Maduro rentabiliza la inercia de la comunidad internacional

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El guion trazado por el régimen chavista en Venezuela se ha cumplido, al final, sin demasiadas dificultades. Esto no quita que en un futuro más o menos próximo se pueda producir una crisis que vuelva a ponerlo contra las cuerdas. Pero, por ahora, la combinación, refinada con la práctica, de represión y dilación le está funcionando a Maduro. El momento crítico fue hace ya más de cinco meses, cuando una evidente victoria de la oposición democrática en las elecciones llevó al régimen a optar por falsificar los resultados. En otros casos, un fraude puede ser difícil de demostrar, pero el ultramoderno sistema de voto venezolano hacía imposible ocultarlo. Sin embargo, y a pesar de esto, la comunidad internacional prefirió limitarse a reclamar la entrega de las actas electorales, lo que regaló al régimen un tiempo precioso.

También jugaron al despiste países como Colombia y Brasil, que dieron a entender que podían negociar la salida de Maduro del poder, una negociación de la que luego no se ha sabido nada. De hecho, Bogotá y Brasilia todavía no reconocen los resultados electorales dictados por Maduro, pero la contradictoria presencia de sus embajadores este viernes en su toma de posesión hace pensar que pronto le darán algún tipo de reconocimiento, aunque sea de facto. Si a esto se suman Cuba y México, que desde el primer momento mantuvieron su apoyo al régimen venezolano, este tan sólo habría perdido a Chile como aliado en la región, el menos importante. Mientras, la Unión Europea, que en su día encontró cómodo aplazar cualquier decisión a este mismo viernes, creando una ilusoria línea roja, ha visto cómo Maduro no ha tenido ningún problema en franquearla. Con esto, Bruselas ha perdido la iniciativa, lo mismo que Estados Unidos, que ha estado distraído en su propia campaña electoral. Habrá que ver cuál es ahora la actitud del impredecible presidente Trump, pero el hecho es que el momento del relevo legal y pacífico en el poder en Venezuela ya ha pasado. Y no habrá otro, porque, como el propio Maduro ha insinuado veladamente durante su arrebatado discurso de toma de posesión, no volverá a haber elecciones libres.

Una penúltima esperanza para la oposición democrática es el rumor, difícil de comprobar (e incluso de creer), de que una parte del madurismo busca una salida negociada. Salvo eso, la oposición vuelve a verse abocada, una vez más, a la protesta callejera (y a la, probablemente, más eficaz huelga general), para la que cuenta con los números, pero no con la fuerza. Es bajo esa luz que hay que contemplar el episodio de la breve detención el jueves de María Corina Machado: el régimen la teme lo suficiente como para no atreverse todavía a encarcelarla o hacerla desaparecer, pero quiere dejar claro que conserva el poder de hacerlo más adelante. Es una mueca de nerviosismo, lo mismo que el adelanto de la investidura de Maduro. Pero, mientras no surjan grietas en el edificio chavista, ese nerviosismo no parece todavía debilidad.
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