Cuando la condición de la mujer sola, definida por roles de género, se revela como opresión, y cuando hay que reivindicarla como una forma de existencia elegida y plena
16 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Suele sucederme al llegar a un hotel acompañada de mis hijos que el recepcionista requiera de un instante de silencio hasta comprender que no nos acompaña ningún varón adulto. Tal vez la ausencia del mismo genere una cierta extrañeza a la que con frecuencia sigue algún comentario relativo al hecho de «estar sola». Siempre me sorprende esta reacción y, dependiendo del talante que me acompañe ese día, respondo en tono más o menos vehemente que es obvio que no estoy sola; estoy con mis hijos.
Como todas las anécdotas puede ser intrascendente o reveladora pero, al tratarse de mi vivencia personal, he evitado cualquier tentación de convertirla en ley universal. Error de cálculo, un reciente documental dirigido por Erik Gandini me ha confirmado que la tendencia a considerar a las mujeres con hijos y sin pareja como «mujeres solas» está más generalizada de lo que yo deseaba pensar. De hecho el prototipo de soledad con el que se abre el documental es el caso de las madres solteras suecas que deciden tener hijos por inseminación artificial, continúa el elenco de soledad con los ancianos que mueren sin acompañantes en sus hogares y los refugiados sirios que llegan a Suecia. Soledades que en La teoría sueca del amor, son juzgadas a la misma altura que la supuesta soledad de una mujer con hijos pero sin pareja.
No está sola una mujer que vive con sus hijos porque la soledad implica un espacio deshabitado y la casa no es un lugar desierto cuando se habita en él. Tampoco busca soledad una mujer que decide tener hijos y, aunque desconozco si son muchas quienes quieren ser madres para disponer de compañía, lo que sí es cierto es que encontrarán sobreabundancia de la misma. El bebé nace como apéndice del cuerpo de la madre y su presencia y dependencia es algo que ella ha de incorporar a su vida cotidiana. A cada mujer concierne el grado de simbiosis en la crianza pero, para todas las madres, la soledad es algo extinto: si primero denostada, luego ansiado espacio de libertad.
El ejemplo de «Glory»
Si la sociedad juzga como solitaria la vida de una mujer sin pareja aunque con hijos, suponemos que disponer de pareja será suficiente para evitar el anterior calificativo. Pero el cine se empeña de nuevo en mostrarnos contraejemplos en cintas como Glory, premiada en el último festival de cine de Gijón y también en Locarno. Julia Staikova es el personaje de ficción que encarna a la jefa de relaciones públicas del Ministerio de Transporte de Bulgaria; en su vida no hay un instante de relax: llamadas que atender, citas que concertar, subordinados a quienes dar órdenes, políticos a los que aconsejar… Y siempre gestionando con un sentido más maquiavélico que benévolo de las relaciones humanas.
Nada nos sorprendería en el personaje si fuera un varón, pero al tratarse de una mujer comprendemos que quienes la rodean le recriminen el haber bajado la guardia en su vida afectiva y familiar. En nuestra sociedad sigue siendo privilegio de los hombres que la vocación profesional no contraríe el rol de género, sin embargo, el rol de la femineidad no sólo no incluye la individualidad sino que incluso la descarta cuando esta pone en peligro el atributo de la maternidad. Así sucede en Glory pues para el marido de Julia Staikova es prioritario hacerla madre (lo cual no significa lo mismo que él desee ser padre) y le dibuja ese destino como solución a un trabajo exigente e ímprobo. Con un lenguaje fílmico impecable Glory describe cómo la sociedad contemporánea se aferra en recordar a las mujeres que somos madres en potencia y que vivir de acuerdo con la realización de la misma es virtud. Lo contrario, egoísmo.
