El viaje de Púa (y otros 43 perros abandonados) a Holanda

ASTURIAS

Púa, con Xana y su padre, antes del viaje en el refugio de Siero.
Púa, con Xana y su padre, antes del viaje en el refugio de Siero.

Casi un millar de canes han encontrado un hogar definitivo fuera de Asturias a través de los viajes que organiza la Protectora con SOS Strays desde 2012. Este es el relato de los preparativos del último de ellos, en el que 44 perros encontraron un final feliz tras 18 horas de carretera

27 nov 2017 . Actualizado a las 07:57 h.

Púa es una perra tranquila y cariñosa. Hasta el 28 de octubre vivía en una de las jaulas del albergue de animales de Oviedo. «Ha sido una experiencia muy buena. Increíble. Solo quiere mimos», explica Xana Frankish, una gijonesa que tuvo a Púa de acogida en su casa durante casi un mes. «Lo hemos pasado muy bien con ella. Le dimos la oportunidad de estar un mes en una casa y es un cielo. Me da pena despedirme, pero ya lloré en casa», añade. Púa es uno de los 44 afortunados perros que fueron abandonados y que ahora emprenden viaje a Holanda, cuatro de ellos a Alemania, para ser adoptados. El punto de encuentro, en donde les espera el camión que les llevará al país que está considerado la meca en los derechos de los animales, es El Perro Feliz, el recién inaugurado refugio para perros abandonados de la Fundación Protectora de Animales del Principado de Asturias.

Es un día muy ajetreado en sus instalaciones. Las familias de acogida y otras asociaciones protectoras han venido con los perros que están a punto de irse. Desde diciembre de 2012, la Protectora organiza cuatro viajes al año rumbo a Holanda. «Empezamos a hacerlos desde que se constituyó la protectora porque ya veníamos de otras entidades y teníamos el contacto con la asociación holandesa SOS Strays», explica Alejandra Mier, secretaria de la Protectora. Casi un millar de perros abandonados han encontrado desde entonces hogar, pero fuera de Asturias, por esta vía.

Púa, con Xana y su padre, antes del viaje en el refugio de Siero
Púa, con Xana y su padre, antes del viaje en el refugio de Siero

Primero: el reconocimiento veterinario

-¿Qué tal va con la correa?

-Bien.

-¿Y con las personas?

-Muy bien. Es de lo más cariñosa. 

-¿Y con otros perros?

-Es muy juguetona.

Gabriel Bustillo, el veterinario de la Protectora, realiza un reconocimiento a cada uno de los 44 perros antes de iniciar el viaje. En la ficha de Púa, la vicepresidenta de la Protectora, Mercedes Gutiérrez, anota también que tiene miedo ante los ruidos fuertes. Las fichas están en inglés. Púa pesa 24 kilos y mide 49 centímetros. 

Concha, durante el reconicimiento veterinario.
Concha, durante el reconicimiento veterinario.

Concha, una mastina sin futuro en La Bolgachina

Al poco, entra en la sala del veterinario Concha, una mastina enorme de siete años que acaba de salir de su jaula en la perrera de Oviedo. Recién llegada de La Bolgachina, en donde ha pasado buena parte de su vida. «Era una candidata a morirse allí seguro», dice Mier. «Del albergue van siete. La mayoría son nuestros, de la Protectora, pero también han venido de Santiago de Compostela y de Torrelavega», añade.

En uno de los cuatro patios de arena de El Perro Feliz esperan su turno los que vienen de Galicia, del Refugio de Bando, un centro municipal que recoge a los animales abandonados en Santiago de Compostela. Miriam Prieto y Elene Valdivia explican que han traído once perros, uno de ellos de la asociación Arce. El refugio gallego lleva desde noviembre de 2015 enviando perros abandonados a Holanda. Entonces había medio millar de perros en el albergue. «Ahora son 200, y 60 gatos. Cada tres meses mandamos diez o doce a Holanda y hacemos también un viaje a Reino Unido al mes, con dos asociaciones que nos ayudan y a las que enviamos cinco u ocho perros de cada vez. Normalmente nos adoptan muchos perros especiales o mayores». 

Los perros llegados de Santiago de Compostela.
Los perros llegados de Santiago de Compostela.

