Cristian lleva once años pasando las Navidades fuera de casa: «En paisajes me quedo con Noruega, en Nochevieja allí esconden las escobas para espantar a las brujas»

ACTUALIDAD

Cristian, en el centro, de amarillo, con un grupo de amigos viajeros el año pasado en Noruega.
Cristian, en el centro, de amarillo, con un grupo de amigos viajeros el año pasado en Noruega.

Cada fin de año trae destino nuevo para Cristian Nogueiras, que ha celebrado el 1 de enero al sol con una barbacoa en la playa en Australia, en la selva del Amazonas y comiendo pescado podrido con un grupo de amigos en Noruega... Este viajero de largo recorrido tiene un propósito de Año Nuevo: aprender a tolerar la rutina

27 dic 2024 . Actualizado a las 18:33 h.

Es ingeniero de datos y la opción de trabajar en remoto le ha dado, junto a su actitud y el sexto sentido de la curiosidad, la oportunidad de volar mientras otros calientan la silla de la rutina laboral. Cristian Nogueiras Porto, vigués con 35 primaveras y varios soleados días de Año Nuevo, lleva casi 40 países en la maleta del año que se va. El verano de este 2024 ha sorteado junto a una amiga la distancia que separa Vigo de Kazajistán haciendo el Mongol Rally en una Seat Trans del 84 en un viaje solidario. Fue el reto estelar de un año que ya empezó con movimiento, algo habitual en Cristian. «Para mí la zona de confort es lo nuevo», avisa este chico con más miedo a la rutina que a la sorpresa.

El 2023, él lo despidió con un grupo de la comunidad viajera WeRoad, de la que es coordinador, en Noruega, donde meigas haberlas haylas, como en Galicia, pero allá tienen por costumbre en Fin de Año espantarlas. «Allí tienen una tradición curiosa. En Noruega, en Nochevieja la gente esconde las escobas para espantar a las brujas, para que no puedan volar...», cuenta quien recuerda con mucho gusto haber recibido el año nuevo con glogg, vino caliente que se prepara con azúcar en una ceremonia especial. Otras Nocheviejas Cristian las disfrutó en verano, con un plan que incluyo ya en mi carta de Reyes para las próximas Navidades: «Irte a la playa y quedarte a dormir».

Este viajero que lleva desde los 17 sin parar de abrir la mente para vaciarla de prejuicios (que siempre cura el viajar) son de relax con su familia en la isla de Tenerife. Es el broche tranquilo de un año que arrancó en Noruega, subió la cuesta de enero en Tailandia, «con otro grupo de WeRoad», recibió marzo volando a Islandia, donde pudo ver el volcán en erupción en Grindavík, y se zambulló en verano en el Mongol Rally, ese evento solidario que lo llevó a atravesar 15.000 kilómetros en una aventura por el océano de arena del desierto. A la vuelta de la hazaña, Cristian se fue a Sri Lanka «en otro viajazo» en grupo y aún tuvo tiempo y actitud de hacer una escapada imponente a Corea del Sur antes de que llegase la presente Navidad.

Son once años ya los que Cristian lleva pasando las Navidades fuera de casa, haciendo hogar en otras latitudes, disfrutando la fiesta de conocer sus costumbres y sus gentes, desmontando plasticosas ideas preconcebidas. «¡Donde fueres, haz lo que vieres!», propone ante todo viaje Cristian Nogueiras. Que la gente se baña desnuda, pues caiga la ropa. Un ejemplo: «En las saunas de Corea del Sur la gente se baña en pelotas. Hay gente que siente pudor, pero este pudor tiene sentido en España, no en Corea del Sur», comenta quien adora viajar solo y hacer amigos por el camino. Y a quien la experiencia trotera le ha mostrado que la edad no siempre es la que el DNI refleja.

Cristian ha vivido en ciudades como Tenerife, Madrid, Cambridge, Melbourne y La Valeta, siempre aprovechando la ocasión que se presenta «para escapar con la maleta».

Cristian en el Amazonas.
Cristian en el Amazonas.

«Vengo de una familia muy humilde, soy una persona curiosa y cuando estaba estudiando vi que no podía tener ese combo de trabajar y estudiar al mismo tiempo. Así que me fui a Canarias, como tanta gente, en busca de trabajo. Allí empecé en un hotel, con un turismo de hoteles de cuatro y cinco estrellas, el turismo previo a la crisis de Lehman Brothers», experiencia que le hizo aprender del contacto con gente de distintas nacionalidades.

