Por qué China opta por la confrontación con Trump

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El dinero es cobarde (a veces incluso «cobarde y pecador», como diría el gran Chiquito de la Calzada), pero también es transparente, en el sentido de que suele dejar claro lo que piensa. Bastaba ver ayer el gráfico de la Bolsa para entender que algo muy grave había pasado poco después de la una, y lo que pasaba era que se recrudecía la guerra comercial. China acababa de anunciar un 84 por ciento de arancel a los productos norteamericanos. Es lo que Ursula von der Leyen intentó evitar el martes a la desesperada con una llamada el primer ministro chino, Li Qiang, pero no sirvió de nada, en parte porque la decisión es más política que económica. Después de haber cultivado un «ethos» nacionalista, Xi Jinping no puede permitirse una respuesta blanda ante este castigo envuelto en una humillación. Al parecer, se habían contemplado medidas como la prohibición de las películas de Hollywood o el fin de la cooperación en el contrabando de fentanilo, pero habría sonado a debilidad. China cuenta con otra arma mucho más temible: la deuda norteamericana que atesora. Si inundase de repente el mercado con ella, podría tumbar al dólar. Pero esta «bomba atómica financiera», como se la califica a veces, es, como la bomba atómica real, demasiado devastadora, incluso para el que la lanza. De hecho, está habiendo una venta creciente de deuda norteamericana, pero no por parte de China sino de los inversores de todo el mundo, que ya no la consideran un refugio ante el caos desatado por Trump (otra mala señal, sobre todo cuando caen las Bolsas, que tendría que hacerle recapacitar,). China tampoco quiere devaluar su moneda. De hecho, está intentando defenderla. Aunque la caída del yuan favorezca las exportaciones, una bajada excesiva produciría una fuga de capitales que a Pekín tampoco le interesa.
Esto deja a China con pocas salidas. Lo ideal para ellos sería incrementar la demanda interna, pero su consumo está muy debilitado. Podrían limitarse a absorber el golpe, como hicieron en el 2018, cuando el Estado gastó para que no repercutiesen en los consumidores los aranceles que impuso Trump entonces. Esto era relativamente fácil técnicamente porque las importaciones de Estados Unidos a China son sobre todo productos agrícolas e hidrocarburos, y porque aquellos aranceles no eran tan descomunales. Pero las cosas son distintas ahora. China es todavía más dependiente de las exportaciones y el Estado no tiene tanto dinero después de sus elefantiásicos gastos en la modernización del Ejército y la inversión exterior en su proyecto del «Cinturón y Ruta». Es cierto que se ha estado preparando para este shock trumpiano diversificando su comercio. Pero ni siquiera esto va a ser suficiente ante la magnitud de lo que se avecina. Trump, desatado, no quiere negociar y Xi Jinping no tiene margen para recular. Por eso Pekín prefiere ir al choque de trenes con Estados Unidos, con la esperanza de que la visión del abismo haga recapacitar, si no a Donald Trump, a quienes puedan obligarle a rectificar.
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