Gisèle Pelicot se encara a sus violadores: «¿Cuándo les di yo a ustedes mi consentimiento?»
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Últimas declaraciones en el juicio de Aviñón. Dominique Pelicot dice que, si hizo lo que hizo, fue para «someter a una mujer rebelde»
19 nov 2024 . Actualizado a las 18:39 h.Semana 11, jornada 48. El tribunal dio este martes la palabra por última vez a Gisèle Pelicot antes de proceder a tomar decisión alguna [el proceso entra en su fase final para hace públicas las sentencias el 20 de diciembre] y la mujer, que durante casi diez años fue drogada y —sin saberlo— violada por su propio marido y por decenas de desconocidos, se dirigió a sus agresores y con admirable aplomo les preguntó: «¿Cuándo les di yo a ustedes mi consentimiento?». Durante dos meses, ha tenido que escucharles invocar todo tipo de excusas para, sin rastro de arrepentimiento, justificar sus comportamientos, probados en cientos de imágenes que el principal acusado, Dominique Pelicot, atesoraba en su ordenador. Que todo formaba parte de un juego del que, por supuesto, la señora era partícipe, haciéndose la dormida e incluso llegando a ingerir por voluntad propia ansiolíticos a puñados para permanecer aturdida. Que el señor, en calidad de marido, daba su permiso para satisfacer todo tipo de depravaciones sexuales con el cuerpo de su esposa, inerte. Que les engatusó, que les obligó, que todo era un complot del acomodado matrimonio francés.
Fue la de este martes una sesión delicada, más de lo habitual, en la que además de Gisèle habló Dominique y, sin escatimar en artillería, los abogados del medio centenar de acusados, que centraron sus esfuerzos en desviar el foco de atención hacia el hombre «manipulador» que convocaba en su dormitorio a cualquiera que se prestase a una práctica sexual liberal. A pesar de las insinuaciones de la polémica Nadia El Bouromi —letrada que hace unas semanas ridiculizaba a Gisèle compartiendo en sus redes sociales la canción Wake me up before you go-go—, que durante un rato largo le reprochó estar siendo demasiado indulgente con su exmarido y muy dura con el resto de acusados, la víctima se mostró firme al señalar al que un día fue su compañero de vida como culpable. Insistió en que no, no lo ha perdonado, pero también en que ninguno de los hombres que pasaron por su cama y abusaron de ella en estado de inconsciencia se negó ni se detuvo al ver que no reaccionaba a ningún estímulo, mucho menos denunció.
«Desde el inicio de este juicio he escuchado muchas cosas inconcebibles —dijo Gisèle—. Sabía a qué me exponía al renunciar a la sesión a puerta cerrada, pero he llegado a escuchar a estas personas aducir que Dominique los había drogado, a ellos, que los había manipulado. ¿Por qué entonces no lo denunciaron? Para mí, este es el juicio de la cobardía». En la llaga estuvo todo el día hurgando la defensa de los procesados, que puso a Giséle en varias ocasiones contra la espada y la pared. La acusó de encontrar en Dominique circunstancias atenuantes —«Él tenía muchas fantasías que no pude satisfacer y estaba muy frustrado», mencionó ella—, de no haber atendido a señales como su implicación en casos previos de agresión o su simpatía por el porno, y llegó a insinuar que no apoyaba a su hija al no pronunciarse sobre las fotografías, de ella desnuda y dormida, encontradas en el ordenador de su padre. En ese momento, Caroline Darian —la mediana de los Pelicot— abandonó la sala visiblemente afectada. Tan tensa resultó la escena que el defensor de la víctima, Stephane Babonneau, se vio obligado a intervenir, parándole los pies a El Bouromi. «La está martirizando», le dijo.
«Parece que está más enfadada con los demás acusados que con el señor Pelicot, aunque estos hayan llegado a su lecho conyugal por su culpa», respaldaron el resto de los abogados. Gisèle perseveró: «Sí, estoy enfadada con ellos. Porque no pensaron ni un minuto en denunciar. Todos se fueron de mi casa conscientes de que habían hecho algo que no estaba bien, pero pensando en salvar su pellejo; en ningún momento pensaron en mí, en la mujer inconsciente». Determinó que, efectivamente, eran todos culpables, también su marido, y de hecho calculó que en los casi diez años que estuvo drogándola habría llegado a sufrir unas 200 agresiones, pero él —anotó ella—, reconoció los hechos. «He perdido diez años de mi vida que nunca recuperaré. La cicatriz no se cerrará nunca», zanjó.
«Nunca toqué a mis hijos ni a mis nietos»
«Si llegué a hacer lo que hice a través de personas que voluntariamente aceptaron lo que propuse, admito que fue para someter a una mujer rebelde», declaró ante el tribunal penal de Vaucluse Dominique Pelicot en un último alegato en el que insistió en que nunca había «tocado» ni a sus hijos ni a sus nietos. Volvió, de nuevo, sobre la violación que dice haber sufrido cuando era un niño y la agresión en grupo en la que dice que lo obligaron a participar años después. «Creó en mí una grieta que conservé de por vida», se defendió. Y al echar a vista atrás aludió una vez más a las supuestas agresiones sufridas por su madre por parte de su padre, intentando convencer a la sala de que si drogó a Gisèle fue para que no pasase por ese mismo dolor, para que no fuese consciente. «Mientes, no tienes el coraje de decir la verdad», respondió su hija, Caroline Darian, a las reiteradas negativas del principal acusado sobre un supuesto incesto. «Y mientes también sobre tu esposa, morirás solo entre mentiras», replicó a gritos.
A un mes de que se conozca la sentencia, la principal duda es si cuajará la versión de los abogados de la defensa, que subrayan que Dominique Pelicot es un depredador y un manipulador que engatusó a los 50 hombres sentados a su lado en el banquillo haciéndoles creer que todo era un juego de una pareja de libertinos. Para hacer creíble esta tesis, se empeñaron este martes a fondo en señalar sus dotes para el engaño y recordar sus antecedentes: un intento de violación en 1999 a una chica de 20 años —la edad de su propia hija en ese momento— y su involucración en una agresión mortal en 1991. Pelicot sostuvo, de vuelta, que tan responsable era él como el resto. Llegó incluso a precisar porcentajes de culpabilidad: él el 70 %; ellos, el 40 %.