Nerea, 29 años: «En ocho meses me diagnosticaron un tumor, me abrieron la cabeza dos veces de oreja a oreja y me curé»

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Fue al médico por un dolor de cabeza y de ojos, y los médicos le encontraron una masa más grande que una pelota de tenis. Un año después, no hay rastro de la enfermedad

08 dic 2024 . Actualizado a las 10:04 h.

La vida de Nerea cambió para siempre el 27 de abril del 2023. Hasta ese momento, esta alicantina de 29 años —el 6 de enero cambia de década— llevaba una vida completamente normal para una chica de su edad. Pero la primavera del año pasado comenzó a tener unos dolores de cabeza y de ojos bastante fuertes, que la obligaban a meterse en la cama, porque se mareaba. Conocía muy bien lo que era un dolor intenso, había sufrido migrañas anteriormente, pero aquello era diferente. «Un día me levanté, vi negro, llegué a vomitar, y me fui a Urgencias. Vieron que tenía una contractura en el cuello, pensaron que venía de ahí, me dieron relajantes musculares. Al llegar a casa, empecé a ver borroso de un ojo, pero dije: ‘Voy a esperar', porque ya se lo había comentado al médico, y me había dicho que el relajante me iba a ayudar con eso», señala Nerea. Pasaron los días y seguía igual, y como se iba a ir de viaje con unas amigas, decidió volver a que la miraran porque tenía la sensación de que algo no estaba bien. Ya no tenía esos dolores, podía hacer una vida normal, aunque con la incomodidad de no ver bien, pero regresó a Urgencias, donde la atendió un oftalmólogo, que enseguida se dio cuenta de que había algo que le estaba presionando los nervios ópticos.

 No le concretaron. Solo le explicaron que en las pruebas se veía algo, que impactaba mucho, porque era muy grande. «No me dijeron ni la palabra cáncer ni tumor. Me hablan de que había una masa en el cerebro, y que no les preocupaba mucho porque apenas reaccionaba al contraste. Aun así, me tuve que quedar ingresada para que me hicieran una resonancia cuanto antes. Me dijeron que llamara a mis padres y que no les dijera nada. Mejor, porque yo no había entendido nada. Les conté que quedaba para hacerme pruebas, pero a mi madre no le hizo gracia, le cambió el tono de voz. Yo estaba en shock, solo preguntaba cuál era el siguiente paso».

A la mañana siguiente le confirmaron que había que extirpar esa masa, que parecía más grande que una pelota de tenis.También que, probablemente, llevara toda la vida con ella, pero como no había tenido síntomas ni le habían hecho pruebas, nunca se la habían visto. Fueron días de espera hasta que estuviera el equipo completo para la operación. «Fue la primera vez que yo me sentí nerviosa, porque a mí no me había pasado nada en la vida. Ni un esguince. Pero no me dio el bajón. Yo soy una persona de fe, y eso me ayudó muchísimo. Estaba muy tranquila, convencida de que todo iba a salir bien. El día antes, cuando firmas los consentimientos y te explican los riesgos, me contaron todo: que podía no despertar, que me diera un infarto cerebral... Obviamente, yo era consciente de que era una operación en el cerebro muy delicada. Me dijeron que probablemente fuera lo más fuerte a lo que me iba a enfrentar en la vida, pero que las hacían todos los días». Con sus palabras, los médicos le transmitieron confianza. «Me dijeron que si tuvieran que elegir una parte del cuerpo donde tener que operar, no elegirían el cerebro. Pero estaba en la mejor zona para operar». 

NUDO EN LA GARGANTA

Pensó en escribirles una carta a sus padres y hermanos, aunque estaba tan convencida de que todo iba a salir bien, que, finalmente, no lo hizo. Se despidió de ellos uno a uno, y solo antes de entrar en quirófano se le puso un nudo en la garganta. Sus familiares tuvieron que esperar ocho horas para saber cómo había salido la intervención. «Fue todo muy bien, pero no me pudieron quitar todo, solo el 60 %, era más grande de lo que parecía. Al acercarse a zonas delicadas, los anestesistas alertaron de que mis constantes se estaban alterando, y decidieron parar. Sabían que todo no me lo iban a poder quitar, y que iba a necesitar un tratamiento».

Se despertó «eufórica» por la anestesia y dice que tiene anécdotas muy «graciosas». Conforme pasaron las horas, se le fue hinchando la cara, aunque asegura que nunca sintió dolor, «porque el cerebro no tiene sensibilidad». Le abrieron la cabeza de oreja a oreja, como una diadema, y aunque pensó que le iban a tener que rapar, solo le quitaron un hilito de pelo, lo suficiente para poder operar. «Ni se nota», apunta. Le abrieron y le cerraron el cráneo con placas de titanio, tornillos y 44 grapas. La recuperación fue maravillosa, a los cuatro días estaba en su casa. «Me habían dicho que lo normal era que las primeras semanas estuviera lenta, que me costara hablar o moverme, pero no me pasó nada. Estaban alucinando todos, no tuve ninguna secuela», explica Nerea, que, pasados unos días, tuvo consulta para ver los resultados. «Yo solo pregunte: ‘¿Es benigno o maligno?', y me dijeron que no era tan sencillo, que había cuatro grados, el benigno 1 y 2, y maligno 3 y 4. El mío era 3, pero con una mutación que beneficiaba. Hasta ese momento no me habían dicho la palabra cáncer. Creo que lo hacen porque la sociedad no está preparada para escucharla, lo asociamos a algo mortal, y no tiene que ser así. Hay mucha gente que lo tiene, y si está controlado, no pasa nada».

