Abu Faruq, oficial retirado de Liwaa al Umma: «España es el país que debería entender mejor la revolución siria»»

Pablo Medina ESTAMBUL / E. LA VOZ

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Abu Faruq en el locutorio desde el que recita poesía y divulga el ideario de la revolución siria.
Abu Faruq en el locutorio desde el que recita poesía y divulga el ideario de la revolución siria. Pablo Medina

El excombatiente sirio reclama entendimiento entre los rebeldes y Europa porque les une una cultura común y el interés de frenar a Rusia y sus aliados

07 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Abu Faruq tiene malos recuerdos de su Hasaka natal. Sus tres tíos fueron ejecutados por el régimen por ser de la rama del partido Baath opuesta a la de Hafez al Asad, por aquel entonces dictador de Siria y padre de Bachar. Soñaba con ser piloto, pero le negaron la oportunidad a pesar de haber completado formación militar en operaciones especiales. Tuvo que firmar un acuerdo para espiar a su familia tras ser detenido por traición. Cualquier conato de oposición se pagaba caro antes de la llegada de las primeras manifestaciones contra Damasco en el 2011. Cuando estalló la guerra civil por la represión de las protestas, decidió poner sus conocimientos de ingeniero al servicio de la revolución.

«Recuerdo que quise ir a Idlib en el 2012 para unirme a los rebeldes. Cuando iba a cruzar un checkpoint, me dispararon. Era lo normal, no necesitaban sospechar de ti ni saber quién eras. No me dieron ayuda; y menos mal, porque si alguien me hubiera atendido, lo hubieran matado y me hubieran rematado a mi», explica sentado en un estudio de locución. Sus heridas le provocaron gangrena en la pierna, pero a los 15 días, consiguió una prótesis y volvió a Siria para fundar su propia organización y combatir a Al Asad. Al poco tiempo, esta se integró en Liwaa al Umma, el movimiento fundado por el exrebelde libio Mahdi al Harati.

«Para nosotros, la doctrina del Che Guevara era la más útil contra el dictador y su banda: la lucha de los pueblos contra la injusticia. La izquierda es líder en libertad y luchas populares. Nuestras ideas estaban cerca de esos postulados. Nuestras canciones eran revolucionarias», recuerda Abu Faruq. Al inicio de las hostilidades, el excombatiente enseñó a los jóvenes a montar y desmontar las armas que rapiñaban de puestos de control del régimen cuando los asaltaban mientras él servía de francotirador. También les enseñó los ideales del Che. La resistencia se hizo fuerte, y muchos sirios se unían a la revolución para ganar libertad.

Pero en realidad tampoco era necesario un mensaje político. En aquellos años, casi cualquier sirio había sufrido los abusos del régimen. Las cárceles se llenaban de inocentes torturados, Asad ordenó enterrar o quemar vivos a muchos de ellos y el Ejército se divertía ejecutándolos. Era insoportable. «Nuestras hermanas, madres y mujeres nos escribían porque querían abortar. No querían tener los hijos de esos monstruos. Son millones los que han sufrido los crímenes de la banda de Al Asad. Por eso la revolución fue natural. Quien piense que se puede acabar con ese animal sin hacer nada está muy equivocado», asegura el excombatiente.

La muerte de la revolución

Cuando llegó el 2014, los rebeldes habían perdido mucho terreno ganado y los grupos que componían el todavía entonces Ejército Libre Sirio miraban a Occidente a la espera de recibir un apoyo que inclinara la balanza a su favor. «Nos llegaron armas a través de Turquía y Jordania de parte de EE.UU., pero esperábamos también un apoyo político que nunca llegó. Especialmente nos sorprendió que los españoles no lo hicieran. Tenemos una historia común con Al Ándalus, compartimos los mismos abuelos. Ellos son quienes mejor deberían entender la revolución siria, es un pueblo revolucionario». Aun así, Abu Faruq insiste en que siguieron combatiendo por sus «hermanos» españoles porque, similarmente al relato de la guerra de Ucrania, «había que frenar a Al Asad y a Rusia en Siria para que sus horrores no llegaran al resto del mundo». Y llegaron.

Lo que siguió fue la llegada de líderes yihadistas del Frente al Nusra y Estado Islámico para llenar el hueco que debía llenar Occidente. El islamismo empezó a devorar a los rebeldes gracias a las armas y el dinero. «Incluso en algún momento, en mi rama nos tuvimos que proclamar islamistas. No porque creyéramos en ello, nosotros creíamos en una Siria para todos los sirios, sino por competencia. La mayor parte de la gente que se unía a nosotros era suní, así que era la forma más eficaz de atraer más combatientes. Pero la verdad es que funcionó mal, y fueron estos dos grandes grupos los que consiguieron afiliar a más miembros», recuerda Abu Faruq.

Luego vino el caos interno. Los grupos rebeldes comenzaron a enfrentarse entre sí por la dirección del movimiento revolucionario. Llegaron los días duros de Estado Islámico y Al Nusra. Como miembro del Baath, el partido panarabista socialista ideado por el cristiano Michel Aflaq, Abu Faruq se vio en peligro por dos lados: el régimen ya sabía que era opositor y los yihadistas empezaron a creer que era de la rama afín a Al Asad. Como con el régimen lo tenía todo perdido, intentó reconciliar a los rebeldes y yihadistas, pero acabó siendo víctima de todo el aparataje radical de la revolución. «Atentaron contra mi vida tres veces. La primera, dispararon contra mi casa; la segunda, me pusieron una bomba en el coche; la tercera, me intentaron disparar otra vez. Aquello se había normalizado». La revolución de la libertad y los pueblos que conocía había muerto.

Tender puentes con Occidente

Tras su exilio a Turquía para resguardarse de sus persecutores y «alejar a su familia del peligro», Abu Faruq colgó el fusil y se centró en la lucha que nunca ganaron: la intelectual. «Me di cuenta de que la falta de apoyo de Europa ayudó a que algunos rebeldes se radicalizaran, pero hay que frenar eso. Nuestro enemigo es Al Asad, y tenemos que entendernos con Europa, tenemos una historia y un propósito comunes», apunta desde su locutorio el soldado retirado.

La biblioteca adyacente a su espacio de trabajo la ha diseñado él. Para Abu Faruq, la educación es un pilar revolucionario a la vez que un puente para que las culturas, al menos las mediterráneas, se entiendan y se tiendan la mano. Entre libros del Ché, Mario Vargas Llosa, García Lorca y clásicos de la literatura grecorromana, intenta enseñar a los jóvenes que tienen un futuro perdido.

En cuanto a los apoyos internacionales, Abu Faruq se siente intensamente decepcionado con los sectores de izquierdas que se alinearon con el régimen. «La izquierda piensa que Al Asad está contra el imperialismo, pero no es así. La misma alianza que EE.UU. tiene con israelíes la tiene Asad con Irán y Rusia. Como intelectuales, tenemos que replantearnos este análisis», asegura.

Ahora que los rebeldes están a las puertas de Homs, Abu Faruq también considera que serán las nuevas generaciones, las que huyeron como niños a zonas rebeldes y ahora combaten en ellas como adultos, las que tomen el testigo. «Si nos matan a todos, seguirán nuestros hijos. Al Asad es igual que Hitler, no podemos olvidarlo. Aunque vivamos fuera de Siria, no permitiremos que gente así siga en el mundo. Mi hijo recibirá una buena educación, pero también le haré recordar que es de su país». Su hijo se llama Guevara, y no está lejos de convertirse en su relevo generacional revolucionario.