Última llamada para los partidos moderados en Alemania

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En vísperas de las elecciones alemanas, decíamos que había pocas dudas de que los dos grandes partidos tradicionales, los democratacristianos (CDU-CSU) y los socialdemócratas (SPD), estarían en condiciones de formar gobierno. Y así es. Los números dan para ello y, aunque a un SPD en crisis puede salirle caro entrar en un ejecutivo conservador, la alternativa, otras elecciones anticipadas, sería una amenaza existencial para ellos, por lo que es muy probable que acepten. También decíamos que, si bien estaba excluida la entrada en el gobierno de la extrema derecha (AfD), sus cifras servirían para medir el cambio político que está experimentando Alemania. Y, en efecto, las transferencias de voto son impresionantes. La AfD ha acaparado la mitad de los nuevos electores y antiguos abstencionistas, pero además ha recibido en torno a un millón de votos de cada uno de los tres partidos moderados: de la CDU, del SPD, e incluso del liberal FDP, lo que es particularmente llamativo porque se trata de un partido pequeño y muy alejado ideológicamente. La AfD no solo ha quedado en segundo lugar, doblando su resultado anterior y superando la barrera psicológica del 20 %, sino que crece en todas las direcciones posibles. También afianza su dominio en la antigua Alemania del Este, pero lo significativo es que está entre el 15 y el 20 % en el resto del país.
Esto hace pensar que estamos ante el último cartucho de los partidos moderados. Si estos no consiguen satisfacer a su electorado, en las próximas elecciones no habrá ninguna suma posible sin romper el cordón sanitario a la extrema derecha o a la extrema izquierda. Alemania sufriría entonces una parálisis similar a la de Francia. Y, desgraciadamente, esto parece lo más probable, porque las circunstancias no favorecen al gobierno que encabezará Friedrich Merz. La economía lleva años estancada y no hay razones para pensar que pueda mejorar a corto plazo en un entorno de aranceles norteamericanos y declive del consumo en China y Europa. Aunque no sea la única causa, gran parte de los problemas de inflación de Alemania derivan de las sanciones a Rusia y el consiguiente fin de las importaciones de su gas barato, lo que inevitablemente va a seguir alimentando el discurso más o menos pro-Putin de los radicales de izquierda y derecha. Alemania sigue siendo un país disciplinado fiscalmente, pero la necesidad de hacer frente al aumento del gasto militar para contener a Rusia obligará a Merz a ir contra los instintos más profundos del conservadurismo alemán y romper el techo de deuda, lo que en Alemania requiere una complicada reforma constitucional. Para revitalizar la industria del automóvil, Merz ha anunciado que dará marcha atrás en las políticas ecologistas, lo que llevará a tensiones con sus (probables) socios del SPD y a la hostilidad de los Verdes. El control de la inmigración, que resultaba en principio tan polémico, puede acabar siendo el punto en el que resultará más fácil encontrar consensos. Por lo demás, el nuevo ejecutivo alemán va a ser rehén de un contexto internacional muy poco halagüeño y su suerte dependerá de este, más que de su propio desempeño.
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