«Lo de España es un poco triste»

Algo que, apuntan, no ocurre en la tierra en la que son abandonados. «Lo de España es un poco triste. Por desgracia, en Holanda los tienen que adoptar porque en Galicia no tendrían futuro. Los mayores, además, es mucho más difícil que salgan», añaden. Ladi, por ejemplo, es una perra que lleva cinco años en el refugio, que fue adoptada y devuelta de nuevo, y que ahora se va a Holanda porque allí la ha elegido una familia para adoptarla.

Como a los seis que han venido del refugio canino de Torres, en Torrelavega. «Bamba es el mayor y tiene casi 9 años», dice una de las voluntarias, Marisa Gutiérrez. El refugio tiene entre 80 y 90 perros a lo largo de todo el año. «Algunos nos los abandonan en la puerta e incluso nos han dejado sueltos cachorros de apenas un mes, o nos los lleva el propio dueño». 

Perros en los transportines dentro del camión.
Perros en los transportines dentro del camión.

«Holanda es la meca del bienestar animal»

La protectora de Torres lleva seis años participando en estos viajes a Holanda con SOS Strays: «Tenemos trato con ellos y sabemos que quieren a los animales y siempre nos mandan comprobaciones de cómo están con fotos, vídeos… En Holanda hay otra forma de tratar a los animales. No tienen refugios. Además, normalmente los perros ya suelen viajar con una casa, con la adopción asegurada y, si no es así, los tienen un tiempo en un refugio que ya quisiera yo para mi. Allí tienen una vida completamente diferente. Hay conciencia sobre los animales y son realmente uno más de la familia. Holanda es la meca», asegura Gutiérrez. 

Sigue explicando que, aparte de la concienciación sobre el bienestar de los animales, en Holanda «han hecho leyes y se respetan. Aquí están puestas de adorno. Allí no, el maltrato animal se pena y se hace cumplir la ley». Un ejemplo de España le basta: «Ni siquiera, cuando atropellan a un perro, se le lee el microchip. Además tenemos toros y fiestas primitivas que en otros lados, aparte de estar mal vistas, ni existen». En SOS Strays muestran las fotografías de los perros que les mandan las protectoras. «Los viajes se hacen cada tres meses y, desde aquí, les vamos informando para que sepan que hay más. Nos preguntan por el carácter, si son sociables, si tienen miedos… Nos hacen el favor cada tres meses y que algún perro salga adoptado gracias a ellos es de un agradecimiento absoluto».

Eva Crespo coge a uno de los perros.
Eva Crespo coge a uno de los perros.

El encaje de transportines en el interior del camión

El refugio El Perro Feliz, para tener overbooking, sigue sin parecer una perrera y apenas se escuchan ladridos. La vicepresidenta de la Protectora, Mercedes Gutiérrez, empieza a llamar por nombre a los perros. Cada perro tiene su ficha de identificación con su pasaporte y todos sus datos, incluida una fotografía con su nombre que se coloca en los transportines de todos los tamaños en los que viajarán dentro del camión. «Es un transporte homologado de animales vivos. Para hacer estos viajes se necesita un documento de movimiento y que todo pase los controles», explica Mier. Cada transportín tiene una manta y, una vez que entra el perro, se le dan unas chuches y se mete un bebedor antivuelco con agua. Y hielo «para que les dure». 

Colocar los transportines en el interior del camión y meter a los perros en ellos es una tarea impresionante que lleva alrededor de una hora. Eva Crespo y Enrique Fernández, en el camión, empiezan por meter a los mastines, los perros más grandes. Y mansos. Otros perros tienen miedo y lloriquean. La mayoría aceptan su nuevo destino con calma. Xana Frankish se despide de Púa con lágrimas. «Al tercer perro se acogida ya no lo pasas tan mal», apunta una voluntaria de la Protectora. 

La tarea de encajar 40 transportines pequeños, medianos y enormes en el camión tiene trabajo previo para que quepan perfectamente. «Se hace un plano con los tamaños de los perros, con los colores de las protectoras, y vamos encajándolo. Normalmente caben 42 transportines, pero en este viaje van 40», explica Mercedes Gutiérrez. Algunos, como dos cachorras de mastín, comparten espacio. «Los que son hermanos es recomendable que viajen juntos y los que están acostumbrados a vivir juntos también es conveniente. Por eso algunos comparten. En algún viaje pueden ir hasta 48 perros», apunta Gutiérrez.

