
El «mejor británico de todos los tiempos» que consiguió parar a Hitler
27 ene 2025 . Actualizado a las 12:37 h.«Nada tengo que ofrecer, salvo sangre, penalidades, sudor y lágrimas». De esta forma, Winston Churchill (1874-1965) se dirigió a la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940 tras ser nombrado primer ministro de un Reino Unido en guerra sobre el que se cernía la amenaza nazi. Es una de las frases más recordadas de la historia dentro de un discurso memorable, considerado una cumbre de la oratoria política, en el que llamó a enfrentarse hasta la muerte a una «tiranía monstruosa» para lograr una «victoria a cualquier precio».
En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, Churchill era un político marginado que clamaba en vano contra el peligro que representaba Hitler y se oponía frontalmente a la política de apaciguamiento con Alemania del primer ministro Neville Chamberlain. Gracias a su resistencia y su convicción de que era imprescindible parar a Adolf Hitler, salvó a Europa de caer bajo el nazismo. En su apasionante Cinco días en Londres, mayo de 1940 (Turner) el historiador John Lukacs relata cómo, entre el 24 y el 28, se jugó el destino del mundo. Hitler estuvo más cerca que nunca de la victoria y solo la determinación de un hombre, que galvanizó a todo un pueblo, se lo impidió. Pese a ser clave en la victoria aliada, perdió las elecciones en 1945.
Este papel histórico fue decisivo para que fuera elegido el «mejor británico de todos los tiempos», por delante de Charles Darwin, William Shakespeare, John Lennon e Isaac Newton en una votación organizada por la BBC en el 2002 con la participación de un millón de personas. Cuando se cumplen sesenta años de su muerte, ya nonagenario, su figura sigue ejerciendo fascinación, especialmente por la ausencia de estadistas de su talla en el mundo actual, y está inscrita en el imaginario colectivo, incluso físicamente, orondo, con su sempiterno puro y la uve de la victoria.

Churchill tuvo una increíble, apasionante y multifacética trayectoria vital y política. Niño que sufrió el abandono de sus padres, lo que le marcó, joven e intrépido soldado, corresponsal de guerra, diputado desde 1900 a 1964 (salvo dos años), primer ministro (1940-45 y 1941-55), eximio orador, Premio Nobel de Literatura, pintor, historiador, icono del siglo XX que ha sido comparado con César o Napoleón (al que admiraba), vivió varias vidas en una, siempre con la ambición de alcanzar la gloria. El político más citado de la historia (a veces atribuyéndole palabras que no dijo) con sentencias célebres como «la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las demás que se han ensayado»; y el que más discursos pronunció, 2.360. Además, escribió 27 libros. Según el editor e historiador David Cannadine, dejó «una incomparable e intimidante montaña de palabras».
También cosechó también grandes fracasos, el peor en la batalla de Gallípoli, en 1915, cuando era lord del Almirantazgo, un desastre que provocó 150.000 bajas británicas, y por el que fue destituido. Fue una persona compleja y poliédrica. Excepcional pero lleno de contradicciones, ambicioso y de firmes convicciones, egocéntrico y exigente, con voluntad de hierro y una tenacidad indesmayable. Así le retrata el historiador François Bédarida en Churchill (FCE). Una de sus frases más famosas, «el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo», le define.

José Ignacio Domínguez le ha llamado el «político bipolar» en Winston Churchill y su época (Sílex), ya que, por ejemplo, por un lado fue el héroe que resistió al nazismo, pero por otro abandonó a Polonia, que acabó en la órbita terrible de Stalin. «Si hubiera muerto en 1939 podría haber sido considerado un brillante fracaso», asegura Andrew Roberts, autor de la monumental Churchill. La biografía (Crítica). El historiador cuenta cómo se creía predestinado a salvar a Gran Bretaña (así se lo dijo a un amigo cuando tenía 16 años) y que su larga carrera era una preparación para el papel decisivo que desempeñó en la guerra. En Cómo se fraguó la tormenta, el mismo Churchill se expresaba así al recordar aquel 10 de mayo de 1940, en el que había sido designado primer ministro: «Tuve la impresión de sentirme en sintonía con el destino y de que toda mi vida pasada no había sido sino un largo preparativo para esta hora y para esta prueba».

