Ángeles no fue consciente de que era víctima de violencia machista hasta que su exmarido le intentó pegar: «Mi "no es no" no lo respetaba en ningún sentido, tampoco en el tema sexual»
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De momento, a la espera de que se celebre el juicio, ambos siguien compartiendo la misma casa, donde residen sus hijas aunque en semanas alternas. «Esto hay que cortarlo de alguna manera», dice
25 nov 2024 . Actualizado a las 14:14 h.Ángeles estuvo 37 años con su expareja, 24 casados y 13 de novios. Nunca, en todo ese tiempo, se sintió una mujer sumisa ni maltratada. Veía otros casos de mujeres que sí lo eran, se indignaba, e incluso delante de él decía: ‘Esto no me va a pasar a mí'. Dice que se casó enamorada, aunque ahora sabe que aquello no era amor. Antes de pasar por el altar ya habían tenido una crisis. Ella lo dejó porque sintió que le gustaba otra persona. Pero volvió a los tres meses. La presión de su círculo más cercano, de alguna manera, le pudo. «¡Qué suerte tienes!», «¡qué novio más guapo tienes!», «¡qué enamorado está», «te quiere más él que tú», le decían. Ella lo veía más como un amigo, pero era su primer novio, y como llevaban ya nueve años juntos, la obligación la invadió y pensó que era lo que tenía que ser. «Yo siempre he pensado que era mi culpa, porque yo echaba en falta algo...», indica Ángeles, que tuvo con él dos hijas, que ahora tienen 17 y 22 años.
Ella nunca se sintió una mujer maltratada, pero los hechos hablan por sí solos. Ella se ocupaba completamente de la casa, aunque por temporadas también trabajaba fuera, y cuando le pedía ayuda, él nunca se encontraba bien. «Siempre estaba malo, pero le hacían pruebas y no tenía nada, la enfermedad estaba en la mente. Trabajaba seis horas y el resto estaba en el sofá durmiendo. Siempre con una actitud de víctima». Él decía que se ocupaba de los números, y estos siempre le beneficiaban. Ángeles le tenía que informar de cuánto sacaba de la cuenta. Y aun así, le echaba en cara cualquier gasto que ella hiciera, aunque fueran cosas de la casa. Le llegó a recriminar 1,30 euros de un desayuno. En cambio, él podía comprarse unos botines o, incluso, una tele sin que hiciera falta, y no suponía ningún problema.
Evitaba las discusiones, pero había veces que no se podía callar. Si Ángeles quería salir con su grupo de amigas del colegio, le decía: «Sal, no hay problema», pero cada media hora le estaba escribiendo para ver cuándo volvía o cuánto estaba gastando. A veces se tenía que inventar excusas para no quedar con ellas a comer y acercarse luego al café. Por momentos, lo peor se le pasaba por la cabeza: «Me quería morir. Yo decía si esta es la vida que me espera... Me sentía obligada en todo. En el tema sexual no me respetaba. Mi ‘no es no' no lo respetaba en ningún sentido. Me di cuenta de que me tenía que acostar con él para no aguantarle las malas caras, porque al día siguiente lo pagaba conmigo o con las niñas». «Eso sí, nunca me levantó la mano». No, hasta ese momento.
El pasado 22 de octubre hizo tres años que intentó separarse. «Yo lo tenía claro, porque no era feliz. Pero a la vez me sentía culpable». Él había decidido, por fin, acudir a la psicóloga, y cuando esta profesional quiso hablar con Ángeles le dijo: «Tú lo tienes claro, es que tú te quieres separar». Y yo le respondí: «Sí, pero no sé cómo. Me da pena y miedo, porque él está mal». Le recomendó que esperara, que él tenía algo dentro, alguna frustración, en parte porque no se sentía valorado en el trabajo. Aguantó veinte días.
Se armó de valor y le manifestó que se quería separar, y él le dijo que entonces era ella la que se tenía que ir de la casa, —que era de ambos, y en la que vivían sus hijas—. Ella no se podía permitir otro alquiler, y se fue a casa de una amiga. En cambio, la semana que le tocaba salir a él, no lo hacía. Decía que su madre aún no le había comprado una cama. «Yo estaba una semana fuera, y la otra con él dentro». Y cuando él, después de un tiempo, le dijo que se iba, ella le pidió que no lo hiciera. «No lo hice conscientemente, pero creo que fue porque no sabía qué hacer con mi vida. Mis amigos, mi círculo más cercano, me decían que si estaba loca, que qué había hecho, que él era muy bueno... Me vi sola, sin trabajo, y le dije: ‘Quédate'».
nueva oportunidad
Puso toda la carne en el asador para intentar salvar el matrimonio. Lo intentó por todos los medios. Él no quiso hablar de lo que había pasado. A ella le pareció raro. «Yo te perdono y ya está. No pasa nada», le decía él. «A ver, lo normal es que habláramos para sacar todas esas cosas... Él solo quería correr un tupido velo. Mi madre dándome un abrazo y diciéndome: ‘Qué alegría me has dado'. Todo el mundo estaba contento». Pero las cosas no cambiaron en ningún sentido. Además, estaba más seguro de su comportamiento. «Se vino como arriba, como diciendo: ‘Te has ido, y has vuelto, has hecho lo que yo quería'».