Las dos conductoras: Silvia y Noelia López.
Las dos conductoras: Silvia y Noelia López.

«Van a ser felices en otro país»

A medida que va quedando menos espacio libre en el interior del camión, el ambiente ya no es tan risueño. «Qué gordos estáis todos», bromea Eva Crespo cuando coge a Rober. «Pesa 17 kilos y no hemos conseguido que baje mucho», dice quien hasta ese momento lo había tenido de acogida en casa. «Hala, que seas feliz», añade. «Sí, pero va a ser feliz en otro país», se escucha. 

Son 18 horas de viaje y, cuando quedan menos de la mitad de los perros, aparece una de las dos conductoras. Silvia López es presidenta de la asociación protectora Alma Animal, que ahora se encarga del albergue de animales de Mieres. «Del tirón son 18 horas y, cada tres horas, nos iremos cambiando para conducir. Y la vuelta, lo que nos pida el cuerpo. Va a ser toda una experiencia perruna», dice López, que es la primera vez que hace el viaje y que compartirá volante con otra voluntaria de Alma Animal, Noelia López.

Concha, en Holanda
Concha, en Holanda

«Vamos a sentirnos como Mamás Noel»

Del albergue de Mieres van cuatro perros. «Dos llevaban toda su vida en el albergue, un mastín y un perro salchicha raro», explica López. Alma Animal tiene cuatro años de trayectoria y lleva los mismos participando con sus animales rescatados del abandono en estos viajes. «No con tantos como quisiéramos pero ahora que llevamos el albergue de Mieres más», añade López, que sabe que cuando el camión llegue a Holanda va a ser un gran momento. «Dicen que la llegada es muy emotiva. Vamos a sentirnos como Mamás Noel». 

Mier, que ha hecho el viaje, indica que todas las familias adoptantes les esperan en un centro ecuestre de la ciudad de Berlicum. «Colocan a los perros en los transportines en hilera, con la correa y la ficha con la documentación, y les dicen que abran las puertas. Y, al llegar, crees que eres Papá Noel. Se dispara la adrenalina con cómo te reciben», añade. Los perros más pequeños son los últimos en subir. Uno de ellos es Pinky, un Yorkshire ciego. «Necesita 25 gotas en los ojos todos los días. Vivía encadenado. Los ojos eran dos bolsas de pus. Lo tocabas y se te quedaba la mano pegajosa», explica Mier. 

Concha, en Holanda
Concha, en Holanda

Xana se va con Ross y Púa se encuentra con su nueva amiga holandesa

A Pinky le debieron comprar y, cuando empezó a oler, sus propietarios le ataron hasta que fue rescatado hace tres meses. Hubo que operarle también de una hernia diafragmática. La mujer que lo ha tenido en acogida desde entonces se va llorando cuando se cierran las puertas del camión. «El próximo viaje es en enero. En Navidades no porque los holandeses dicen que si los perros llegan entonces se asustarían con todos los festejos que se celebran, en los que hay fuegos artificiales», dice Mier. En Holanda se toman en serio el bienestar animal.

«Mañana mismo empezamos a mandar currículos de perros de nuevo», apunta Mier. Acaba de despedir también a Xana Frankish, que se lleva a su casa de acogida a Ross, un perro de año y medio que acababa de llegar al refugio desde el centro de depósito de Lena: «Aunque El Perro Feliz está muy bien, un sofá siempre será mejor». 

La llegada al centro de Berlicum se realiza entre aplausos. «Es una sensación muy muy emotiva. Nada más llegar te reciben medio centenar de personas que comparten tu amor por los animales, que te miran como si fueras una especie de heroína que ha traído a los perros a una mejor vida», explicaría, dos días más tarde, Noelia López. «Se te caen las lágrimas de la emoción por ver a gente que comparte la misma alegría por rescatar a los animales y por ayudarles. Es muy emotivo». Púa sonríe en las fotografías que le han hecho con su nueva amiga holandesa y a Concha la vida va a empezar a sonreírle por primera vez en años.

Ladi, en Holanda.
Ladi, en Holanda.

Púa, en Holanda.
Púa, en Holanda.