
La guerra arancelaria de EE.UU. que ha desatado el caos mundial fue ideada por tres «cerebros» del republicano: Navarro, Lutnick y Bessent
13 abr 2025 . Actualizado a las 13:35 h.La hidra es una serpiente de agua de múltiples cabezas tan venenosas que su aliento resulta letal, un monstruo de la mitología griega casi invencible porque al cortarle una de sus testas salen otras dos. Todo apuntaba a que la toma de posesión de Donald Trump —el primer delincuente convicto en la Casa Blanca— el pasado 20 de enero marcaría el inicio de una nueva era llena de incertidumbre, pero pocos presagiaban el caos mundial que generaría la guerra arancelaria ideada por los tres cerebros del magnate: el latino Peter Navarro, el judío Howard Lutnick y el primer gay en un gabinete republicano, Scott Bessent. «Os digo que estos países nos están llamando, besándome el culo. Se mueren por hacer un trato», se burló con sus habituales modos tabernarios y narcisistas el 47.º presidente de Estados Unidos, que ahora se hace llamar con sorna «el hombre de los aranceles» y acaba de sacarse de la manga un decreto para aumentar la presión del agua de la ducha y poder cuidar de su «hermoso cabello».
Buscar economista en Google
Nadie diría que el líder del país con el mayor PIB del planeta le pidió a uno de sus yernos que le buscase un economista de referencia. Así fue. Jared Kushner, el marido de Ivanka, buceó en Google y, tras descubrir en Amazon el ensayo Death by China. Confronting the dragon. A global call to action, de Peter Navarro y Greg Autry, le recomendó al primero, que se sumó a su campaña electoral del 2016 y acabó siendo nombrado asesor de Comercio de la primera Administración Trump, informa la BBC. Este ex profesor de Ciencias Económicas de la Universidad de California, de 75 años, que se autodefine como «el halcón de las tarifas», es el artífice de la criticada fórmula de los gravámenes recíprocos, que «no son negociables», según manifestó en Financial Times.
La espiral sinsentido de su fichaje se retuerce más al descubrir que el experto que Navarro cita en todos sus libros para justificar la subida tarifaria —Ron Vara— no existe, sino que es un personaje de su invención bautizado con un anagrama formado por las letras de su propio apellido. Un hallazgo que hizo The New York Times cuando intentó contactar con este «influyente» estudioso.
El autor de esta broma o engaño, de este «seudónimo caprichoso», como él lo definió, es hoy el gurú, el arquitecto, el principal hacedor de la política proteccionista de Trump, que siempre premia a quienes le son fieles. Y Navarro le demostró su lealtad a lo grande: cumplió una pena de cuatro meses de prisión tras obstruir la investigación de la Cámara de Representantes sobre el asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021, y se convirtió así en el primer exfuncionario de la Casa Blanca condenado por desacato. De hecho, intentó anular los comicios presidenciales del 2020 y difundió teorías conspirativas de fraude electoral, pese a la ausencia de pruebas.
«¿Dónde está mi Peter?», pregunta el presidente, que muestra gran sintonía con él, cuando lo cita a una reunión. Un héroe, para los republicanos, y «completamente loco», según advierten senadores demócratas. Las críticas más duras le llegaron, sin embargo, de la mano derecha de Trump, Elon Musk, quien censuró su falta de experiencia práctica en Economía y lo tachó de «auténtico imbécil y más tonto que un saco de ladrillos». El asesor latino había descrito al dueño de Tesla como un «ensamblador de automóviles», un reproche que pareció molestarle más que la polémica internacional que levantaron su saludo nazi en uno de los actos de investidura y su apoyo al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD). «Son cosas de niños», intentaron zanjar desde el despacho oval, donde un botón para pedir Coca-Cola convive con un busto del ex primer ministro británico Winston Churchill, clave en la derrota de Hitler y que, en vida, decía «si pasas por el infierno, sigue adelante».
Del 11S, a lucrarse en un crac
El encargado de implementar esta deriva proteccionista es un firme defensor de las criptomonedas, un demócrata de toda la vida y la voz más alta de su nacionalismo económico. «La UE no compra el pollo de EE.UU. ni nuestras langostas... Odian nuestra ternera porque es estupenda y la suya, una mierda», vociferó recientemente el secretario de Comercio, Howard Lutnick, a quien acusan de haberse hecho de oro con la caída de la Bolsa —invierte en renta fija— causada por su departamento.
Este multimillonario de origen judío es dueño de la financiera Cantor Fitzgerald, que perdió a 658 de sus 960 empleados en los atentados del 11S en las Torres Gemelas, donde también murieron su hermano, Gary, y su mejor amigo, Doug. Él se salvó porque llevaba a su hijo a su primer día de guardería. «Es la personificación de la resiliencia ante una tragedia indescriptible», valoró Trump, pese a que Lutnick suspendió las nóminas de sus trabajadores fallecidos, aunque finalmente indemnizó a las familias con 180 millones de dólares. Hoy, apuesta por los aranceles, incluso si conducen a una recesión mundial, y asegura que la robótica reemplazará al trabajo barato que hacen los chinos, pero no explica cómo.
Y la llave del Tesoro la guarda un depredador de crisis, un «asesino silencioso» de Wall Street. Así apodan a Scott Bessent, que fue gestor de inversiones del magnate húngaro George Soros, cuando este hundió la libra esterlina y el yen japonés, y es el primer miembro abiertamente gay de un gabinete republicano. Este especialista en detectar fragilidades en los mercados, allanó su camino a la Casa Blanca señalando que los gravámenes reducirían la dependencia industrial de los rivales, y advirtió esta semana a España y al resto de la Unión Europea de que acercarse a China «sería como cortarse el cuello».
Quizás nos atrevimos a soñar con los locos años veinte, pero, un siglo después, nos tocó ser testigos de los tiempos de Trump. In Trump Time.