El hoy presidente de la gestora del PSOE logró aunar a sectores muy distantes al hacerse con el control del socialismo asturiano aunque sus alianzas con IU en el parlamento peligran por el debate sobre una abstención que dé luz verde a Rajoy
03 oct 2016 . Actualizado a las 17:17 h.En noviembre del año 2000 había quedado ya muy atrás la paranoia de enero con el cambio de dígitos en los calendarios de los ordenadores, el «efecto 2000» que según aseguraban los propagadores del fin del mundo inminente iba a llevar al caos a la civilización dependiente de la eletricidad. Salvo problemas muy menores todo funcionó correctamente y con normalidad. Era noviembre de ese año cuando la Federación Socialista Asturiana se disponía a elegir a un nuevo secretario general que sustituyera a Luis Martínez Noval con dos candidatos en liza, Javier Fernández y Álvaro Álvarez.
Fue una votación muy reñida que se saldó con una victoria de 215 votos de Fernández frente a los 194 cosechados por Álvaro Álvarez, cado uno representado dos almas de un PSOE divido. Aunque entonces los bandos se llamaban «guerristas» y «renovadores», los primeros con Javier Fernández como candidato se impusieron con el apoyo crucial del entonces todopodoroso SOMA frente a los segundos en quienes se apoyaba el entonces presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces. Nada volvió a ser igual después de aquella noche, el todopoderoso sindicato minero fue apagando su influencia en el seno del PSOE asturiano hasta convertirse en hoy una casi testimonial y Fernández logró apaciguar los muy tensos enfrentamientos de entonces entre los diversos sectores socialistas hasta lograr una federación que se ha mantenido casi unánime en los últimos 16 años. Hasta el estallido de la crisis entre críticos y sanchistas.
Pax de 16 años
La Pax Javierana en la FSA se asentó con mucha mano izquierda y reintegración de dirigentes antes enfrentados. Aún siendo secretario general de la FSA Fernández compartió una legislatura de bicefalia con Álvarez Areces (la tercera consecutiva del exalcalde de Gijón) antes de asumir la cabeza de lista de la candidatura socialista al Ejecutivo asturiano. Y fue en un momento especialmente difícil. Los comicios autonómicos se disputaron pocos días después del estallido del 15M en todo el estado y con Francisco Álvarez Cascos creando su propia organización, una escisión del PP al que pondría como siglas las iniciales de su nombre, para dar la batalla por la presidencia del Principado. Y la obtuvo. Cascos ganó en escaños (aunque en número de votos fue la segunda fuerza) y logró la investidura con sus únicos apoyos y la abstención por imperativo legal del resto de los grupos. Aquella fue una legislatura muy corta, que no llegó a un año y en la que Cascos se enfrentó a todo el mundo con el que fuera posible imaginar llegar a un enfrentamiento. Una debacle electoral en las Generales que le dieron la mayoría absoluta a Mariano Rajoy y la falta de apoyos para aprobar los presupuestos llevaron a Cascos a adelantar los comicios.
La presidencia asturiana
Venció entonces también en votos y esta vez en escaños Javier Fernández que inició un primer mandato con el acuerdo de investidura firmado con Izquierda Unida y UPyD, los magentas tenían entonces un único diputado en la Junta General, Ignacio Prendes, que hoy se sienta en la mesa del Congreso por Ciudadanos. Ese acuerdo a tres se rompió después que los grupos interpretaran de forma muy distinta el proyecto para llevar a cabo una reforma electoral en Asturias, los socialistas reclamando que debía contar con un apoyo de una «mayoría reforzada» que debería ser mayor que la mitad más uno. Desde IU y UPyD, sin embargo, siempre defendieron que la mayoría absoluta, en este caso los 23 escaños que sumaban los tres grupos, era mayoría reforzada de sobra.
Esa crisis llevó Fernández a prorrogar por primera vez unos presupuestos, que cubrió con créditos extraordinarios, y al año siguiente a pactar las cuentas por primera vez en la historia con un PP que deseaba darse una pátina institucional para darle la puntilla a Foro en los siguientes comicios. Funcionó.
