a veces, da la impresión de que este país vive en un permanente día de la marmota; una y otra vez se repiten los discursos, las acciones, las situaciones, que cambian de forma tan imperceptible que bien se diría que lo que pasó ayer vuelve a pasar hoy y, como una letanía, volverá a pasar mañana. Sirva de muestra el culebrón de las elecciones generales, que nos ha llevado ya a dos citas sin que se puedan descartar las terceras.
El drama es que, en esta historia repetida, es la ciudadanía, la gente corriente, la que sufre la violencia de un sistema que ha tenido recursos suficientes para salvar a la banca, pero ha carecido de corazón para rescatar a las personas.
Pero esta situación de encasquillamiento puede cambiar y en IU apostamos por ese cambio, que no necesariamente pasa por esas terceras elecciones: de poco sirve ir a las urnas si, por extraño que pueda parecer, el PP vuelve a obtener la mayoría, porque parece que sus votantes no tienen en cuenta la corrupción, ni las políticas injustas y lesivas para la mayoría, ni sus resultados en materia de economía y empleo; porque aquí el drama es que la creación de puestos de trabajo que se pregonan oculta que se trata de puestos de tan escasa calidad que sus salarios no impiden que miles de personas sigan en situación de pobreza. El PP gana porque hay una población muy movilizada que le vota pero, también, porque una parte muy importante de la ciudadanía, desmovilizada, quizá defraudada, no vota.
Existe aún la posibilidad de un gran acuerdo de las fuerzas de la izquierda, las del cambio y el progreso que más allá de evitar unas terceras elecciones, permitirán comenzar a recuperar los derechos perdidos en la legislatura más nefasta que podemos recordar: la de Mariano Rajoy y el PP que ha llevado a la ruina a millones de personas, que ahora engrosan la terrible estadística de la pobreza, merced a sus políticas orientadas a proteger al gran capital y a las grandes fortunas. Al tiempo que subían a toda la ciudadanía los impuestos indirectos, como el IVA, o congelaban y bajaban las pensiones y los salarios, reducían los impuestos a los más ricos, a los que premiaban con medidas de “regularización fiscal”, eufemismo utilizado para blanquear el capital, muchas veces de dudosa procedencia, que, los de siempre, habían sacado fuera de forma opaca.