El líder de Ciudadanos juega bien, como la selección española, pero no remata y eso en política, en el fútbol y en la vida no da ganadores
20 jun 2016 . Actualizado a las 10:03 h.A lomos de la resistencia contra el independentismo catalán, Albert Rivera ha construido un partido que se parece mucho a lo que podría denominarse derecha civilizada europea o derecha liberal. Este joven atildado es un candidato amable que no ofende a casi nadie, salvo a Rajoy y a Iglesias. Parece un buen hijo, un amigo tierno, un compañero de viaje, pero no un político al uso de España. Aunque quiera expresarse con dureza no lo consigue. Si la cara es el espejo del alma, Rivera es un chico majo con aptitudes pero sin poderes. Le falta un plus de mala leche para cautivar o algún ejemplo de su capacidad para gobernar, por ahora desconocida.
Ese papel secundario, circunscrito a ser el colaborador necesario de otros (de Cristina Cifuentes en Madrid y de Susana Díaz en Andalucía) es un alivio, porque hace posible gobiernos superando la equidistancia entre rivales enconados. Por ahora todo va bien porque no le ha tocado gestionar nada importante. Se ha construido una imagen de resistente en Cataluña, donde ha arrebatado la bandera española al PP -aprovechó muy bien las ayudas parlamentarias a Artur Más de Alicia Sánchez-Camacho- y ha reunido a muchos de los votantes contrarios al independentismo de carácter moderado que convivían en CiU o en el PSC. No se ha movido de esa posición y ha ido añadiendo nuevos adeptos a la misma velocidad que la antigua CiU y Esquerra iban construyendo el más que famoso e inacabado procés. De esa plataforma ha sido capaz de abarcar cada vez más espacio lejos de su Barcelona natal.
Aunque su primera incursión nacional en 2011 fue un fracaso, aparte de los desencuentros con Rosa Díez de UPyD, ha seguido nutriéndose de desencantados del PP y su propuesta equidistante ha logrado atraer a nuevas huestes. Entre ellas muchos de los antiguos correligionarios de Rosa que, agotado el proyecto de la exdirigente socialista anti-nacionalista, optaron por un candidato menos arriesgado y con más proyección. Ahí están Ignacio Prendes o Toni Cantó para corroborarlo.
Ese gran salto a la esfera nacional también obedece al enorme -e inconcluso- desgaste del partido gobernante. Mucha gente estaba harta de la corrupción, del desprecio de la realidad y de los aprietos económicos del PP y quería una solución diferente, con mejor cara y sin tantas rémoras. Y aquí está. Pero muchos opinadores creen que podía haberle ido mejor. La derecha de siempre, esa derecha española que se considera dueña del territorio, de la patria, de la bandera y que representa los valores de la tradición no se desune tan fácil. Ciudadanos no les sirve, tiene un mensaje demasiado melifluo, con una carga de liberalidad y modernidad alejados del patrioterismo histórico, vinculado a la Iglesia, al Ejército y a los toros.
A Rivera le critican precisamente esa falta de contundencia, una posición intermedia que le permite arañar por un lado y por otro. Juega bien, como la selección española, pero no remata y eso en política, en el fútbol y en la vida no da ganadores. Pero tiene una ventaja enorme. Es joven, ha crecido rápido, se ha abierto un hueco mucho más importante del que pudiera creerse hace sólo un año y puede mejorar si, como es presumible, España y Europa vuelven a ir peor en los próximos meses. O si se agudiza el problema catalán, aunque ahora parece que la ofensiva independentista está desorientada.
Ha recibido muchas críticas por camaleónico y en Podemos lo ven como el mejor delfín de las grandes empresas del Ibex, él que es hijo de autónomos, quizá porque haya trabajado en la Caixa. De hecho uno de los lemas principales de su campaña es que está en contra del «capitalismo de amiguetes», criterio acuñado por Luis Garicano, el economista de cabecera del partido, que es sobrino-nieto de un ministro franquista, Tomás Garicano Goñi, de infausto recuerdo. Capitalismo que se cuece en el palco del Bernabéu y hasta hace poco en el del Camp Nou.
Sus propuestas económicas son compatibles con las del PSOE y con las del PP, con eso queda dicho todo. Apuestan por la educación, la excelencia y por menos inversión en carreteras y aeropuertos, modelo que han adoptado antes muchos países del norte de Europa con buenos resultados. Pero en España construir sigue siendo un elemento dinamizador del voto -véase el tercer carril Oviedo-Lugones de la Y destapado en plena campaña- y Ciudadanos ya va haciéndose una idea de cómo se suma más que el rival. En los pocos meses de la legislatura anterior también ha comprobado que una cosa es opinar en la tele y otra muy diferente lograr acuerdos parlamentarios.
Eso quiere decir que a Rivera le ha sorprendido la soberbia del PP. Pues no es nada comparada con la de la época de las mayorías absolutas. Ahora si fuera necesario su voto terminará otorgando el gobierno, en eso parece claro su mensaje. Si es al PP intentará, como ya ha reiterado de manera rotunda, que no sea Rajoy presidente. Una medida tan saludable como improbable porque Ciudadanos, si suma con PP una mayoría suficiente, no tendrá fuerza para doblegar al impávido gallego. Y no se atreverá a forzar unas terceras elecciones porque el chico barcelonés es majo y todavía no se ha vuelto tan retorcido y calculador como sus rivales. Por el momento se presenta a cuerpo limpio y ofrece una imagen moderada que puede que le penalice más que le beneficie. Así es España.