El tratamiento que necesitaba incluía radioterapia y quimioterapia, pero no de manera simultánea. Empezó por el primero, 30 sesiones. «Te ponen una máscara para llegar a la zona exacta del cerebro y no afectar a nada más, y te atan a la camilla para que no te muevas. Es agobiante, para mí fue lo peor de todo el proceso. Hubiera preferido que me operaran otra vez. Tuve que ir durante dos meses, me cogió todo el verano, y, además, no me podía dar el sol. No duele nada, es el trabajo mental de no agobiarte porque la máscara te está apretando y no puedes salir de ahí», comenta.

Al acabar, tuvo tres semanas de descanso, y empezó la quimio. Al mismo tiempo, le hicieron una resonancia de control, donde vieron que la radioterapia no había funcionado, ya que no solo había crecido, sino que había puntos nuevos. Decidieron plantear todo de nuevo, pero mientras buscaban opciones compatibles, continuó tomando la quimioterapia. En su caso, por vía oral, unas pastillas cinco días al mes, que no le produjeron grandes síntomas. «Estaba más cansada, pero poco más. Con lo que sí lo pasé mal fue con la radio, porque hacia la tercera semana se me empezó a caer el pelo en la zona donde me la daban, en la parte de delante, porque, al final, quema todo. Yo, cuando se estaba acercando el momento, ya me veía con mucha ansiedad, y la psicóloga me hizo ver que estaba sufriendo un duelo con mi pelo. Hasta que me acostumbré, lo pasé mal. Inconscientemente, entraba al baño con la cabeza para abajo para no verme en los espejos, porque no te reconoces. Luego con los pañuelos ya bien, pero es algo que lleva su proceso», explica.

Hace ahora justo un año, después de debatirlo un comité con más de 25 expertos, los médicos le dijeron que no había ningún medicamento compatible y que la mejor opción pasaba por operar de nuevo. «Fue un palo, había estado sufriendo todas las sesiones de radio, haciendo un esfuerzo enorme, y, de repente, te dicen que no ha servido para nada. Pero, bueno, a veces no hay ninguna opción, y aquí por lo menos estaba la de operar, porque si no ven altas probabilidades de éxito, no lo hacen. Pero esta segunda vez yo estaba más asustada. Les decía: ‘Si la otra vez no pudisteis acercaros a la zona delicada y ahora sí lo vais a hacer, ¿qué va a pasar?'. Pero ellos me decían que en esta ocasión tenían más información del tumor, lo habían analizado, yo era una persona joven, que me había recuperado muy bien...».

"Pensé en escribirles una carta a mis padres y mis hermanos, pero estaba tan convencida de que todo iba a salir bien que, al final, no lo hice"

Aunque estaban convencidos de que era la mejor opción, también le comentaron el riesgo de que se pudiera quedar sin movilidad en la parte izquierda de su cuerpo. «Nunca dudé si operarme o no, pero iba con más miedo», reconoce Nerea. Lo primero que hizo nada más despertar de la anestesia fue comprobar si movía las cuatro extremidades. Así fue. Todo salió según lo previsto. Le extirparon casi el 100 % del tumor, un éxito, aunque ella no guarde tan buen recuerdo de su paso por quirófano. «Me sentó fatal esta operación, mi cuerpo ya venía de una operación, de radioterapia, de quimioterapia... Me costó mucho recuperarme. Cuando me dieron el alta tuve que ir tres veces a Urgencias, perdí el conocimiento, no podía ni comer... Con medicación empecé a recuperarme». 

NI RASTRO DE ENFERMEDAD

Los buenos pronósticos de los médicos se confirmaron a las pocas semanas, cuando la oncóloga le aseguró que no quedaba ni rastro de tumor. «Yo le pregunté: ‘¿Y la medicación cuándo me la tomo?', y me dijo: ‘No, no, es que no hay tumor, no hay enfermedad, y no necesitas medicación'. Me costó meses creérmelo», indica Nerea, que desde ese día lleva una vida normal, aunque con los controles habituales para vigilar que no vuelva.

Durante esos ocho meses, desde mayo del 2023 a enero de este año, hubo un paréntesis en su vida. Su única preocupación era estar bien. Pero se atreve a decir que lo de parar, incluso, «le vino bien». «Cuando pasó todo esto, no sabía por dónde tirar laboralmente... pero sabía que quería algo que sirviera para ayudar a la gente. Era informática, aunque no ejercía, y ahora estoy en una fundación para personas con problemas mentales. Cambias en el sentido de vivir el presente, de hacer feliz a la gente... y, sobre todo, de cómo no quieres perder el tiempo. Aprendes a decir que no, a ser más clara, que en mi caso me ha costado...».

A Nerea nunca se le pasó por la cabeza que las cosas no pudieran salir bien. Trasladaba su optimismo a sus familiares, a los que ella misma consolaba. «No me echo flores, yo creo que es más duro para los seres queridos que para la persona que lo está viviendo», explica esta joven de 29 años, que lo primero que hizo este verano tras recuperarse fue el Camino Lebaniego, un ramal de la Ruta Xacobea. Hace seis meses que ha empezado a trabajar media jornada, tal y como le recomendaron los médicos, y, aunque le cuesta mucho decir que se ha curado, porque sabe que siempre va a ser paciente oncológica, es rotunda cuando afirma: «Ahora mismo no tengo cáncer, tengo salud, y estoy superfeliz. Ha pasado todo en ocho meses, es fuerte».