Al cabo de un tiempo, ella le empezó a decir que no podía más, y él que si ya estaba otra vez con lo mismo. «Me siento como si fuera una puta en la cama y la criada en la casa, te lo dije hace tres años, es lo que me llevo sintiendo hace mucho años, y no quiero sentirme así», le dijo. Por esa época, Ángeles había conocido a un grupo nuevo a través de la Fundación Ana Bella. Un grupo más abierto con diferentes orientaciones sexuales. «Me vas a dejar porque te vas a hacer lesbiana...», le llegó a decir.
El vaso estaba a punto de desbordarse, ella no podía más, pero a la vez se sentía perdida, no tenía adónde ir... Su madre le decía que no podía separarse, que adónde iba ella sin su marido, incluso la amenazó con quitarse la vida si lo hacía. Él, que tampoco podía hacerlo, porque, por separado, ninguno era libre económicamente. En enero de este mismo año, se plantó y le comunicó su intención de separarse definitivamente. Más de lo mismo, él no se quiso ir de casa, y desde enero hasta abril han estado conviviendo juntos. «Y ahí empezó a salir la verdadera bestia», confiesa Ángeles. No solo le preguntaba en todo momento que adónde iba, aun cuando ella no tenía que darle explicaciones; le echaba en cara si ya estaba con otra persona; la tenía vigilada a través del móvil, como pudo comprobar ella misma cuando acudió a una tienda de telefonía, o estando ambos en casa la llamaba «puta» o «guarra» delante de las niñas, «otra especie de maltrato»... Es que en febrero, en presencia del padre de Ángeles y una de sus hijas en casa, le quiso pegar por no querer ir con él en la moto al despacho del abogado. «Me quiso pegar, pero yo me escurrí.. Abrí la puerta de la calle y le dije: ‘Seguro que está Antonio (un vecino) en la ventana'. Efectivamente, estaba. Y bajó los brazos. Yo estaba con un ataque de ansiedad, hablando con una amiga por teléfono, que me decía que me fuera con ella, pero, al final, me fui con él en la moto. Me daba mucho miedo la reacción».
A los pocos días, aprovechando que él estaba fuera de la ciudad por trabajo, Ángeles se acercó a la comisaría a denunciar los hechos. Él los negó y a falta de pruebas, archivaron la denuncia. En abril, la vio en la feria con otra persona, y, al día siguiente, se presentó en casa, —esa semana le tocaba a ella— él metió la llave sin timbrar. La empezó a insultar y le abrió la puerta del baño, donde ella se estaba duchando... «Me decía que no me iba a pegar, pero mi instinto me decía que sí. La cara de odio que me ponía...». Lo denunció por violencia de género por segunda vez. Pero, de nuevo, al no haber prueba física, la desestimaron. «‘Hubiera sido más fácil con un moratón', me dijeron en el juzgado». El tema judicial fue «agónico», el baile de abogados de oficio fue un sinvivir. Y cuando ella, por fin, consiguió uno para presentar una demanda de divorcio, le llega la de su exmarido, un juicio que estaba previsto que se celebrara el pasado 21 de noviembre. Más idas y venidas, porque su abogado no estaba para «contestar demandas». En el proceso de solicitar uno nuevo, gracias a la ayuda que le proporcionan desde la Fundación Ana Bella, consiguió un trabajo indefinido.
El final está cerca
Sin embargo, ella no puede alquilar otra cosa y sus hijas siguen en el piso común, así que, de momento están compartiendo casa en semanas alternas, a pesar de que la abogada le recomendó que ampliaran a quince días. «Lo hablé con las niñas, pero dicen que a papá le viene bien así, estar en casa cuando está de mañanas. En el fondo, siguen posicionadas con él. Las complace en todo, les da todo. Yo pienso que es un tipo de violencia vicaria. Yo no quiero discutir más con ellas. Me han llegado a decir que si no, se van con él, que es más cómodo, y que tiene más dinero», dice Ángeles, que está a la espera de ver qué movimientos se producen a raíz del juicio. «La nueva abogada me ha pedido todo lo anterior, va a sacar todo, porque ha seguido haciendo cosas. Ha mandado amenazar a mi actual pareja. Me sigue diciendo que tengo que pagar más, que me va a cortar la luz... Sus últimas palabras fueron: ‘Si no has sido feliz conmigo, no vas a ser feliz con nadie'. Y esto de tener que compartir la casa con él también es maltrato psicológico. Tengo que sacar todas mis cosas, porque revuelve mi cajón de la ropa interior, mis papeles, desapareció mi diario, me deja su suciedad para que yo la limpie, su ropa pegada con la mía... Esto hay que romperlo de una manera u otra. Yo no puedo estar así. Ahora la casa ya está prácticamente pagada», explica Ángeles, que hace muy poquito que ha sido consciente de que era una víctima. «Si llego a serlo antes, no habría vuelvo con él hace tres años. Lo he sido ahora al estar fuera, desde el momento en que me quiso pegar». Pero la línea roja está mucho antes.