Tras las elecciones de 2015, el PSOE revalidó su mandato pero con unas fuerzas muy meguadas por la entrada de Podemos en el parlamento asturiano con 9 escaños. La hostilidad entre las dos formaciones, a diferencia de otros territorios del Estado, ha sido cruda desde el primer día. El presidente trató de repetir presidencia apoyándose únicamente en sus escaños, una candidatura alternativa de PP y Foro (que iniciaron un camino de reconciliación, que aumentó con una coalición en los dos siguientes comicios generales) le llevó a buscar un acuerdo con IU (en esta ocasión con Gaspar Llamazares como líder parlamentario) que se fraguó en un acuerdo de investudura. Todos los intentos de ambas fuerzas por sumar a Podemos han sido vanos y el mayor de los desencuentros llegó al pasado 21 de diciembre (un día después de las generales de invierno) cuando los morados presentaron una enmienda a la totalidad de los presupuestos pactados por PSOE e IU. El gobierno retiró el proyecto y prorrogó las cuentas que habían sido pactadas el año anterior con el PP.
No es casualidad que sea en Asturias y Andalucía, dos de los territorios que suman mayor número de años de gobierno socialistas, donde las relaciones entre PSOE y Podemos son más difíciles. Para los morados, todos esos años al frente de las instituciones pesan más en el debe que en los logros y reprochan a los socialistas los casos de corrupción acumulados en ese tiempo. Singularmente la implicación del exconsejero de Educación, José Luis Iglesias Riopedre (durante el gobierno de Areces) en el caso Marea y también la investigación por acogerse a la amnistía fiscal contra el exdirigente del SOMA José Ángel Fernández Villa.
El futuro
¿Qué piensa realmente Javier Fernández de la crisis abierta en el PSOE en los últimos meses? Ha sido uno de los barones críticos con Sánchez más discretos, limitando sus apreciaciones generales sobre la gobernabilidad del estado a discursos institucionales e insistiendo hasta la extenuación en que sus valoraciones sobre los problemas del PSOE sólo las realizaría en los órganos internos. Así lo ha hecho, y en ocasiones topándose con que sus declaraciones en el comité federal eran grabadas y luego filtradas a la prensa.
En los últimos días ha reunido el consenso de los barones para dirigir la gestora del PSOE por ser la persona que menos reparos podría despertar entre los sanchistas. Si se repiten palabras como «referente» y «reconocido prestigio» entre los socialistas es porque pocos dirigentes han despertado más sinceros aplausos en mítines y discursos internos dentro del partido. Es paradójico porque Fernández tiene de cara a los medios de comunicación una reconocida «fotobia» que le hace rehuir cámara y micrófonos, una timidez que puede parecer brusca ante la prensa y que, sin embargo, desaparece en las distancias cortas. Lector voraz, los mejores momentos de Fernández se dan en sus intervenciones parlamentarias y en encuentros con la militancia. En la campaña de junio, nadie, ni tampoco Pedro Sánchez, despertó como él el entusiasmo de los asistentes al mitin de La Corredoria. Pero es un reconocimiento que no llega o no sabe llegar a círculos más amplios.
La pregunta ahora es si la nueva gestora del PSOE facilitará o no un gobierno de Mariano Rajoy con una abstención socialista. El pasado viernes en el pleno de la Junta General, Javier Fernández repetía a cada grupo parlamentario que le cuestionaba sobre el bloqueo nacional que su opinión al respecto la daría en los órganos internos de su partido. Pero dio pistas. A preguntas de Llamazares señaló que no veía posible a estas alturas el pacto que «me gustaría» junto a Podemos y Ciudadanos «y en política lo que no es posible, es falso». Descartó totalmente (como ya hiciera en muchos discursos anteriores) cualquier acuerdo «para gobernar el estado con quienes quieren fragmentarlo» vetando así un pacto con los independentistas. Quedan así dos opciones: o un tercer adelanto electoral o el gobierno de «la lista más votada».
No dijo Fernández cuál era su preferencia aunque sí que era «honrado decirlo porque es verdad» que la disyuntiva era esa y no otra. Pero todo puede tener consecuencias, desde IU se ha advertido que una abstención socialista terminaría por poner en un brete todos los acuerdos firmados a nivel asturiano entre el PSOE y la coalición. La última legislatura asturiana ha estado marcada por una llamada constante a buscar un entendimiento entre socialistas, IU y Podemos que los decisiones del PSOE en el Congreso pueden distanciar, más aún, en Asturias.