Elena y Luis están casados, pero han elegido vivir cada uno en su casa: «En diez años hemos discutido una sola vez. Esto no lo cambiamos por nada»
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Las parejas que viven separadas son un modelo que crece en España. El «living apart together» es un «juntos pero no revueltos» que combina amor e independencia. ¿Funciona? Quien lo vive lo cuenta... Ellos firman una década de felicidad sin el desgaste de la convivencia
10 dic 2024 . Actualizado a las 11:31 h.El amor está en el aire, en el que se dan las parejas. Así puede concluirse al escuchar a algunas parejas que son parte de ese 8 % que en España optan hoy, y desde hace unos años, por un modelo que parece haber llegado para quedarse a cambiar algunas cosas, como el concepto de compromiso, las inercias del matrimonio y la diferencia entre la vida de pareja y la familiar cuando se tienen hijos.
A un año de los 50, Elena lleva con Luis, diez años mayor que ella, una década de relación sin convivencia. Los dos dejaron atrás una separación, tienen hijos de otras relaciones y han salido adelante como pareja con la independencia de tener cada uno su casa.
Su historia es «un regalo de Reyes». Luis y Elena se conocieron el 6 de enero del 2014. Los presentó un amigo de la hermana de ella y hubo feeling. La hermana perdió de vista aquella amistad, pero Elena se quedó a conocer al chico y la cosa funcionó. Esta artista amante de la fotografía tenía 33 años cuando se separó de su primer marido y conoció a Luis a los 38. «Estuve 17 años con mi primer novio y desde que me divorcié estaba en territorio desconocido», cuenta. Vivió una infidelidad por parte de su hoy exmarido, pero nunca, asegura, desde el victimismo. «No soy tampoco happy flower, pero yo las cosas que me pasan quiero cogerlas siempre por el lado positivo. Mi exmarido es argentino, he vivido en Portugal, he pasado por muchos sitios y sé que si me hubiera casado con un sevillanito de al lado de mi casa estaría hoy planchando trajes de flamenca y túnicas de nazareno», piensa.
Cuando conoció a Luis, Elena vivía en Portugal y sus hijos tenían 10 y 8 años. «Nunca había salido con un español y menos con un sevillano», comenta quien huyó en sus elecciones afectivas de lo próximo y familiar, aunque fuese de un modo «inconsciente».
Si otros temen la soledad y la distancia, lo que teme es perder su autonomía y calidad de vida aquel que forma una pareja LAT. La sigla corresponde a «living apart together», que define uno de los modelos de relación de pareja alternativa a la convencional: juntos bajo el mismo techo. El «para toda la vida» va perdiendo fuerza con el aumento progresivo de los divorcios, que se incrementaron un 15 % en España este año respecto al anterior. Si la convivencia y los conflictos que ocasiona son uno de los principales motivos de ruptura, estos suelen reducirse al máximo si no hay cohabitación.
También la hermana de Elena, que le lleva diez años, ha optado por este modelo de relación, uno de los ocho que distingue la sexóloga Nùria Jorba en su libro Parejas imperfectas y felices. «Antiguamente, los roles estaban muy definidos. La mujer tenía uno y el hombre otro. Hoy tenemos que definirlos y acordarlos todos. Yo lo que veo hoy en consulta, en general, es que a la mujer se le sigue manteniendo el rol de cuidadora, pero la economía ya está dividida al 50-50%. Las tareas domésticas no están así repartidas. Cuando la pareja se va a convivir, la mujer suele ser la que limpia, la que se ocupa del cuidado de los hijos en la primera etapa y ahí se genera una inercia que no cambia. La convivencia suele generar desigualdades brutales», señala la terapeuta.
Hay un cambio, hay que romper la mentalidad dominante. No todo fue rodado al principio para ellos, pese a relacionarse desde el respeto mutuo. Elena dice que hace diez años, cuando conoció a Luis, era otra persona. «Yo era otra que quería tener pareja. Lo vi muy guapo, muy atractivo, un tío fantástico, y dije: ‘Para mí’. La jugada me salió bien, pero me podía haber salido fatal. Hace unos días, sus hijos me preguntaron: ‘¿A ti qué te gustó de papá?’, y se me puso complicado, porque lo que yo quería era tener una pareja», revela ella expresando un deseo bastante común pero que muchos no reconocen abiertamente.
Luis y Elena se divorciaron más o menos a la vez, la hija de él y la de ella nacieron el mismo año, y los hijos están un poco más distanciados, pero «es un grupo más o menos de la misma edad». Ella llegó a la relación con deseo de agradar y la autoestima un poco baja. «Creo que cuando nos conocimos nos gustamos mucho, pero en esa época teníamos los dos un prototipo gustable. Físicamente encajábamos bien, los dos divorciados y con los niños de la misma edad», cuenta.
Desde el principio, pusieron sobre la mesa cuestiones como los hijos: ninguno de los dos quería tener más y ese fue un punto importante de coincidencia. «Creo que lo decía santa Teresa, en lo más importante hay que estar de acuerdo, en lo demás, florituras. Es en lo importante donde surgen las asperezas», piensa Elena, que recuerda que en los primeros momentos bromeaban con convivir cuando veían alguna casa bonita. Para Elena, ni siquiera era broma: «Yo no sabía que él tenía claro que no quería que viviéramos juntos».
