Viaje a Masanasa, con casas aún tomadas por el barro: «La riada iba tan fuerte que me dio miedo»
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Muchos bajos, devastados y ya sin mobiliario, afrontan ahora meses de rehabilitaciones tras el paso de la dana por Valencia
06 nov 2024 . Actualizado a las 10:21 h.El Centro Gallego de Valencia está en un primer piso. Una circunstancia que le permitió esquivar los estragos de la dana en Masanasa. «Parece un paraíso comparado con lo que acabamos de ver en el pueblo», asegura Manuel Fortes, presidente de este centro regional, que ofrece clases de pandereta y de gaita.
No tuvo tanta suerte el patio y el bar de Ricardo, el alma de la sociedad cultural y deportiva Terreta, el lugar que alberga el Centro Gallego. Fortes nació en Soutomaior, en Taboadela. Era un niño de cinco años cuando llegó desde Ourense para quedarse en una ciudad en la que sus compañeros de clase no lo entendían porque hablaba gallego. Ahora es uno de los gallegos que mejor entiende a los valencianos. Muchos paisanos voluntariosos y con ganas de ayudar recurren a él para que los guíe: «Me llaman constantemente desde Galicia. Se han ofrecido empresarios que traen tráileres con material humanitario. Intentamos ayudar a coordinar un poco todo este desastre».
A su lado está Pepe Payà, presidente de la Terreta, que recibió a Manuel limpiando el patio de fango. «Hay todavía muchísimas casas con barro. Es un tema fatal», afirma. Todos reconocen el trabajo de los voluntarios. «Los llaman la generación de cristal, y nada de eso. Estamos muy equivocados», apuntilla Ricardo, el regente del bar de la asociación.
La Terreta evitó más daños gracias a los tres escalones de la entrada. Pero el panorama es diferente en la calle Joanot Martorell. Los vecinos están acostumbrados a inundaciones, son la zona más baja del pueblo, pero lo del 29 de octubre fue otra historia y ahora asumen largos meses de trabajo y reclamaciones para recuperar sus casas. María Amparo Muñoz lleva toda la vida viviendo en esta calle. «Es la tercera riada que veo aquí. A mis 74 años no esperaba ver esto. Es todo horrible», relata. La fatídica tarde dudó si ir a casa de su hijo o quedarse en la suya. Al final fue. «No era mi día», asegura.
Su vivienda está ahora conectada con la de su vecino Paco por un socavón en la pared. Allí destaca un Seat 600 familiar lleno de barro. Estaba estampado contra el corral, pero unos voluntarios lo colocaron en el garaje.
En la zona de atrás, todos los residentes tenían su patio trasero. Algunos lo habían decorado con macetas; otros tenían gallinas... Ahora no queda ni un tabique en pie, por lo que, si no fuera por las puertas, sería imposible saber que antes había siete espacios. En otra vivienda está Manuel Grancha. Es la casa de su tía. «A ella la sacamos al día siguiente porque tenía dos coches empotrados en su puerta. Entre cinco personas y con un tractor y una pala pudimos rescatarla de casa». O de lo que queda de ella. En todos los bajos de la calle hay marcas de agua sucia en las paredes. «Nos dijo el Ayuntamiento que llegó a los dos metros y medio», cuenta María Amparo.
«¡Solo tienen fango!», se oye gritar a un voluntario. En algunos casos es cierto. Miguel Ángel Santiesteban está en la vivienda de sus suegros. «Cuando nos enteramos, vinimos de Zaragoza esa misma noche, pero no pudimos entrar hasta la madrugada. Teníamos el agua hasta la cintura y los sacamos al día siguiente». Su cuñada es María José Fortea. «Mi madre nos llamó diciéndonos que el agua le había reventado la puerta. Vine corriendo, pero no pude pasar. La corriente de la riada iba tan fuerte que me daba miedo». Recuerda lo que hizo bien entrada la noche y armándose de valor: «Fui por la calle de detrás agarrándome a lo que pude. Había troncos y rejas. No era solo barro, venía todo lo que arrastró Paiporta». Por suerte, sus padres están bien. Su padre tiene poca movilidad, pero no llegó a bajar a la planta inferior. Normalmente, lo hace a esas horas, pero ese martes rechazó merendar al estar enfrascado con un puzle.
