tratando de que no falte la calidad asistencial a cada persona que tiene a su cargo. Así un día, y otro, y al siguiente, y al siguiente del siguiente… hasta que la «sobrecarga» de trabajo es tal que no queda tiempo en un turno de trabajo «ni para parar para ir al baño, y así siete días seguidos».

No es ninguna exageración. Es la realidad a la que se enfrentan cada día quienes trabajan en los centros residenciales del ERA (Establecimientos Residenciales para Ancianos), porque aunque señalan que la entidad cumple la ratio de personal por número de internos, denuncian que no se tiene en cuenta el grado de dependencia que tiene cada uno ni cómo han evolucionado con el paso de los años. Desde la sección sindical de CCOO del ERA aseguran que la calidad asistencial de los residentes se está manteniendo «gracias al sobreesfuerzo de los trabajadores», aunque apostillan que la situación es tal «que ya no se puede permanecer impasible». Esto es debido a las «inasumibles» cargas de trabajo que se ven obligados a soportar los trabajadores de dichos centros, ya que los residentes sufren un deterioro constante debido a sus patologías y los nuevos ingresos conllevan plazas psicogeriátricas, derivaciones de hospitales con pluripatologías y aumento de los cuidados paliativos, que obligan a una mayor atención. Las reiteradas peticiones a la gerencia por parte del sindicato para que se aumente el personal en los centros han recibido como respuesta «que se cumple la ratio», con la consiguiente negativa a hacer una valoración de cargas de trabajo. 

A Marta, Conchi y Luisa, nombres ficticios de tres trabajadoras de tres centros diferentes del ERA, les encantaría que los responsables de este ente y de la Consejería de Servicios y Derechos Sociales les acompañaran en una jornada de trabajo «para que lo vean, porque así no se puede trabajar», coinciden. Porque al sobreesfuerzo que hacen para dar la mejor calidad asistencial a los residentes, dicen que tienen que añadir «ingenio» para solventar las carencias de material de todo tipo que tienen cada día, desde uniformes de trabajo (denuncia que ha realizado ante Inspección de Trabajo por CCOO) a material asistencial, que repercute en el propio residente (manoplas, salvacamas, baberos, grúas, toallas, lencería). «Todo este material no llega a los centros, no sabemos si por falta de presupuesto o falta de previsión», se quejan las trabajadoras, que recuerdan a quienes tienen que tomar las decisiones en el ERA que «trabajamos con personas y no con números».

Más cuidados de los que pueden abarcar

Conchi es enfermera en una residencia que tiene unos 80 internos y su empeño cada día es que la calidad asistencial no falte. Sin embargo, admite que hay días en los que es la única enfermera del turno y que aunque quiere hacer más, no lo da si atiende a cada persona como merece y requiere. Según explica, no se trata sólo de ponerles la medicación o hacer curas más o menos sencillas. En ocasiones llegan al centro en el que trabajan personas «con unas necesidades especiales y que requieren unos cuidados que van más allá de lo que nosotros podemos abarcar». Por supuesto todos los casos son atendidos, pero lo que Conchi quiere trasladar es que hay residentes que pueden requerir más de una hora de curas, con lo cual se retrasa la atención a otras personas que también son grandes dependientes. «Nos llega gente con necesidades especiales, gente que en el hospital ya no puede estar pero que tendrían que ser atendidos en un unidad más específica, porque con lo que nosotros tenemos ya no lo podemos abarcar», señala Conchi con pesar porque reconoce que «mi trabajo me encanta, pero ya no puedo abarcar a más gente que necesite grandes cuidados».

Esa sobrecarga de trabajo, añade, conlleva perjuicio para los propios residentes. «A veces se retrasan los desayunos porque tardamos más en atender a una persona, porque por la mañana no se da abasto por las características de las personas que están en el centro, porque llegan ingresos que están muy mal y porque cada día surgen imprevistos», comenta esta enfermera que, además de todo eso, tiene que ingeniárselas para poder meter la medicación en las bandejas de la comida porque desde hace meses no tienen los vasitos en los que tendrían que repartir las dosis. «Las gotas las damos con una cuchara y las pastillas las ponemos en los taponcitos de los batidos que se dan a la gente que requiere de un complemento alimentario», desvela. Y como eso, se queja del escaso mantenimiento que hay del resto de material, como los aspiradores o las grúas.

