«Si se nos hubiera avisado antes de todo esto, muchos no se habrían ahogado»

Carlos Peralta
Carlos Peralta LA VOZ EN VALENCIA

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Manuel Bruque | EFE

Miles de valencianos pasaron días sin suministros tras temer por su vida

18 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Es realmente descorazonador pensar que el nuevo cauce del río Turia es desde el fatídico 29 de octubre una frontera que separa dos realidades. Al norte, Valencia capital, donde a simple vista nada ha cambiado: la gente pasea tranquila; hace sus compras o va a ver Gladiator II. Pero basta con cruzar cualquier puente, incluido el renombrado de la Solidaridad, para darse cuenta de que en La Huerta Sud, la Ribera Alta y otras comarcas de la provincia todo ha cambiado.

Nadie debería olvidar el 29 de octubre. Son muchas las personas que murieron ahogadas en sus garajes, ajenas al peligro de la dana. Para cuando sonó la alerta, a las 20.16 horas, ya estaban literalmente con el agua al cuello. «Si se nos hubiera avisado antes de todo esto, muchos no se habrían ahogado», lamenta María José, de Masanasa. Sus padres apenas pudieron disfrutar del ordenador que les compró en febrero. A Consuelo, de Algemesí, le pasó lo mismo con su coche: le duró solo tres horas. «El caminito que habríamos hecho si hubiesen avisado antes», añade José Antonio, de Alfafar, que, como tantos y tantos valencianos, pasó una semana con su calle llena de escombros teñidos de recuerdos. Y de mal olor.

María Amparo, vecina de Masanasa, no sabe ya ni qué pensar ni cómo hacerlo. El reloj de su casa, junto a un calendario de la Virgen, se paró a las nueve cuando el agua lo alcanzó. La marca no engaña: se superaron los dos metros. Ahora deberá rehabilitar su vivienda, que fue también la de sus padres. Y lo asume con entereza. Lo que no soporta es la pérdida de vidas humanas.

Las muertes, en total 227 confirmadas, 219 en la región, hacen del citado día uno de los más oscuros de la Comunidad Valenciana. Lucas (nombre ficticio) es camionero y se enteró en la carretera de las muertes de su padre y de su hermano. También de la de su madre, el 29 de octubre. Habló con ella a las nueve y media y ya no supo más. La falta de cobertura, sumada a la de suministros básicos, acrecentó la angustia de miles de familias, que pasaron días sin saber nada de sus seres queridos. Lucas no tiene intención por ahora de volver al trabajo. Asumió con paciencia los trámites para recuperar los restos de su madre, pero no se irá de Paiporta sin adecentar su casa y, sobre todo, la de ella. Mientras, pasa los días ayudando. Es su receta, y la de muchos, para no pensar. «El día que paremos, imagínate el bajón que nos va a pegar», afirma otro vecino paiportino.

El martes se vivieron momentos difíciles. También rescates que te reconcilian con el ser humano. En Utiel, Sheila estaba ya a salvo en una terraza, pero no dudó en ayudar a un hombre a rescatar a su padre. Ambos habían llegado a despedirse, pero eso no iba a quedar así. Al empujar para sacarle a pulso del sótano, la joven se cayó y se dio un golpe en la cabeza. Pero mereció la pena. Horas después, un agricultor sacó a su madre y a ella de aquella terraza con un tractor.

El miércoles y el jueves, los dos días posteriores a lo peor de la dana, no fueron sencillos. Muchos vecinos permanecieron incomunicados, con sus plantas bajas anegadas y muchos centímetros de barro en las aceras y calzadas. «Estamos abandonados». Lo dijo Vicente, de Alfafar, pero también María Ángeles, de Beniparrell; y Paco, de Masanasa. Lo dicen muchos porque así se sintieron. Por eso sobrecoge tanto saber que muchos vecinos han llorado desconsolados por el simple hecho de volver a tener suministro de agua.

Llegó el viernes y todo cambió. Llegó el tardío pero consistente despliegue de medios. Llegaron miles de voluntarios. Los colegios, las iglesias, los auditorios. Todos eran centros logísticos provisionales, muchos de ellos aclimatados a contrarreloj por personas anónimas que estaban y están exhaustas. Algunas, como Juan Carlos o Isabel, miraron antes por ellos que por sus propias casas.

La solidaridad se desbordó en todo el país. Rafa bajó desde Figueroles, en Castellón, para poner su furgoneta a disposición. De los polígonos a los centros logísticos, cargó y descargó kilos y kilos de comida y productos de primera necesidad. La furgoneta la tiene para cuidar su huerto. Quería cultivar col morada, pero será en otra ocasión. «Te toca el corazón sentir toda esta impotencia», subraya, en uno de sus viajes, esta vez a Llocnou de la Corona.

«Que no se olviden de nosotros»

«¡Que no se olviden de nosotros!», grita desde la puerta, a modo de despedida, una voluntaria del colegio Lluís Vives de Paiporta. Lo pudo decir ella o cualquiera de las personas allí presentes. Es otro de los reclamos unánimes. Llevan dos semanas conviviendo con centenares de voluntarios y todo tipo de efectivos, pero las consecuencias de esta catástrofe dejarán huella durante mucho más tiempo. Meses, años. El coste económico de la dana es todavía incontable. El coste en vidas humanas será para siempre injustificable.

La solidaridad llegó con creces. En Paiporta, junto a la parada de autobús, varias personas ofrecían mascarillas en un puesto improvisado, flanqueado por coches destrozados. A poca distancia, en la falla Jaume I, no les cabía más ropa en el casal y tuvieron que amontonarla en la misma calle.

El futuro está en las manos de todos. Administraciones, medios de comunicación, sociedad civil... Hay 65 municipios afectados en mayor o menor medida. Más de 800.000 personas. Para toda esta gente será crucial que, cuando vuelva el ruedo político, las campanadas y los entroidos, sigamos acordándonos. Solo así, con continuidad, tendrá sentido esta avalancha de solidaridad y exposición mediática.