La Voz abre la semana de los premios con una entrevista a la directora de la Fundación Princesa de Asturias, que hace repaso al crecimiento y la internacionalización de los galardones
15 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.A Teresa Sanjurjo (Madrid, 1972) le tocó asumir la segunda guardia en la Fundación Príncipe de Asturias cuando el impulsor de la idea y los premios que convierten a Oviedo en una pasarela cotizada cada mes de octubre, Graciano García, alcanzó la edad de jubilación. Desde entonces, la institución ha cambiado de género su nombre para adaptarse a la nueva situación de la corona y ha explorado nuevas vías para afianzar el arraigo popular de los galardones. De su influencia exterior dan fe los viajes al extranjero, mientras que Sanjurjo, una experta en gestión de fundaciones, asegura que toma nota de las críticas internas de los últimos años para seguir mejorando.
Ya lleva siete años como directora de la Fundación. ¿Qué toque le ha aportado?
Lo importante es la institución, de mí misma no tengo nada particular que contar. Si yo no fuera la directora, lo sería otra persona. Aunque cada uno de nosotros seamos distintos, seguro que esa otra persona lo haría estupendamente. No es particularmente relevante quién ocupa la dirección. Lo importante es la Fundación y lo que en ella se hace. Pero sí le diré que estos siete años se me han pasado volando, no me ha dado tiempo a nada. Tengo una increíble sensación de rapidez. Hace poco leí un artículo de Javier Marías sobre eso, sobre lo lento que parecía pasar antes el tiempo y lo deprisa que va ahora, y estoy muy de acuerdo.
Pero llegó en 2009, alguna decisión significativa habrá tomado desde entonces.
Lo que más tengo es esa sensación de rapidez, no sé si porque ya he llegado a los 44 años o qué. Hna sido años muy intensos, de mucho trabajo por afrontar este reto tan grande. Detrás de Graciano García, además, que ha sido y sigue siendo una figura decisiva y esencial en la Fundación. Además, no llegué aquí para aportar ningún sello ni ningún toque propio. Cuando el Patronato decidió contratarme, me dijeron que la idea era mantener la esencia de la Fundación y adaptar la forma de hacer a los estándares del tiempo en que vivimos. Y eso es lo que he hecho.
¿En qué han cambiado los premios desde sus primeras convocatorias?
Hay nuevas herramientas y nuevos requisitos porque han cambiado la sociedad, los medios de comunicación y los públicos. El conocimiento global también es distinto, así que hay que adecuarse a esa realidad. Las formas de gestión, lógicamente, son distintas que en en 1980 o 1981. Hemos incorporado todo lo que tiene que ver con el buen gobierno, la transparencia, la rendición de cuentas, la austeridad y la eficiencia. Hemos renovado los órganos, sí, como casi todas las organizaciones y en todas partes. Hemos dedicado tiempo a intensificar los lazos con los premiados, a ampliar y abrir la semana de los premios. Dado que en el Campoamor solo podemos sentar a 1.313 personas, queremos que al menos el público general pueda conocer sus trayectorias. Pero eso también se hacía antes...
¿Qué queda por hacer?
Siempre queda todo por hacer. Uno no puede pensar nunca que una labor está terminada. Eso es lo mismo que pensar que todo está perfecto y que uno se puede acomodar. Yo no creo en eso, yo creo en avanzar. Cada año, el contador se pone a cero. Tenemos que conseguir buenos premios, candidaturas presentadas por proponentes de mucha calidad y prestigio, ir renovando los jurados abrir a la sociedad las puertas de la Fundación con una buena programación cultural y cuidando la actividad musical. Uno no puede pensar «ya está, ya lo he hecho», sino en más y mejor, cómo podemos mejorar, en qué podemos avanzar, qué podemos aprender, dónde podemos innovar. Siempre hay campo, esta es una tarea que no se acaba nunca.
¿Cuánto tiempo se dedica a trabajar con los jurados?
Mucho. Esa tarea tampoco se termina nunca. Estamos siempre pendientes de tener perfiles diferentes, gente diversa, con perspectiva internacional y muchísimo prestigio en su ámbito profesional. Cada vez estamos incorporando a más premiados de años anteriores. Es bueno porque ven las cosas desde dos puntos de vista distintos. La labor ha consistido en reducir el número de los jurados con una renovación paulatina y cuidadosa. Por ahí vamos a continuar.
¿Y con los premiados o los candidatos extranjeros, que quizá no conozcan los premios como los españoles?