El ejemplo de «Toni Erdmann»
Si las mujeres con hijos y sin pareja son mujeres solas y las mujeres con pareja y sin hijos exhalan egoísmo y soledad ¿qué sentimientos concitarán las mujeres sin hijos y sin pareja? Volvamos de nuevo al cine para hallar una respuesta, en este caso, a la comedia alemana de esta temporada Toni Erdmann. Su protagonista (Sandra Hüller) es un alto cargo de una consultora que trabaja para una gran empresa en Bucarest, una mujer que se afana en sus responsabilidades y conoce la dureza de la lucha contra las resistencias del mundo. Ella ha superado gran parte de la distancia que la separa de sus compañeros varones por medio del trabajo y asimilando valores masculinos no sólo en la empresa sino también en su vida privada. Una mujer que no cultiva las dependencias afectivas y, cuando siente la necesidad de expresar sus deseos físicos, no duda en buscar diversión en las aventuras sexuales.
Si el protagonista fuera un hombre su soledad sería leída como libertad y autosuficiencia y concitaría admiración, pero la protagonista es una mujer y, por tanto, su soledad es digna de compasión. De ahí que su padre, bromista irredento, entre en escena e inicie toda una cruzada para redimir a su hija del éxito profesional ¿habría hecho lo mismo si se tratara de un hijo?
En un hombre los triunfos profesionales son méritos con los que se enriquece su imagen y por los que se define, pero la mujer independiente que consagra su vida al éxito laboral aún necesita de pareja y prole para no ser considerada una excepción anómala, alguien que requiere de una mirada piadosa y salvación. Definitivamente, si buscamos una mujer en plenitud para el siglo XXI, una mujer que no destile soledad, egoísmo o compasión, ha de ser una mujer con pareja, hijos, independencia económica y éxito profesional. No basta con asumir los roles del éxito público tradicionalmente asignados a la masculinidad, sino que ha de mantenerse fiel y atenta al ámbito de lo privado para que la sociedad juzgue y consagre su valor.
El ejemplo del día a día
Pero la consecuencia de esto es que la mujer independiente se halla hoy en día dividida entre sus intereses profesionales y las preocupaciones de la vida doméstica. Le cuesta encontrar el equilibrio y sólo lo hace a costa de concesiones, sacrificios y acrobacias organizativas. No remitiremos ahora a película alguna pues el día a día es lo suficientemente revelador y nos muestra cientos de mujeres que asumen una carrera profesional mientras aún se sienten esclavizadas por cargas tradicionales (tareas domésticas, crianza de los hijos, cuidado de mayores dependientes…) Y ¿qué papel juegan las parejas de estas mujeres «libres y contemporáneas»? Por desgracia las estadísticas anuncian que cuando en una pareja hombres y mujeres disponen de empleo remunerado son las mujeres quienes dedican más tiempo al trabajo doméstico (6,30 horas al día) que los hombres (1,30 hora al día). Estos datos provienen del Harmonised European Time Use Survey (HETUS) de Eurostat, recogidos por el Multinational Time Use Study (MTUS)
Vida en pareja y profesión son más difíciles de conciliar para las mujeres que para los hombres y si bien la vida en común de dos seres económicamente independientes debería ser para ambos un enriquecimiento, en ocasiones para las mujeres se convierte en una pesada carga. Tener que aunar la herencia de los valores de la sociedad patriarcal con el interés de nuestro porvenir profesional supone un desgarramiento terriblemente cercano a la sensación de soledad. Y es ahí donde radica la auténtica soledad de las mujeres, en el desamparo de un ser quebrado entre el deseo de afirmarse y el de diluirse. No define nuestra soledad la pareja, ni los hijos, ni la condición económica y, por tanto, ni la pareja, ni los hijos, ni el éxito profesional la palian.
Y mientras escribo estas líneas mantengo que sólo sustrayéndonos a los códigos morales establecidos podremos corregir los términos y decir opresión en lugar de soledad cuando esta quede definida por los roles de género y, cuando la soledad sea elegida, nombrarla plenitud y reivindicarla.