Así es la era del tecnofeudalismo: ¿Qué es? ¿Quién lo gobierna? ¿Por qué somos siervos? ¿Se puede huir de ella?

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

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María Pedreda

El capitalismo ha muerto y lo ha matado un sistema que encumbra a un grupo de hombres, dueños de las tecnológicas, que tienen como siervos a todos sus usuarios y ya influyen en los gobiernos

20 ene 2025 . Actualizado a las 11:55 h.

«Ahora que los ordenadores hablan entre sí, ¿conseguirá esta red que el capitalismo sea imposible de derrocar? ¿O bien desvelará por fin su talón de Aquiles?» Mientras uno de los primeros módems llenaba el ambiente con su ruidito nostálgico para una generación entre la X y la millennial, Yanis Varoufakis se afanaba en hacer llegar internet a la casa de su padre. Muchos años después (en realidad, no tantos) el que fue ministro de Economía de la Grecia post crack del 2008 se sentó frente a otro ordenador y empezó a escribir, con Alexa y Google presentes, un libro en el que básicamente le respondía a su padre que la ironía era que el capitalismo había fabricado y acto seguido disparado una flecha a su propio tendón de Aquiles: había llegado la era del tecnofeudalismo.

 Podría decirse que el sistema piramidal que funcionaba hace mil años en lo económico y en lo social ha vuelto a imponerse, pero con una cara renovada. Ahora, los señores son un pequeño grupo de hombres, dueños de grandes empresas tecnológicas, y sus siervos son, básicamente, todo el mundo. O todo el mundo que utiliza sus servicios. Los términos vasallo y usuario se convierten prácticamente en sinónimos. 

«Sí, es una buena definición. Yo hablo de neofeudalismo, pero también de tecnocapitalismo». El filósofo Javier Echeverría lleva desde la década de los 90 teorizando sobre este nuevo modo de organización y firma con Lola S. Almendros Tecnopersonas, un libro que viene a teorizar que si en el medievo lo importante para los señores era someter a los siervos a la tierra, que era la fuente de riqueza, hoy, en realidad, «donde se genera riqueza es en el aire», entendido como medio de comunicación.

Así que los señores de la tierra se han convertido en los señores del aire. O de la nube, como coincide en señalar Yanis Varoufakis en Tecnofeudalismo: el sigiloso sucesor del tecnocapitalismo. «En la actualidad, el poder real no solo ostentan los propietarios del capital tradicional [...]. Se han convertido en vasallos de una nueva clase de señor feudal, los propietarios del capital en la nube».

Si hace cuarenta años eran las petrolíferas y la fabricación de automóviles quienes estaban en la cúspide económica, durante las últimas décadas «la lucha ha sido por la comunicación y ahí se han ido constituyendo feudos informacionales que ya existían a finales del siglo XX, pero que hoy son básicamente los señores de las redes sociales. Es obvio que son los grandes poderes mundiales a nivel económico y a nivel social también», remarca Echeverría. 

La pandemia no hizo más que acelerar las cosas. Las economías se desplomaban mientras que para las tecnológicas las cosas no podían ir mejor. «Mientras la economía estadounidense recortaba 30 millones de puestos de trabajo e un mes, Amazon contradecía esta tendencia, apareciendo ante una parte de los ciudadanos como un híbrido entre las Cruz Roja, porque entregaba paquetes básicos a ciudadanos confinados, y el New Deal de Roosevelt, por contratar a 100.000 empleados extra y pagarles un par de dólares más por hora». Ahí, en la pandemia y «en la avalancha de dinero público que esta desencadenó» marca Varoufakis el inicio de la era del capital en la nube. 

Hoy, apenas cinco años después de los primeros casos de Wuhan, Elon Musk, que se compró Twitter para convertirla en algo así como un estercolero que no solo almacena, sino que produce su propia basura en forma de desinformación, empieza a hacer sombra al mismísimo Donald Trump planificando el futuro de Estados Unidos. Mark Zuckerberg se construye un búnker en el que sobrevivir al apocalipsis con la montaña de dinero que ha ganado a base de colonizar red social tras red social hasta construir ese conglomerado bautizado Meta mientras sigue el camino abierto a machetazos por Musk deshaciéndose de los verificadores de información. Y Jeff Bezos, además de dominar el sector retail con un gigante como Amazon, se ha comprado el Washington Post, dictando ya línea editorial.

«El nuevo gran poder, el poder que controla las nubes, los datos, la información y las comunicaciones, le dice a los señores locales quién debe gobernar y en qué sentido debe gobernar. Se ha generado una nueva estructura de poder en el tercer entorno». La noción clave para Echeverría es eso. Tercer entorno. «El primero es la biosfera, la naturaleza. El segundo son las ciudades. Y este tercer entorno son los mundos digitales, que han generado una nueva modalidad de tecnopoder cuya estructura es feudal».

De hecho, al contrario de lo que mucho se predicó del surgimiento de un único gobierno, una especie de monarquía global, se han establecido feudos. Hay siervos de Google, de Amazon, de Apple, de TikTok, de X, de Meta... Y a sus usuarios se le proporcionan dispositivos y licencias de uso en vez de herramientas para labrar la tierra. La ceremonia del vasallaje se ha simplificado hasta tal punto que ya es solo pulsar un botón: Acepto. 

«Hemos vuelto a nuestra condición de siervos y contribuimos a la riqueza y el poder de la nueva clase dominante con nuestro trabajo no remunerado, además de, cuando tenemos la oportunidad, con el trabajo asalariado que realizamos», dice Varoufakis, que recoge los postulados de Cédric Durand sobre cómo se ha gestado este nuevo orden mundial. 

«Es que quien piense que mandan los estados, en fin, que se vaya a mirar la vista. Si piensa alguien que el poder en Estados Unidos lo tiene Donald Trump, es falso. El poder lo tienen Elon Musk y Silicon Valley», afirma Javier Echeverría. El gran capital, el capital de la nube, ha apostado ahora por un «clown brillante e ingenioso» para que sea útil a sus intereses, como hacerse con las tierras raras de Groenlandia, por ejemplo, imprescindibles para el mantenimiento de la tecnología. Como el litio. 

«La aristocracia actual está basada en el conocimiento científico y tecnológico», algo positivo sobre el papel, pero en realidad, el modelo que se ha implantado «es devorador y está arrasando con el poder de los estados». Solo hay que recordar que Musk sorteaba un millón de dólares entre los votantes de los estados indecisos que firmaran la petición e su comité de acción política

Ellos, los señores de la nube, obtienen riqueza y dominio. ¿Pero qué obtienen los siervos?  «A mí me llegan a diario mensajes de que me han actualizado mi software, me han actualizado mi móvil, por mi seguridad. Es decir, los señores del aire velan por mi seguridad». Javier Echeverría habla de protección, pero también se obtiene una capacidad de comunicación impensable hasta el momento. Y entretenimiento. «Bueno, los señores feudales organizaban unas fiestas maravillosas y eso se ha trasladado perfectamente al dominio actual. Todo lo que sucede en las pantallas es una maravilla», dice Echeverría. 

Los siervos, además de producir a cambio de la protección de los peligros que consideran las grandes bigtech, miran embobados lo que ocurre en la pantalla, «maravillados sobre todo cuando ya somos nosotros mismos los que salimos en las pantallas». Ese en ese momento cuando alguien se convierte en una tecnopersona. «Una cosa soy yo mirándome en el espejo o en el río como el antiguo Narciso y otra soy yo mirándome en una pantalla, en la que me acabo de hacer un selfie para Instagram o viendo en Youtube cómo doy una conferencia».

Ese narcisismo acicatado por las empresas bigtech es también el combustible de la competencia entre usuarios y, por tanto, de ver quién es el mejor siervo del señor del aire. En definitiva, de la servidumbre: «La adicción a las redes sociales explicaría unas mayores conductas agresivas y mayores manifestaciones de ira y de agresividad relacional, pero porque me comparo con los demás y porque uso filtros para retocar imperfecciones», explica Ruth Castillo-Gualda, experta en inteligencia emocional. 