Puntos oscuros y opiniones políticas «incorrectas»
Tenía una personalidad volcánica e imprevisible, lloraba con facilidad, padecía altibajos que estuvieron a punto de costarle su carrera y, a veces, sufría depresión, que bautizó como su «perro negro», que le acompañaba en sus peores momentos. No fue, ni mucho menos, un político impoluto ni un ser humano sin mácula, sino con puntos oscuros. Su carácter difícil tuvo un gran peso en su vida, tenía ataques de ira, «en no pocas ocasiones violenta e invencible», que «se muestra como gravemente insultante unas veces y otras mediante la humillación, y si disminuye, en razón de que tenía un buen día, mediante la ironía o el humor y la burla», según Domínguez. Al valorar su obra política, se mezclan la leyenda negra con hechos incontrovertibles. Algunos historiadores británicos han llevado a cabo una desmitificación de Churchill, al que han acusado de propiciar con su política de «victoria a toda costa» la pérdida del imperio, la conversión del Reino Unido en mero satélite de Estados Unidos y de llevar a la ruina al país. Historiadores alemanes le han hecho responsable de los devastadores bombardeos sobre Alemania, cuando los aliados ya habían ganado la guerra.
Churchill fue imperialista, nunca creyó en la igualdad de las razas, calificaba a los negros como «negratas o morenitos»; y un machista que se opuso al voto de las mujeres. Del líder pacifista indio dijo: «Es alarmante y nauseabundo ver al señor Gandhi, un abogado sedicioso, posando ahora como un faquir». A Hitler se le han reprochado los elogios que le dedicó. Aún en 1937, en el retrato que le dedicó en Grandes contemporáneos, en el que también daba cuenta de sus atrocidades y del peligro que suponía, se preguntaba «Hitler, ¿monstruo o héroe? Será la historia quien se pronuncie» y decía «sentir admiración por el valor, la perseverancia y la fuerza vital» del Führer. Más efusivo fue con Mussolini, del que se declaró «seducido» en 1927 y al que calificó de encarnación del «genio romano», y del que todavía en 1937 alababa sus «cualidades asombrosas de valentía, inteligencia, sangre fría y perseverancia».
«Sangre, sudor y lágrimas», «su hora más gloriosa» y el «telón de acero»
El libro Winston Churchill, Ideas y acción política en sus discursos (Tecnos), de Salvador Rus, Eduardo Fernández y Emilio Ramos, ofrece una selección de sus mejores y más significativas piezas oratorias, que sitúa en su contexto. El historiador John Lukacs explica en Sangre, sudor y lágrimas. Churchill y el discurso que gana una guerra (Turner) las claves del más famoso y decisivo. Sin embargo, Andrew Roberts considera que el mejor es el que pronunció el 5 de octubre de 1938 ante una Cámara de los Comunes hostil que estaba a punto de apoyar el Acuerdo de Múnich, que plasmaba la política de apaciguamiento con los nazis de Chamberlain.
Churchill fue abucheado cuando se puso en pie para hablar e interrumpido durante su parlamento. «Y a pesar de todo se las arregló para ofrecer una argumentación sublime», escribe Roberts. Así se expresó Churchill: «Jamás podría haber relaciones amistosas entre la democracia británica y los poderes nazis, cuyas autoridades (...), se jactan de su espíritu de agresión y de conquista (...) y recurren con despiadada brutalidad, como hemos visto, a la amenaza de una violencia asesina». Predijo que Checoslovaquia sería deglutida por Hitler y criticó al Gobierno por permitir que Alemania se rearmara sin dejar que lo hiciera Reino Unido.
Otros discursos célebres
El 4 de junio de 1940 pronunció otro discurso sobresaliente en la Cámara. «A pesar de que grandes extensiones de Europa y muchos estados antiguos y famosos han caído o pueden caer en las garras de la Gestapo y todo el aparato odioso del gobierno nazi, no vamos a languidecer o fallar. Llegaremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, (...), lucharemos en los campos y en las calles (...), ¡nunca nos rendiremos!», dijo.
El discurso conocido como Esta fue su hora más gloriosa, del 18 de junio de 1940, supuso otro hito. Otro famoso es el que dio en el Westminster College (Fulton, Misuri, EE.UU.) el 5 de marzo de 1946, cuando afirmó: «Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero».