Custodiada por su verja blanca, La Casa Roja aguarda tanto a familias como a peregrinos
03 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.
Entre el azul y verde del paisaje costero asturiano destaca la Casa Roja, llamada así por el color de su fachada. Situada en Cadavedo, se construyó el 1899 para el indiano Leandro Pérez a su vuelta de Uruguay. Ahora la disfrutan huéspedes de todas partes del mundo, atraídos por sus balconadas y grandes galerías acristaladas por las que el sol baña los distintos rincones de la casa.
Pero el estilo indiano no solo se mantiene en el exterior. Dentro del hotel aguardan sus regios techos de tres metros, sus enormes ventanales y algún que otro primitivo mueble de castaño. La Casa Roja mantiene su esencia inicial o, al menos, eso ha intentado Alberto Fernández que junto con su mujer la adquirió en 1999. «Estas casas tienen el encanto de ser lo que son: casas indianas. Por eso procuramos reformarlo lo mínimo posible, no 'estropearla'», explica Fernández.
Sus siete habitaciones esconden las vivencias de decenas de familias que han pasado por ellas y que no dudan en volver año tras año. «Me gusta pensar que eligen nuestro hotel porque les encanta. Tenemos clientes, en concreto dos familias, que desde 2006 vienen a pasar varios días en Navidades y en Nochevieja. También las hay que repiten en verano», cuenta Fernández. Y no es de extrañar. El Mirador de la Atalaya, la Ermita de la Regalina y los acantilados y playas de Cadavedo no dejan indiferente a nadie.
No solo las familias se hospedan en la Casa Roja, su cercanía con el Camino de Santiago ha convertido al hotel en hogar de refugio para los caminantes. «Actualmente está creciendo la afluencia entre peregrinos. Vienen desde China, Argentina, Australia y, sobre todo Europa», explica su gerente. Y, como no, repiten. «Lo mejor de todo es que acaban volviendo, pero esta vez con sus familias» añade.
Supone Fernández que la cercanía es también un factor muy importante. «En hoteles pequeños como el nuestro la cercanía es inevitable. Es muy familiar. Y en ocasiones se necesita ese contacto entre cliente y gerente». Se vuelcan, sobre todo, en que el huésped pueda exprimir su visita a Asturias. «Es importante informarles sobre a dónde ir, qué comer e incluso dónde pescar si se diese el caso. El cliente también busca esa cercanía», explica.
Después de doce años como hotel, la Casa Roja ha hecho que Fernández y su mujer se sienten totalmente satisfechos con su labor. «Lo más agradable es el momento en el que el cliente te dice que se han sentido como en casa. A gusto en el hotel y con nosotros», cuenta. «Son las cosas que te resultan gratificantes, al fin y al cabo la Casa Roja es lo que su nombre indica: una casa -roja-» bromea.