En Joanot Martorell hay muchas personas con palas; algunas, coordinadas con una deslumbrante armonía con bomberos y brigadas de refuerzo de incendios forestales. Entre ellos, Jaime Martínez, director de la escuela de fútbol del Massanassa, junto a dos compañeros del club. «Llamamos a los padres de los niños y les preguntamos si necesitan algo», afirma Jaime. Pero no solo están para palear. Muchas veces acuden a las casas a ver a sus queridos pupilos. «Aunque sea un rato, vamos a que le den patadas a un balón y les damos un abrazo», asegura. Algunas familias quieren ser recíprocas. El club está en conversaciones con el Ayuntamiento para que el fin de semana acudan todos a limpiar el campo.
Entre los voluntarios hay un chico con la camiseta del Celta. No es gallego, pero sí lo son dos de sus compañeros. Héctor Muñoz es de Betanzos, y Elisa Casqueiro, de Cangas do Morrazo. Ambos son universitarios y están de beca Sicue. «Aún falta organización, no sabemos dónde ponernos», asegura Elisa. Los dos llevan mucho tute. Héctor fue primero a Benetúser: «Estaba todo fatal. Las grúas de las familias sacaban los coches de las calles». Elisa dice que estaban solos cuando empezó a ayudar a los vecinos. «Los primeros días aquí no había ni Dios», remarca.
Javier Bonhome, soldado gallego: «Parece el apocalipsis, hay descontrol»
Javier Bonhome lleva poco más de un año en el Ejército del Aire. Es soldado en el escuadrón de apoyo al despliegue aéreo. «Está siendo bastante duro, es la primera vez que estoy en algo así. Parece el apocalipsis, hay mucho descontrol», afirma este joven de Santiago de Compostela desde Paiporta, un municipio muy afectado por la dana. Su debut en un contexto complicado lo afronta con ganas de ayudar a la población. «Trabajamos para retirar escombros y vehículos. Todo lo que podamos hacer para facilitar el trabajo de la maquinaria», comenta.
Los vecinos clamaban para que el Ejército aumentara su presencia en la zona. «Al principio había gente más tensa. Han vivido situaciones muy críticas y han perdido familiares», asegura Bonhome, que reconoce haber vivido ya momentos trágicos durante su misión en Valencia.
Él y sus compañeros duermen en la base de Bétera, a pocos kilómetros de los municipios afectados. «Tenemos para aguantar el tiempo que se considere necesario», sentencia.
Su capitán es Javier Escohoriuela. Vivió experiencias que fueron muy mediáticas, como el desalojo de ciudadanos de Kabul (Afganistán) en el 2021 tras el ascenso al poder de los talibanes. «Llevamos desde el sábado por la mañana. El viernes nos activaron. Estamos en labores de apoyo a la UME. Cualquier cosa que se nos requiera. Por la noche también hacemos presencia en las localidades, porque los vecinos están preocupados», declara.
Dos voluntarios comentan que, en apenas 15 minutos, varios militares llevaron a cabo una tarea similar a la que a ellos les llevó una hora. De ahí la insistencia de los vecinos en la urgencia de la llegada de los soldados. Ahora, con miles desplegados, también orientan a los voluntarios. «Nos aseguramos de que todos los recursos que se están empleando lo hagan de forma eficaz», asegura el capitán. Sobre sus ganas de llegar a Valencia, afirma que siempre han estado listos: «Estábamos preparados desde el primer minuto para venir, desde que suena el primer telefonazo. Cuando dan la orden, salimos».