Jornadas intensas, pero no dramáticas, para los asturianos en Barcelona

Claudia Granda / J. C. GEA

ASTURIAS

Estudiantes independentistas han cercado el palacio de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume
Estudiantes independentistas han cercado el palacio de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume MARTA PEREZ | EFE

Los residentes del Principado en la capital del secesionismo catalán insisten en la relativa «normalidad» de la situación, en la que se mantiene el «respeto» y se descarta la violencia

29 oct 2017 . Actualizado a las 11:25 h.

Diego Bernardo es dibujante de cómics y lleva seis años viviendo en Barcelona. Nacido en Gijón, Bernardo dice sentirse «asturiano y también catalán», «español, pero con distancia» y, a pesar de que cree que España es, «en general, un país tolerante y pacífico», cree que lo mejor que le puede suceder en este momento a Cataluña es que alcance la independencia. Bernardo es uno de los muchos asturianos que viven este proceso en Barcelona, su ciudad adoptiva y el corazón de unos acontecimientos históricos que están viviendo con mucha intensidad pero no con el dramatismo que a menudo se está transmitiendo a través de los medios.  Es algo en lo que coinciden algunos de estos asturianos que el viernes, a primera hora de la tarde, se encontraron viviendo en una autoproclamada República de Cataluña.

«Estamos viviendo la situación intensamente pero bien. Yo no veo la conflictividad de la que se habla. En la calle no hay enfrentamiento», asegura Diego Bernardo, cuyas posiciones políticas y personales muestran también hasta qué punto puede admitir matices de gris una situación que otros viven en blanco y negro. Incluso vale, al menos por el momento, para posiciones muy extremas:  «Un amigo vio por la calle a gente con la bandera franquista gritando "¡Arriba España!", y la cosa se ha quedado en eso, en una anécdota. No hay enfrentamiento».

División y respeto

En ese diagnóstico de «tranquilidad generalizada» coincide E.R., originaria de Cabrales y afincada desde hace 15 años viviendo en Barcelona. «Ahora hay un poco de confrontación entre los que quieren el independentismo y los que no. Hay mucha división en las mismas familias y también en el entorno laboral», admite, pero también precisa que «hay una especie de respeto, se sabe que las ideas son muy contrarias y nadie va en busca de pelea», aunque sí se haya incrementado la tendencia a manifestar abiertamente lo que uno piensa en las calles:  «Durante las manifestaciones silenciosas, salió mucha gente que no había salido nunca a manifestarse», comenta

La realidad que ve esta cabraliega en su día a día barcelonés contrasta con la que tiene su familia asturiana, preocupada por la situación e incluso por la seguridad en la capital catalana. «Mis padres suelen venir en noviembre y este año no han querido sacar el vuelo. La percepción desde fuera es de que hay manifestaciones, pero la gente hace vida normal. En general, aquí la gente tiene muy arraigada la ausencia de violencia a la hora de manifestarse», explica E. R.

Este aspecto de la sociedad catalana es también destacado por Román Torre, artista gijonés que lleva más de una década afincado en Barcelona y muy pendiente de la evolución política de su sociedad de adopción: «Lo que la gente tiene muy claro aquí es la oposición a la violencia; esa actitud aquí no existe», asegura Torre, que considera que los propios promotores de las movilizaciones están siempre «muy pendientes de lo que se llama el desbordamiento».

«Más allá de las caceroladas, yo no lo he vivido y no conozco ninguna situación de ese tipo», señala el gijonés, que coincide con E. R. en que existe una especie de cortesía por encima o por debajo de la ideologíaa: «Si se sabe que hay confrontación posible, se tiende a evitar la situación. Incluso en conversaciones con gente muy indepe, yo,  que no lo soy, he visto que como mucho se me podía llegar a ignorar o no hacer mucho caso, pero jamás me he sentido agredido. Ningún mosso se va a pegar con un guardia civil. Esas lógicas no funcionan aquí», afirma.