Últimamente pasa una cosa curiosísima. Cuando llegamos al premiado, aunque no sea español o del ámbito iberoamericano, que es donde tenemos una presencia mucho más fuerte, nos encontramos a menudo con que un premiado anterior le ha llamado y le ha contado muchísimas cosas antes de que a nosotros nos dé tiempo. Sucede cada vez con más frecuencia. Este año, por ejemplo, la candidatura de Richard Ford fue presentada por John Banville, de manera que él ya lo sabía todo. Banville le había llamado para explicárselo. Es fantástico, claro. Si alguien tiene esa percepción de la Fundación y de la importancia del premio, presenta candidaturas o llama a nuevos premiados para contarles su experiencia, no se pueden pedir embajadores mejores.
¿Son esos contactos los que marcan nuevas direcciones hacia donde avanzar?
Es esencial. Con los años, el conjunto de premiados va creciendo. Que cada uno de los que se incorpora presente a su vez grandes candidaturas es fantástico. Ellos están orgullos de haber recibido el premio y proponen personas o instituciones a las que ellos admiran. Es un círculo virtuoso.
¿Se ha avanzado en el conocimiento de los premios fuera de España?
Esto se puede abordar desde diferentes puntos de vista. Se puede buscar la notoriedad, que se puede alcanzar rápidamente, o se puede buscar primero el prestigio y que la notoriedad llegue después. Nosotros hemos optado claramente por conseguir antes el prestigio. La notoriedad, si tiene que venir, vendrá. De momento, recibimos cada vez más candidaturas presentadas por premiados de ediciones anteriores. Este año han sido más de cuarenta. Y vemos que las grandes universidades del mundo presentan cada vez más candidaturas a diferentes categorías, y lo mismo podemos decir de museos, centros culturales o embajadas. Eso significa que en los ámbitos del conocimiento, de la ciencia, del arte se valora y se respeta el premio. Se desea y se hacen propuestas. Cuesta mucho conseguir el prestigio. Hay que hacerlo al ritmo de que requiere, con seriedad y solidez. Es un trabajo más lento y difícil que conseguir un flash que se enciende y se apaga en un momento determinado. Es nuestra forma de hacer las cosas y así vamos a seguir.
Nunca faltan las comparaciones con los Nobel. ¿Tienen base o son puro grandonismo asturiano?
No voy a venir a descubrir los Nobel, claro. Son prestigiosísimos, tienen más de un siglo de vida y una dotación económica espectacular. Pero también son distintos de nuestros premios, tienen otra estructura diferente. Nosotros, obviamente, queremos mejorar. Hay muchos sitios donde se puede mirar para aprender, aunque a mí no me gusta compararme. La naturaleza esta fundación es distinta de la que tiene la Fundación Nobel. Lo sabemos, entre otras cosas, porque tenemos una relación muy buena con ellos. Lo fundamental, creo, es competir con uno mismo, pensar: he hecho algo de esta manera determinada, pero ¿cómo podría hacerlo mejor? ¿Qué puedo mejorar y seguir siendo yo? Porque creo que está bien mantener esta naturaleza, el componente emocional y la vinculación con la gente, la presencia de los valores y el arraigo. Nos queda mucho camino por delante porque somos una organización muy joven. Los primeros premios se concedieron en 1981.
Los medios y la sociedad miran a la Fundación esta semana concreta de octubre. ¿Cómo es el trabajo diario el resto del año?
Pues este trabajo se parece a un iceberg. Para que se vea lo que se ve en octubre hay un año detrás. Parece imposible pero es así. Para recibir 250 candidaturas, tenemos que empezar un proceso muy estricto y afinado con la invitación a presentarlas. Reunimos muchas. Hay que documentarlas, analizarlas, hacer un trabajo serio de investigación sobre cada una de ellas. Hay que convocar a los jurados, mantener la relación con los premiados que llaman y hacen preguntas. Cuando empiezan las reuniones de los jurados, ya hemos pasado meses de concentración y aún quedan más tareas. Tenemos reuniones institucionales con muchos agente diferentes, atendemos a infinidad de medios de comunicación, no solo españoles, y lo único que aflora en octubre son los actos culturales y la presencia de los premiados, la ceremonia.
Se madruga en enero para disfrutar en octubre.
Como en todo. Los resultados no son fruto de la improvisación, ni de dedicar un rato a tener una idea brillante. Ya sabe eso que ese dice de un 90% de transpiración y un 10% de inspiración. Hay que trabajar mucho para que las cosas salgan.
¿Qué secretos hay en ese trabajo, en la relación con esos antiguos premiados?
