La frágil alianza entre Irán y Rusia

Maria Snegovaya y Jon B. Alterman FOREIGN AFFAIRS

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María Pedreda

Estados Unidos puede dividir a dos de sus principales adversarios

01 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que comenzó la invasión de Ucrania, Rusia ha hecho causa común con Irán y le ha ofrecido apoyo militar, cobertura diplomática y servicios de inteligencia. A cambio, Teherán ha brindado a Moscú armas propias y compartido la propaganda del Kremlin. Por ejemplo, en julio del 2022, el líder supremo iraní, Alí Jamenéi, describió a la OTAN como una «criatura peligrosa» y afirmó que, si Rusia no hubiese tomado la iniciativa, Occidente habría provocado la guerra en Ucrania de todos modos.

Para los observadores de ambos estados, esta alianza no debería ser una sorpresa. Los dos países están entre los oponentes más implacables de Occidente. Desde la revolución de Irán de 1979, sus líderes han sido antiestadounidenses, afirmando ser el blanco constante de complots para aislar y debilitar el gobierno de la República Islámica. Mientras, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha argumentado que la guerra con Ucrania es en realidad una guerra con una voraz OTAN que quiere destruir Rusia. Los países son parias internacionales, sujetos a duras sanciones que necesitan socios dondequiera que los encuentren. Y ambos están gobernados por líderes autoritarios personalistas con el apoyo de una élite oligárquica en gran medida aislada de la supervisión.

Pero a pesar de las similitudes entre los países, su alianza podría resultar mucho más frágil de lo que parece a primera vista. Irán y Rusia comparten un enemigo común y un sistema de gobierno, pero tienen una larga historia de conflictos que nunca ha llegado a desaparecer del todo. Económicamente, son petro-Estados que compiten por los mismos mercados. Políticamente, se enfrentan por quién debería ser la principal potencia en el Cáucaso y Asia Central. También tienen diferentes enfoques en Oriente Medio. De hecho, más allá de socavar la hegemonía de Occidente, no comparten ninguna agenda internacional coherente. Incluso con Washington tienen estrategias diferentes. En las elecciones estadounidenses del pasado mes, Rusia intentó ayudar a Donald Trump. Mientras, Irán conspiró para matarlo, según el Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Washington y sus socios deberían aprovechar estas diferencias para abrir una brecha entre Moscú y Teherán. Para ello no tienen por qué acercarse a ninguno de los gobiernos. En cambio, Occidente puede enfrentar las economías de ambos países a través de políticas energéticas que reduzcan el precio del petróleo. Deberían recordarse mutuamente que en la mayor parte del mundo tienen visiones políticas opuestas y deberían impedir que Teherán y Moscú cooperen en los ámbitos que quieran. De lo contrario, Irán y Rusia pueden superar sus diferencias y construir una alianza duradera. El resultado sería un mundo más inestable y más violento.

Tanto Irán como Rusia comparten una gran desconfianza hacia el orden occidental, y las reformas que apoya; pero las semejanzas entre ellos no terminan ahí. La estructura del régimen de cada país también es bastante similar, y se caracteriza por dictadores personalistas, economías dirigidas por el Estado e importantes servicios de inteligencia. En Rusia, ese líder es Putin. Ambos tienen una economía híbrida, con grandes industrias como la energía y la banca, estrechamente controladas por agentes de seguridad y propietarios privados a los que se les permite dirigir empresas a niveles más bajos. Por su parte, Irán ha estado gobernado por Jamenéi y sus redes durante más de 30 años. Sus principales empresas son de propiedad estatal o están dirigidas por el Estado, y por lo general están bajo el yugo de altos cargos de seguridad vinculados al establishment clerical. En ambos países, el régimen compra el apoyo de la clase trabajadora a través de subsidios generosos y pagas. Y el de muchos trabajadores de clase media al darles trabajo en empresas estatales.

Washington, conocedor de cómo están estructurados estos regímenes, ha emitido sanciones para desestabilizar sus sistemas. Pero, paradójicamente, la experiencia de Irán sugiere que esas sanciones los refuerzan al dificultar que cualquiera desarrolle poder económico fuera de las élites. Los iraníes se han vuelto más dependientes del Estado para obtener recursos. A su vez, las élites evaden las restricciones económicas al introducir riqueza a través de redes de contrabando. Tal vez por eso el Kremlin trata de emular la experiencia de Irán, y ha tomado prestada su práctica de utilizar empresas fantasma y transferencias de petróleo de barco a barco en aguas internacionales.

Una estrategia de sanciones y campañas de información

El instinto de Washington es meter a Irán y a Rusia en el mismo saco, tratándolos como una especia de eje duradero que amenaza los intereses estadounidenses. Pero dadas las muchas diferencias entre los dos países, Estados Unidos debería tratarlos como lo que son: socios de convivencia. Eso significa que, más que tratarlos por igual, Washington debería buscar pacientemente formas para distanciarlos.

Puede comenzar adoptando medidas inteligentes en materia de sanciones. Las dictaduras personalistas son más sensibles que otras a la pérdida de ingresos externos que provocan las sanciones. Al depender del clientelismo personal en lugar de las instituciones formales, necesitan un flujo constante de ingresos que puede ser fácilmente focalizado. En Irán y en Rusia, estos ingresos provienen de las exportaciones de combustibles fósiles.

Estados Unidos también debería destacar otras formas en las que los intereses de los dos países entran en conflicto. Por ejemplo, con campañas de información deberían exponer cómo Rusia apoya las prioridades de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes Unidos en Oriente Medio por encima de las de Irán.

Nada de esto significa que las políticas de Occidente estén fallando. Estados Unidos y sus socios no se equivocan al impedir el acceso de Irán a bienes y tecnología cruciales, que Teherán luego reexporta a Rusia. Washington debe enfrentarlos entre sí lo mejor que pueda. Durante siglos, su relación ha sido tensa, y con razón. La estrategia de Estados Unidos debe ser ayudar a aumentar las tensiones, no anularlas.

Maria Snegovaya es investigadora del Programa de Europa, Rusia y Eurasia del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Jon B. Alterman es el director del Programa de Medio Oriente en ese mismo centro.

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