El discurso «nativista» exacerba la xenofobia entre los separatistas
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Junts abraza el relato contra la inmigración empujado por la ultra Aliança Catalana
06 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.«Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña». La frase la acuñó en los ochenta Jordi Pujol. El expresidente de la Generalitat no se cansaba de repetirla allí donde fuera. Eran tiempos en los que el nacionalismo catalán se esforzaba en mostrar su cara más amable, en los que los líderes de la antigua Convergència hablaban de integración, más que de imposición, de la Cataluña de los seis millones, la de «la feina ben feta no té fronteres» (el trabajo bien hecho no tiene fronteras). A Pujol nunca se le pasó por la cabeza enfangarse en el control de los flujos migratorios. Simplemente, no tocaba. A él y a su delfín, Artur Mas, les bastaba con tener mossos en las calles, controlando el tráfico y en las prisiones.
Para Carles Puigdemont, las fronteras son importantes. En las nuevas promociones posconvergentes, el discurso nativista se ha ido imponiendo a fuego lento, a medida que el proceso independentista catalán iba perdiendo fuelle. La identidad nacional es uno de los pilares fundamentales en los que ciertos grupos políticos sustentan su ideología y legitimidad. Según Cas Mudde, politólogo y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgia (EE.UU.), la esencia de la extrema derecha reside en el nativismo y el autoritarismo. Mudde define el primero como una «forma xenófoba del nacionalismo que entiende el Estado como monocultural y que desprecia cualquier expresión cultural alternativa o diferente, que es percibida como una amenaza». Para la mayoría de los partidos de ultraderecha, como Vox en España, Alternativa para Alemania, Demócratas de Suecia y el Partido Republicano en EE.UU., «el nativismo es el elemento esencial de su mensaje político».
En Cataluña, la extrema derecha se llama Aliança Catalana. Sílvia Orriols defiende abiertamente sus afinidades con Vox, hasta reconocer en público que la votan muchos seguidores de Santiago Abascal. Su ideólogo, Jordi Aragonès, no esconde su entusiasmo por la AfD alemana o la formación de Le Pen en Francia. A pesar de declararse «nacionalista catalán», no parece importarle mucho la política anticatalanista que el Frente Nacional lleva a cabo en Perpiñán. Según Xavier Torrens, autor del libro Salvar Cataluña, la gestación del nacionalpopulismo catalán, «hay sectores influyentes en Junts que creen que proseguir con el discurso prototípico mantenido hasta ahora no va a frenar a la nueva extrema derecha, y abogan por construir otro tipo de relato que les permita frenar la pujanza del nacionalpopulismo catalán, que extrae votantes, en primer lugar, de Junts».

Sin embargo, el nativismo ya corría por las venas de los neoconvergentes mucho antes de que la alcaldesa de Ripoll irrumpiera con fuerza en la escena política catalana. El partido de Carles Puigdemont coquetea con el desprecio al diferente desde hace tiempo. El propio Pedro Sánchez, cuando no necesitaba sus votos, se lo echaba en cara. «Lo que quiere [la sociedad catalana] es orillar esas expresiones de extremismo, de xenofobia o de odio que se manifiestan en la ultraderecha de Vox, allí también en Cataluña, y también entre destacados miembros de su candidatura, señoría», decía señalando con el dedo a Míriam Nogueras. «No se quedan atrás ni en el odio, ni en las expresiones de extremismo y xenofobia; eso también ustedes se lo tienen que hacer ver», sentenciaba el presidente del Gobierno en el Congreso, pocos días después de las elecciones autonómicas de febrero del 2021. Aquellas que ganó el PSC de Salvador Illa, aunque el premio de la Generalitat fue para Esquerra.
El martes pasado, tanto el expresidente catalán fugado en Bélgica como su número dos, Jordi Turull, defendieron el acuerdo con el PSOE como la mejor manera de luchar contra «la violencia y la radicalización religiosa», y de «proteger el modelo de vida catalán». Según Puigdemont, «hay que defender el derecho a vivir plenamente en catalán». Para el secretario general de Junts, la delegación de competencias permitirá gestionar la inmigración «con mentalidad de Estado» y sin caer en «el populismo ni el buenismo». Mientras, Orriols tiraba de ironía en redes sociales. En un primer tuit, restó importancia al acuerdo: «Ahora, en vez del PSOE, las competencias en inmigración las tendrá el PSC». En el segundo, no dejó duda alguna sobre las intenciones de Aliança: «Las competencias estas en inmigración que decís que habéis conseguido, dádmelas a mí…».