No es igual en todos los casos, pero con algunos es muy fluida. Hay gente que no se espera lo que encuentra aquí, se emociona y nos lo dice. Les pedimos mucho. No se trata de venir a una ceremonia formal, muy protocolaria, y recibir un premio. Intentamos que vengan todos los días que puedan, adelantar su llegada para que protagonicen los actos culturales abiertos al público y es una experiencia especial para ellos. Pero secretos no creo que haya. Lo único que intentamos es que cada uno se sienta a gusto y evitar los actos estandarizados. Los diseñamos a medida. Hay gente con perfil académico, a otros les gusta más la comunicación y se prestan a actos más abiertos y hay otros que se interesan por la divulgación. A esos los ponemos en contacto con escolares, con estudiantes. En las relaciones con la comunidad educativa, en fortalecer los lazos con ella, también hemos trabajado mucho estos años, nosotros les buscamos a ellos. Yo creo que los premiados agradecen y valoran ese contacto con la gente. Les da la oportunidad de transmitir su pensamiento, sus logros y sus aportaciones.
¿Las categorías de los premios ya se han fijado? ¿Pueden ampliarse o cambiar?
Graciano García siempre dice una frase: no hago pronósticos, y menos sobre el futuro. A mí me parece buena. Pero para contestar: no está previsto que vayan a cambiar, aunque no son inamovibles. Ya hay un sistema de trabajo y, aunque no sé qué pasará en el futuro, de momento ese no es un asunto que esté sobre la mesa para debatirlo.
Los premios son un activo de Asturias, pero en los últimos años también han sido un escenario de protestas y críticas políticas y sociales. ¿Cómo le afectan?
Es bueno que las sociedades y las personas aprendamos a aceptar las críticas y las voces discrepantes. Es sano, es legítimo y cada uno ha de tener su opinión sobre las cosas. Hay que respetarlo. A título personal, ya no hablando por la institución, escucho las críticas, las analizo y pienso en qué nos pueden ayudar a mejorar, qué percepción generamos y en qué podemos cambiar. Y, sobre los motivos para las críticas, pues hay muchas sensibilidades y siempre hay que preguntárselos a quienes se manifiestan o protestan. Yo respeto la discrepancia, no falto al respeto a nadie, ni personas ni instituciones, e intento llevar a cabo mis responsabilidades de la mejor manera posible sin escatimar esfuerzos ni ilusión.
¿Cree que estropea la ceremonia tener protestas políticas a la puerta del Campoamor? ¿Le preocupa eso?
Lo que me preocupa es que los premiados merezcan sus premios y que todo salga bien. En estos años de protestas he visto pancartas que aluden a conflictos laborales complicados. Ojalá se resolvieran todos, pero no porque desluzcan la ceremonia, sino para que las personas que los padecen encuentren una solución. Lo de la estética ya es secundario.
¿Se han convertido los premios en un símbolo que atacar y eso, en cierta manera, refleja su importancia?
Un reflejo del éxito de los premios, y es solo un ejemplo entre muchos, es acompañar a Emilio Lledó al instituto Aramo y ver el salón de actos lleno de chicos de bachillerato, estudiantes de filosofía en ese centro y en otros, para escucharle a él hablando de la vida, de lo que ha aprendido y de lo que han representado para él la lectura y la enseñanza. También el pensamiento crítico, el respeto y la libertad. A la salida, le aplaudía. Ese es el ejemplo del éxito de los premios. Fue un momento emocionante, pero hay más como ese, y es emocionante vivirlos todos.
Han extendido la participación a charlas de los premiados de las letras con clubes de lectura.
Es otro ejemplo fantástico de participación. Empezamos con las bibliotecas públicas de Asturias que quisieron apuntarse. El primer año fueron unas cuantas; el siguiente, más; y ahora empiezan a sumarse clubes de otras comunidades autónomas, y no solo las limítrofes con Asturias, algunas están más alejadas. Al premiado le emociona saber que roda esa gente lleva meses leyendo sus obras. Es una culminación para los lectores y para el autor. Leonardo Padura nos ha dicho este verano, cuando vino a la Semana Negra de Gijón, que se lo contó a todos sus amigos y a su madre cuando volvió a Cuba. Le pareció increíble. A veces, no valoramos lo suficiente el papel de las bibliotecas públicas, de sus bibliotecarios y de toda la gente que está ahí, alrededor del mundo del libro. En Asturias, tenemos una gran infraestructura, unos bibliotecarios magníficos y da gusto trabajar para darles esa alegría, aunque dure poco tiempo.
¿Es esa búsqueda de un público amplio el rasgo distintivo de estos premios?
Los premios tienen sentido por la gente. No se conceden para organizar una ceremonia que salga en los periódicos. La Fundación trata de buscar personas e instituciones que den ejemplo. Para eso han de servir los premios. En un mundo donde todas las cosas cambian rápido, van y vienen, queremos fijarnos en quienes hacen cosas meritorias. Y la posibilidad de que pueda acercarse a estas personas más gente que la que cabe en un teatro es el fundamento mismo del premio. La ceremonia es importante para nosotros porque es el destilado de todo un año de trabajo, pero el sentido de los premios la trasciende mucho.