«No hay filtros pero aquí tenemos los medios humanos y materiales que tenemos, así que el resultado es que estamos reventados porque es un no parar, y no sólo yo, todo el equipo, porque las auxiliares también están a tope, y cuando una se retrasa, nos retrasamos todos y se hace una bola enorme», manifiesta Conchi, que asegura que «cuando soy la única enfermera en el turno, no paro ni para hacer pis. Y así siete días seguidos». Con esto quiere reivindicar una revisión de las ratios, una valoración de las cargas de trabajo y que se tenga en cuenta la evolución de los residentes, «porque aunque cuando entraron eran autónomos y sólo necesitaban supervisión, con los años se vuelven grandes dependientes, y eso no se tiene en cuenta». «Trabajamos con personas y no con números, y cada una necesita unas atenciones, pero si atiendes a una persona como se merece, estás dejando a los otros sin atender cuando todos necesitan ese tiempo de cuidados», indica.

Luisa es auxiliar de enfermería y lleva 15 años trabajando en el ERA. En esos años asegura que nunca tuvo la sobrecarga de trabajo que tiene ahora. Cada día de trabajo es una carrera de fondo tóquele el turno que le toque, con lo cual asegura que es «un estrés continuo» porque tienen más que hacer de lo que el tiempo da. En su centro de trabajo son tres auxiliares por turno por cada 46 residentes, con lo que en ocasiones tienen que estar dando comidas, meriendas o cenas a las personas que están encamadas y a la vez vigilando a los que se mueven pero tienen enfermedades como la demencia. «Esa carga de trabajo nos supone un sobreesfuerzo enorme», señala Luisa, que coincide con Conchi pese a estar en centros diferentes en la necesidad de que se haga una valoración de la carga de trabajo. «Parecerá mentira, pero de siete a siete y veinte tenemos que dar la cena a diez encamados para a las siete y veinte llevar al resto de gente a los comedores, y eso si no pasa ninguna emergencia». El turno de la noche dice irónicamente que es «otra aventura» porque normalmente lo hacen dos auxiliares que tienen que dar atención a 92 personas.

«En todo el tiempo que llevo trabajando en el ERA, nunca lo vi tan desastroso. Pero es que ahora ya no damos abasto pero hay que dar calidad asistencial, así que es necesario valorar el tiempo que requiere y necesita cada paciente según su grado de dependencia, porque así no se puede», demanda Luisa a la vez que asegura que «hacemos todo el esfuerzo que podemos para darles la mejor calidad asistencia». Sin embargo, añade que en su centro también padecen a menudo las faltas de material y que a ese respecto poco pueden hacer. «Llevamos dos meses sin salvacamas y sin manoplas, y a mí no me vale que el material tarde tres meses en llegar», reprocha la misma, que invita a los responsables del ente público y de la consejería de la que depende a que la acompañen en un turno de trabajo. «Yo no tengo ningún problema en que me acompañen. Igual son ellos los que tienen miedo de verlo», apostilla.

El caso es que reconoce que las medidas de presión en un sector como el suyo son entre difíciles e imposibles de aplicar. «Hacer paros o hacer huelga a mí no me lo llevaría el cuerpo. Trabajamos con personas y ¿qué haces con toda esa gente dependiente?», pregunta Luisa a sabiendas de que ni ella ni nadie que trabaje en el sector dejaría desasistidas a personas como las que ellos atienden.

Marta, al igual que Conchi y Luisa, también tiene sobrecarga de trabajo, pero si en algo pone el acento es en que el ERA no haga una valoración de cómo evoluciona cada residente para tener en cuenta el grado de dependencia que tiene en cada momento, «porque aunque en un principio eran autónomos, con el paso de los años se hacen cada vez más dependientes en todas las actividades de la vida diaria». Así, asegura que en el centro en el que trabaja cada vez tienen una carga mayor «y aunque queremos dar una atención adecuada, no dedicamos todo el tiempo que necesitan los pacientes porque para ello se requiere más personal», con lo que Marta insta «a revisar las ratios» para aumentar la plantilla por número de residentes. Además, la misma destaca que «cada vez nos llegan más personas con demencias que tienen momentos de agresividad», con lo que incide en que «para prestar una atención de calidad hace falta más gente» porque «ahora les atendemos, pero les tendríamos que dedicar más tiempo del que podemos dedicarles».

Otro aspecto que tanto estas trabajadoras como desde la sección sindical del ERA consideran «incoherente» es que la administración se gaste dinero público en organizar cursos de formación (a través de empresas privadas), como el curso para quitar contenciones y luego que el personal no cuente con los recursos necesarios para su implantación en el trabajo diario. «Por supuesto cuanta más formación tengamos, mejor, pero si no nos dan los recursos para poder aplicar esa formación, con el tiempo que tenemos no podemos ponernos a quitar las contenciones y arriesgarnos a que la gente se caiga. No me vale de nada que me den la receta si no me dan los ingredientes», enfatiza Luisa.