La mayoría de los nombres de lugares alterados artificialmente en la comunidad son «castellanizaciones»
03 nov 2017 . Actualizado a las 22:31 h.La decisión del Ayuntamiento de Oviedo de aprobar el topónimo asturiano de la ciudad, Uviéu, ha despertado un debate (no del todo desinteresado) sobre la realidad lingüística de las denominaciones tradicionales de los lugares. En la prensa más conservadora se afirmó que se pretendía cambiar el nombre de la capital asturiana y el líder del grupo municipal del PP y exalcalde, Agustín Iglesias Caunedo, llegó a comparar la propuesta de la Xunta Asesora de Toponimia con la deriva secesionista en Cataluña, calificó de «Puigdemont asturiano» al actual primer edil, Wencesalo López y también añadió que Uviéu era un término «inventado».
Han pasado los días con publicaciones sobre etimología, hemerotecas y estudios lingüísticos de todo tipo que recogen con suficiencia el uso de Uviéu desde hace siglos. Pero es cierto que Asturias está plagada de topónimos inventados, ocurre sin embargo que son en realidad los casos en los que se ha castellanizado el nombre de un lugar; en ocasiones hasta el punto de partir en dos una palabra.
Pasó con Llamasanti, en Sariego, término que alude «una 'llama', que es una campa, del santo, porque pertenecía a la iglesia», explica el filólogo y exdirector de la Academia de la Llingua Asturiana (ALLA), Xosé Lluis García Arias. Alguien en algún oscuro despacho del antiguo Ministerio de Obras Públicas, el viejo MOPU antes de Fomento, decidió que no le sonaba muy preciso y decidió cambiarlo por La Masanti. Y así se quedó en el cartel que señala la entrada a la población por la carretera, como su hubiera algo que se llamara «Masanti» y que debiera ir precedido del artículo «La».
Otro caso igual de sangrante es el de Villapérez, que en realidad se llama Villaperi. Y es así porque «significa la villa, la casería, de Pedro. Era una granja, una explotación agrícola, pero alguien oyó Villaperi y como no le sonaba nada tradujo como mejor le pareció y puso Pérez», explicó García Arias. Al final ocurre que denominaciones tradicionales de pueblos y lugares asturianos, pulidos por los siglos, con una etimología que permite rastrear los orígenes de la historia que le acompañan, se ven supeditados a convivir de forma oficial con uno castellanizado fruto de una improvisación. Para el filólogo «ahora la moda es decir que se use una denominación bilingüe pero en cuanto entras en detalle son tonterías que hicieron unos funcionarios que no aceptaban el hecho histórico asturiano; lo llaman bilingüe pero lo que está mal es el nombre castellano, eso es lo que hay que corregir».
Un topónimo inventado es Naranjo de Bulnes, que siempre fue el picu Urriellu. Nunca podría haber escrito Xuan Bello su «Historia universal de Paniceiros» con el nombre que aparece en el cartel de la carretera de la población de Tineo y que es 'Paniceros'. Insiste García Arias, «No es Limanes, es Llimanes; no es La Manjoya, es La Manxoya, no es Lillo, es Lliño, no es Latores sino Llatores y no hay Las Caldas porque es Les Caldes». Todos ellos en referencia a «nombres que están mal en el concejo de Oviedo». El Gobierno asturiano tiene de hecho ya aprobada y recogida la toponimia tradicional de 50 de los 78 concejos de la comunidad.
Xosé Lluis García Arias publicó ya en 1978 «Toponimia asturiana, el por qué de los nombres de nuestros pueblos», libro que va por su tercera edición, la última de ellas en el año 2003. La polémica sobre Uviéu le parece «llamativa» en el sentido de que lo es «que coincida con el problema catalán un ataque furioso del PP y sus círculos aledaños, en lugar de estar atendiendo a crear una Asturias fuerte y desarrollada, esto es regar fuera del tiesto como ya hiciera Isidro Fernández Rozada».
Respecto al caso concreto de Oviedo, el filólogo recuerda que ya en 1984 «la entonces comisión de toponimia del Principado dirigió una carta pública al alcalde explicándole el topónimo de Uviéu, y se puede consultar en la revista Lletres Asturianes, en el número 12, en la página 136». Allí se relata toda la constancia literaria del nombre, fundamentalmente del siglo XIX, también el refrán popular «xente d'Uvieu, gaita y tambor»; pero sobre todo la explicación del sesudo trabajo filológico que llevó a los expertos a proponer el nombre como cierto, con las razones de la evolución de la pronunciación desde el Ovetum latino sílaba a sílaba. «Es indigno que algunos dirigentes asturianos no hayan aprendido nada en estos años, así se entiende cómo está la economía y todo», destaca García Arias.