«He cogido mucho la mochila solo, para ir a Indonesia, Nueva Zelanda, Hawái, Malta..., a muy diferentes sitios. No hace falta nunca hablar el idioma» 

Tras la inmersión laboral en las islas afortunadas, volvió a Vigo para estudiar unos años Energías Renovables, que no cumplió en la práctica las expectativas que le había generado la teoría. Así que se fue a Cambridge «para trabajar el inglés» y poder irse con cierta soltura a Australia. En Oceanía estuvo viviendo del 2015 al 2017, compaginando dos trabajos con estudios. «Cada dos semanas, alquilaba una caravana o una Camper y la iba llenando con compañeros de un trabajo y del otro, compañeros de clase y compañeros de piso», con los que se iba a Tasmania, Sídney, Camberra... Planes en grupo no eliminaron sus viajes en solitario. «He cogido mucho la mochila solo, para ir a Indonesia, Nueva Zelanda, Hawái, Malta..., muy diferentes sitios. No hace falta nunca hablar el idioma», asegura.

Se ve que a buen entendedor, pocas palabras (y pocas lenguas) bastan. «Yo me he visto regateando en Indonesia sin hablar bahasa. El vendedor me escribía un precio en una libreta, yo lo tachaba y escribía un precio menor, él lo tachaba y escribía otro mayor, hasta que poníamos dos ok en un precio escrito. Él decía: ‘Iniesta’, y pa’lante».

Cristian en el desierto WadiRum, en Jordania.
Cristian en el desierto WadiRum, en Jordania.

Su experiencia por el mundo adelante ha sido «positiva en todos los aspectos», aunque alguna vez pensó: «No salgo de esta». «En la isla de Kona, en Hawái, una señora me alquiló una habitación por Airbnb. Tardé tres horas en llegar, a pesar de que me había dicho que la zona estaba bien comunicada... Una vez que llegué, me vio y dijo: ‘¡Pero tú eres moreno y europeo, fuera!’. Me sacó una recortada y me vi allí solo en medio de la nada». A tres horas del aeropuerto, en lo alto de una montaña, Cristian solo veía una salida: wifi. El humor «absurdo» le ha ayudado a sobrellevar, dice, situaciones peligrosas como esta. «A veces me arriesgo a que me den un bofetón», concede, pero su sonrisa no sucumbe al pavor.

Su familia, con la que este año disfrutará las Navidades canarias hasta el 12 de enero, le sigue siempre la pista cuando se va. «Me piden solo que dé señales de vida», comenta. Y así el año pasado dio señales desde Noruega, en el 2023 desde el Amazonas, y anteriormente en Australia. «Una vez celebré mi cumpleaños, que es el 30 de diciembre, en Melbourne, con una barbacoa en la playa», detalla.

«En la isla de Kona, en Hawái, una señora me sacó una recortada, allí me vi solo en medio de la nada»

¿Cada Fin de Año se cierra en un lugar distinto? «Lo he hecho siempre que he podido... No le tengo arraigo a la Navidad y sí le tengo arraigo a la incertidumbre, a conocer otros lugares, a probar otras comidas y, sobre todo, a conocer a otras personas. Somos devoradores sociales, necesitamos cambios de aires, refrescos de ideas; si no, siento que me marchito», explica. Pero no dice con ello que no valore la familia. «Tradición y descubrir son buena combinación», sostiene.

¿El mejor destino?

Si tuviera que elegir uno de sus destinos de Año Nuevo, se quedaría, «en paisajes, con Noruega». «El viaje que hacemos con WeRoad es, sobre todo, conducir por Noruega. Hacemos avistamiento de águilas pesqueras, nos adentramos en glaciares, vamos a antiguas casetas de pescadores. Y tienen una comida rica, de sabores muy fuertes, como el pescado típico podrido de allí». Él dice al escéptico que todo es hacerse al sabor: «Probar las cosas sin prejuicios es algo que ayuda mucho».

Cristian (de verde y blanco) en Lofoten.
Cristian (de verde y blanco) en Lofoten.

En gentes, se queda con Colombia. «La gente es tan buena... Y el sabor de la fruta, espectacular. No he probado fruta más rica en otro lugar», afirma. Y si nos centramos en la comida, México lindo y querido se lleva su paladar.

De su reciente viaje a Corea del Sur se ha traído para recordar el sabor del pulpo vivo. «Vas a la lonja, eliges, lo cortan delante de ti y te lo sirven en la mesa. Te sorprendería el sabor», dice.

Más allá de estos impactos, «cuando acabas el viaje, eres siempre otra persona». «Siempre rompemos una barrera, por pequeña que sea», asegura quien prefiere a la pulsera del «todo incluido» pasarse tres horas en la selva del Amazonas viendo cómo se hace el chuchuwasi, bebida elaborada con la corteza de algunas especies de árboles, o presenciar cómo matan un caimán y te invitan a comerlo con ellos.

«El precio de este tipo de viajes es quitarte los prejuicios que puedes tener si te quedas en el sofá de casa», concluye este viajero, que cuenta aprender a tolerar la rutina entre sus propósitos de Año Nuevo.