Doble realidad

Torre -que dice tener a menudo la sensación, «al mirar los medios españoles de estar viviendo en dos realidades distintas»- describe una Barcelona muy compartimentada donde «existe una especie de distancia cultural y donde cada uno busca sus propias zonas y hace sus propios guetos», pero sin colisionar. Vive en Poble Nou, «algo parecido a Viesques en Gijón, un ambiente como muy holandés» donde hay mayoría independentista, y constata que, «con solo cruzar una calle hacia otra zona del barrio, estás ya en otro ambiente social donde casi nadie es catalán, casi nadie sigue el Procés y solo ves banderas españolas. Yo diría que incluso, en cierto modo, se está relajando la polaridad porque antes existían solo dos visiones y ahora hay más puntos de vista», añade Torre abonándose también a una Cataluña en escala de grises.

El único impacto real que dice haber notado está en el descenso del turismo y sus efectos: «Hay menos guiris en la ciudad, y eso es una debacle para toda esta gente». Da por sentado que «antes o después» habrá una República de Catalunya independiente, pero mientras «la vida sigue».

Pelayo Viejo, ovetense y estudiante, lleva solo un año viviendo en Barcelona. También detecta esa doble percepción de lo que sucede, según se mire desde dentro o desde más allá del Ebro:  «Mis amigos y mi familia me preguntan preocupados por cómo veo el futuro, pero la verdad que aquí todo está mucho más calmado», afirma Varela a quien irse ni se le «ha pasado por la mente».

«Hay límites»

«No creo que esto lleve a una situación tan precaria como se puede hacer creer... En el fondo todos saben que hay límites, aunque estén forzando unos y otros para imponer su opinión. Mi plan es quedarme aquí mientras haya oportunidades laborales», explica.

Algo parecido le sucede al gijonés Jorge Pérez, que lleva medio año más que Pelayo en Barcelona «Siempre está la opción de irse a casa, pero yo estoy tranquilo. Vine aquí con la intención de quedarme al menos cinco años y tendría que pasar algo muy gordo para pedir el traslado en mi trabajo». No cree que eso «muy gordo» vaya a suceder:  «En mi opinión esto no va a llegar a ningún lado. Yo tengo en la cabeza que esto va a ser pasajero, que en algún momento el Gobierno central lo parará. Confío en el Estado, aunque mucha gente no lo haga», dice.

Su visión de la situación describe también unas calles donde se nota algo más la toma de postura, pero sin dramatismos: «En Sagrada Familia el ambiente es más distendido, ves banderas en los balcones, pero ya se veían hace dos años. Quizás estos últimos días ves alguna más pero tampoco hay un gran ambiente. Incluso, veo más de España de lo normal. Las últimas manifestaciones animaron a mucha gente a sacar su bandera al balcón, se nota bastante, aunque ahora por miedo la gente tal vez las retire», relata el gijonés.

«Adéu, adéu»

Aún más recién llegada, con solo medio año en la Ciudad Condal, Mariola Cristóbal, de Lastres, se muestra algo más preocupada que sus paisanos asturianos en Cataluña. «El viernes no tuve miedo, pero pensé "¿qué hago ahora? ¿Qué hacemos los que no estamos aquí censados, pero trabajamos aquí?”. Yo no quiero una República catalana», cuenta. Pero sí ha visto ese miedo en otros: «Hay opiniones diversas dentro de mi entorno, unos no quieren la independencia porque no saben dónde se están metiendo, no tienen garantías de nada. Y otros que quieren la independencia porque dicen que “no quieren que Rajoy les robe”.  Los que están en contra están muertos de miedo porque no saben a lo que se van a acoger y luego están los independentista, que hablan de los pros que a ellos les interesan, pero no de los contras».

La visión más fresca, por ser la de una recién llegada, es la de la gijonesa Lorena Martínez, residente en Madrid y a la que la participación en un congreso que se celebraba justo este histórico fin de semana en Barcelona, le hizo vivir el momento de la autoproclamación en pleno AVE, atravesando Aragón. «Notamos que algo pasaba ya porque varias personas en nuestro vagón empezaron a decir de pronto "adéu, adéu", como despidiéndose de España a la hora de la proclamación», explica. Al llegar a Barcelona en el segundo tren que entraba después de que fuera capital de la República catalana, se encontró, el viernes «un gran ambiente de fiesta» en la zona céntrica, y el sábado, la resaca en «una ciudad donde hay normalidad absoluta, al menos en el centro, e incluso una especie de felicidad, muchas caras sonrientes». En el entorno de la plaza de Sant Jaume y el Barrio Gótico, donde se desarrolla el congreso, «quedaba el sábado todavía un aire de fiesta».