De los ascensos sociales históricos (como tener profesiones liberales) se ha pasado al ascenso en las redes. «A los siervos, siempre que seamos obedientes, dóciles, y ejecutemos estrictamente lo que nos dicen, se nos promete un cierto prestigio, incluso ser influencer», aclara Echeverría. Eso equivale a convertirse en un líder de opinión. «Es el equivalente a que en los tiempos del medievo, el siervo fiel podía llegar a mayordomo. Sería extraordinario en este momento ser mayordomo de Google». 

Está en la naturaleza de los señores en la nube seguir expandiéndose. «El gran problema que tiene un señor del aire, una empresa transnacional de datos, es aumentar siempre su clientela. Tener 2.000 millones de usuarios ya no basta», dice Echeverría. Las alianzas que hace diez siglos que obtenían a través de matrimonios reales hoy se forjan en los consejos de administración, que funcionan como representaciones de los antiguos aristócratas medievales. Hoy, ser parte del consejo de administración de X quizá tenga más repercusión social que ser el embajador de España en la ONU.

«Los nubelistas han cambiado todo lo que las versiones previas del capitalismo nos habían enseñado a dar por sentado: la idea de qué constituye una mercancía, el ideal del individuo autónomo, la propiedad de la identidad, la propagación de la cultura, el contexto de la política, la naturaleza del estado, la estructura de la geopolítica», afirma Varoufakis. Si están tan imbricados en cómo funciona hoy el mundo, ¿es posible vivir al margen del tecnofeudalismo?

La creación de una identidad online no es algo opcional, por lo que su vida personal se ha convertido en uno de los trabajos más importantes que realizan, explica el exministro griego sobre las nuevas generaciones. Hay una delicada ironía en que probablemente, estas líneas estén siendo leídas a través de un dispositivo móvil y que la tecnología de los nubelistas haya permitido producir este reportaje. 

«[Los nubelistas] saben que pueden tratar a sus usuarios como quieran —¿cuándo fue la última vez que alguien rechazó los términos y condiciones de una actualización de software?— porque tienen varios rehenes: nuestros contactos, amigos, historiales de chat, fotos, música, vídeos, todo lo cual perderemos si nos pasamos a un feudo en la nube de la competencia». Varoufakis coincide plenamente con el análisis de Echeverría: «Al firmar los contactos con el acepto, uno renuncia a sus derechos. No hay ningún estado que haya denunciado esos contratos de servicios y son contratos leoninos».

Sí, en realidad se puede plantar cara al tecnofeudalismo. Lola S. Almendros y Echeverría proponen en Tecnopersonas aplicar la declaración de derechos humanos a las tecnopersonas, a esta identidad digital que es también personal. La segunda es la rebelión de los usuarios. 

«En la medida que pueden surgir conatos de rebelión, como pueden tener un efecto sistémico, independientemente de que parezca que estamos completamente sojuzgados y que somos siervos. En el medievo también había siervos, había rebeliones y al final hubo un Renacimiento y surgieron las ciudades libres». El régimen feudal terminó reivindicando el concepto de ciudadanía sobre el de servidumbre. 

«Un minuto de huelga. Si de manera concertada, cien millones de personas, y si fuesen mil mejor, estuviesen un minuto, o cinco minutos mejor, sin usar el móvil tendría un impacto sistémico. Los señores de aire comenzarían a reconocer que tenemos derechos». 

Dejar de actualizar es una acción muy interesante. El contrato de vasallaje se renueva cada vez que se actualiza una app, un dispositivo. «No es necesario en absoluto. Yo uso dispositivos de hace 15 años y funcionan perfectamente bien. La actualización es un modo de incrementar el control que tienen de lo que hago», explica Echeverría. 

Y otra opción es abandonar las grandes redes sociales y optar por otras libres. Cierto es que no habrá mil millones de usuarios que la visibilidad será más reducida, pero se trata, al fin y al cabo, de «generar un uso cooperativo y ciudadano de las tecnologías» en lugar de el actual sistema «en el que somos siervos de los señores del aire obedientes y dóciles».