"Te sientes juzgada, hay quien te dice: ‘Si no vives con él, no lo querrás...’. Se quiere más”
DEL RECELO A LA CONFIANZA
A ella no le hubiera importado convivir, al contrario; pensaba, siguiendo el modelo familiar, los condicionantes sociales y lo que hasta entonces había sido su vida, «que lo normal al ser pareja era irse a la misma casa». A los seis meses de relación, un día se sentaron a hablarlo y ella vio que él tenía clara esta opción de no convivir. Ella se lo tomó mal de partida, pensó: «Si no quiere vivir conmigo, es que no le gusto, solo quiere pasar el rato conmigo». Pero se dio la oportunidad de aparcar esa idea y cambiar de opinión. Dije: «¿Y si lo probamos, por qué no? Venga, vamos a soltar, vamos a cambiar creencias y a dar confianza. Tú tienes que estar fuerte y con la autoestima alta para aceptarlo».
Elena se tiró a la piscina, como suele hacer en la vida. «Luis, de la misma manera que me dijo que no quería vivir conmigo, me demostró una seguridad en nuestra relación muy grande. Me dijo: ‘Quiero estar contigo siempre, pero no de esta manera», recuerda.
La relación era «maravillosa», pero Luis, cuando sus hijos estaban con él, quería estar solo con ellos, y una cosa no quita otra. «Y hoy, que sus hijos son mayores, ese fin de semana que está con ellos es lo que más atesora», percibe Elena, que advierte que el tiempo con los hijos se termina «muy pronto», y es grande lo que dejan. Ella aún vive «24/7» con los suyos, que tienen a su padre en Portugal. «Claro, no es la misma situación tener a los hijos siempre que solo de 15 en 15 días», piensa.
Después de diez años, Elena no cambia lo que tiene con Luis «por nada». «Tenemos una casita en el campo. Él tiene su casa, yo la mía a 15 minutos andando y los dos una pequeñita en un pueblo a las afueras de Sevilla. De 15 en 15 días, cuando Luis no está con sus hijos, nos vamos para allá el fin de semana. Esta pauta es siempre la misma». Como convivir los martes y los jueves, generalmente estos dos días fijos.
A ella haber criado sola a sus hijos le hace sentir una «satisfacción enorme». «Yo me hubiera adaptado a la convivencia seguro, con alguna úlcera por ese deseo de agradar a toda costa, pero esto funciona. En diez años hemos discutido una vez. No discutimos porque no tenemos de qué discutir», asegura. No se discute por la limpieza del baño o por dónde deja las zapatillas una hija.
A Elena le hace falta su tiempo sola, un lujo necesario que apenas se valora. «Yo sola no estoy nunca. Luis sí. Yo, si no estoy con mis hijos, estoy con él», explica y señala que «aunque este tipo de relación pueda parecer más superficial, menos profunda, no lo es».
«Yo sé que él está para mí, y yo para él» si hay una urgencia o un problema. «No es que por no convivir nos queramos menos. A veces tengo que dar explicaciones a la gente o me siento juzgada, y a él le suelen decir: ‘Tú también te lo pasarás bien por ahí...’. Pensarán que esto es una relación abierta. No, no, esta es una relación monógama», aclara esta novia que pasó por el altar.
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Se quieren y se han jurado fidelidad, pero cada uno tiene su vivienda en propiedad. «Si estuviéramos más tiesos y viviésemos de alquiler, quizá hubiéramos transigido —piensa Elena—. Hay parejas que conviven, por dificultades económicas, bajo el mismo techo en cuartos separados».
El amor tiene que ver con la libertad, advierte Elena. «Pero muchas veces esa libertad es malinterpretada por la gente. Te dicen: ‘Si no vives con él, no lo querrás tanto’. Se quiere más. Se quiere más dentro de esa confianza y esa libertad. Yo no lo cambiaría por nada. Conviviendo, no habríamos llegado hasta aquí como pareja», asegura quien no descarta que en un futuro cambie la cosa.
Esta Navidad, «seguramente», estarán todos juntos, concluye Elena, que se casó con Luis en verano del 2019. «La gente nos decía: ‘¿Y ahora ya os iréis a vivir juntos?’. ¡No, no, no!, nos casamos porque nos queremos ¡y porque queríamos boda!». A diferencia de su primera boda, «que fue como un trámite para formalizar» una situación, la segunda sacó a la «princesa Disney» que esta novia ilusionada dice llevar dentro. «Yo tenía muchas ganas de vestirme de novia, de ponerme un vestido grande y con cola y velo... ¡y las flores! Yo siempre fantaseé con eso... Cuando Luis me preguntó: 'Elena, ¿quieres ser mi compañera para el resto de la vida?', se me disparó la bombillita, y yo que fui además fotógrafa de boda..., sentí que era un sueño. Fue para mí la ilusión más grande del mundo, un sueño hecho realidad. Tuve la suerte de que mi marido no me puso una pega, tampoco en esto discutimos. Los dos teníamos ganas de hacer una fiesta», revela.
Triunfó la fiesta. Y fueron felices sin convivencia.