Los Ceaucescu: una tiranía de 24 años que acabó en diez días con su ejecución
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La revuelta popular fue aprovechada por excomunistas para tomar el poder
03 ene 2025 . Actualizado a las 14:48 h.Más de dos décadas de poder absoluto y una caída sorprendentemente rápida. Aquel aprendiz de zapatero pasó de ser un apparatchik comunista aplicado a convertirse en un dictador megalómano glorificado con un culto a la personalidad que superaba los límites del ridículo. Nicolae Ceaucescu, El conducator (guía), llamado también «el Danubio del pensamiento» o «el genio de los Cárpatos», gobernó con puño de hierro Rumanía durante 24 años (1965-1989), junto a su inseparable esposa, Elena. Fue una rara avis en las llamadas «democracias populares», que en realidad eran dictaduras comunistas. Se opuso a la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 y actuó con autonomía respecto a Moscú, lo que le otorgó relevancia en los países occidentales, donde era bien recibido tanto en el Palacio de Buckingham como en la Casa Blanca. Mientras, imponía una dictadura basada en la represión, el miedo, la persecución de los disidentes y la vigilancia de la población a través de su policía política, la temida Securitate. Pero la llegada de Mijaíl Gorbachov al poder en la URSS marcó el camino del final de los regímenes del telón de acero. La revolución en Rumanía fue la única sangrienta de las que sacudieron la Europa del Este.
Ejecución tras una farsa judicial
El 25 de diciembre de 1989, los Ceaucescu fueron ejecutados en un simulacro de juicio, tras ser condenados por el autodenominado Frente de Salvación Nacional, que había tomado el poder, por los cargos de genocidio, socavar al Estado, destruir la economía nacional, acciones armadas contra el Estado y el pueblo, y evasión de 1.000 millones de dólares. Los dos se enfrentaron a sus juzgadores, mostrando su indignación e incredulidad ante lo que les estaba pasando. Pero su suerte estaba echada. Su biógrafo Traian Sandu asegura que se trató de una farsa orquestada por «dirigentes del régimen, convertidos de repente en socialdemócratas, para ‘deshacerse del chivo expiatorio’» y hacerse con el mando.
El vídeo de su juicio y ejecución es estremecedor. Ceaucescu se enfrenta a gritos con sus improvisados jueces invocando la Constitución, no reconoce al tribunal, tacha el juicio de mascarada, afirma que es el presidente rumano y el jefe de los ejércitos, califica de golpe de Estado perpetrado por traidores su deposición, y señala la colaboración de agencias de espionaje extranjeras. Son condenados por «el tribunal del pueblo» a muerte. Cuando los soldados se acercan para atarles las manos se resisten. «Pero qué haces, vete de aquí, cómo me vas a hacer una cosa así, yo soy el jefe del Estado, esto no es posible», clama Nicolae. «Qué vergüenza, no me ates, son niños, yo he sido como una madre, dejadme libre», se queja Elena. Suenan disparos y aparecen sus cadáveres.
Poco más de un mes antes, en la apertura del 14.º congreso del Partido Comunista, el sátrapa atacaba a «todos los que se desvían del socialismo y se acercan al capitalismo». Y advertía de que Rumanía «se opondrá por todos los medios al cuestionamiento del socialismo científico». Cuatro días después era reelegido secretario general por unanimidad. Sin embargo, la que parecía un tiranía indestructible se derrumbó en diez días.
Todo empezó el 16 de diciembre con una manifestación de unas 5.000 personas en Timisoara, que asaltaron edificios públicos y quemaron libros y retratos del dictador. Las protestas fueron a más. Testigos hablan de niños aplastados por blindados, manifestantes asesinados con bayonetas y disparos de ametralladoras contra transeúntes. La agencia alemana ADN afirma que había entre 3.000 y 4.000 muertos en Timisoara. La cifra estimada, 35 años después, es de unos 1.104 en total. La chispa revolucionaria se enciende también en la capital. Ceaucescu intenta restablecer su autoridad y convoca una manifestación a su favor el día 21, pero, cuando está hablando, es interrumpido por abucheos y gritos. Tras pedir en vano silencio, se retira del balcón de la sede del comité central del partido, desde donde se dirigía a la multitud.
Revuelta y golpe
¿Fue una revolución improvisada o planificada? Los historiadores afirman que hubo una revuelta popular (del 16 al 21) y un golpe dentro del partido (del 22 al 25). Como escribe Mark Almond en su libro sobre el ascenso y la caída de los Ceaucescu, los sucesos adquirieron una dimensión mítica, ya que una audiencia televisiva mundial asistió al colapso de una tiranía «con la inevitabilidad de una tragedia griega». Pero «el heroísmo de los manifestantes desarmados de Timisoara y Bucarest no llevó al poder al pueblo, sino a algunos de los colegas del politburó de Ceaucescu», señala Almond. Así, el nuevo presidente, Ion Iliescu, había sido el número dos del partido.
Rumanía recuerda aquellos dramáticos acontecimientos con incertidumbre e inmersa en una grave crisis política e institucional, después de que el Tribunal Constitucional anulara las elecciones presidenciales ante indicios de injerencia rusa y financiación ilegal de la campaña del ultranacionalista Calin Georgescu, quien ganó contra todo pronóstico la primera vuelta.
Elena, la mujer más odiada de Rumanía, era una falsa científica y una megalómana
Elena Ceaucescu fue la número dos del régimen comunista, ocupó el cargo de viceprimera ministra (1980-1989) y se construyó una identidad falsa de brillante científica. Su megalomanía era comparable a la de su marido. Nacida en 1916, hija de una familia humilde de campesinos, trabajó como asistente de laboratorio y luego en una empresa textil. Conoció a Nicolae en 1939 y se casaron en 1945. Cuando Ceaucescu fue elegido secretario general del partido, en 1965, pasó a ser una distinguida especialista en el campo de la química macromolecular. Ese mismo año, fue nombrada directora del Instituto Central para Investigaciones Científicas; en 1966, recibió la Orden al Mérito Científico de Primera Clase y, en 1974, ingresó en la Academia de las Ciencias. «Según uno de sus colaboradores, no pudo reconocer la fórmula del ácido sulfúrico, pero obtuvo el doctorado tras haber defendido su trabajo a puerta cerrada. Su director de tesis, que no cooperaba lo suficiente, fue despedido de su cargo», contó Jean-Michel Normand en Le Monde. A lo largo de los años, fue homenajeada por sus supuestos trabajos y nombrada doctora honoris causa en varias universidades extranjeras.
El agente desertor
Uno de los libros más demoledores sobre la pareja es el que escribió el general Ion Pacepa, que en 1978 huyó del país, donde había sido el jefe de los servicios secretos, trabajando codo con codo con el dictador. En Red horizonts, publicado en EE.UU., describe el despotismo y la vida de lujo y opulencia del matrimonio junto a escenas de su relación íntima. Elena, escribe, hacía «esfuerzos desesperados para ser considerada la diosa rumana de la sabiduría y la inteligencia». Su modelo llegó a ser Isabel Perón. Pacepa cuenta que «cuando Isabel asumió la presidencia de Argentina, escuché a Elena decir, como hablando consigo misma: ‘Si una puta de una discoteca de Caracas pudo hacerlo, ¿por qué no una mujer de ciencia?’».
Testimonios de la época dicen que era una mujer atormentada por un profundo complejo de inferioridad y una insaciable sed de poder, despiadada, a la que le gustaba intrigar y humillar a los demás. Fue la persona más odiada del país. Según una encuesta publicada veinte años después de su muerte, un 87 % de rumanos la despreciaban.