Una jornada para la ayuda perdida en colas y buses parados: «Nadie sabía qué hacer con nosotros»

Lois Balado / Carmen G. Mariñas REDACCIÓN / LA VOZ

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Ana y Dimitri, ayer tras regresar de su jornada de voluntariado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.
Ana y Dimitri, ayer tras regresar de su jornada de voluntariado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.

La solidaridad de la población desbordó a las plataformas de ayuda, que no fueron capaces de encontrar destinos útiles para los voluntarios

02 nov 2024 . Actualizado a las 22:28 h.

Ana y su pareja Dimitri —ella, colombiana; él, gallego, de Ribeira—, ambos residentes en Valencia, fueron dos más entre la masa de voluntarios que este sábado se presentaron en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia para echar una mano allá donde se les necesitase. El llamamiento, un tanto atropellado desde su nacimiento en canales de Telegram y otras redes sociales, acabó aglutinándose y siendo impulsado por el Gobierno autonómico a través de la Plataforma de Voluntariado de la Comunidad Valenciana (PFCV). Sin detalles sobre qué o cómo debían acudir, sí se rogó que aquellos que se presentasen estuviesen en una condición física aceptable. «Se nos pidió que llevásemos lo que pudiésemos. Agua, escobas, lo que fuese. Fue todo muy improvisado, tanto que a las once de la noche se canceló momentáneamente la convocatoria ante el aviso de que no se iba a poder circular por autovías. A los veinte minutos, se volvió a llamar a la gente», explica. A las siete de la mañana, ambos aparecieron allí para iniciar una jornada frustrante de idas y venidas en autobús y sin lograr siquiera alcanzar las zonas afectadas.

La solidaridad de la población desbordó desde primera hora el recinto valenciano, que recibió a Ana y Dimitri con una inmensa cola, en la que permanecerían durante dos horas largas. La intuición les dijo que llevasen mecheros, navajas, cinta adhesiva y otros productos que pudiesen ser útiles ante aquello que, imaginaron, podrían encontrarse. Otros llevaban comida y productos sanitarios, «pero poco, porque la idea era ir a trabajar», detalla. A quien no los llevase de casa, se le surtió de guantes y mascarillas.

«Allí, nos organizaron. Se preguntó si había sanitarios y decidieron, por algún motivo, que serían ellos los que liderasen los grupos. Fuimos distribuidos en grupos de cincuenta personas y a dos de los sanitarios les pusieron un chaleco como de capitanes de nuestra unidad. Crearon grupos de WhatsApp para coordinarnos y que pudiesen hablar con nosotros. Y nos repartieron en buses».

Fueron dos horas y media de espera en la cola a las que se sumaron otros cuarenta minutos dentro del autobús. «Esperando a que nos dijesen a dónde ir, porque nadie sabía qué hacer con nosotros», relata, así de crudo, Ana. El autobús finalmente se puso en marcha, aunque tardarían tres cuartos de hora en conocer a dónde. Sin que nadie supiese nada, aparecieron en Chiva.

Aunque quizás sería más preciso apuntar que llegaron «casi» a Chiva. El autobús se quedó a las puertas de la localidad y al pasaje lo recibió la policía, que tampoco estaba informada de qué hacer ni cómo aprovechar a ese grupo de gente. «Nos tuvieron una hora sentados y nos pidieron volver a los vehículos, que nos iban a repartir por diferentes urbanizaciones. Éramos un convoy de quince autobuses. Volvimos a subir y allí estuvimos una hora más, hasta que nos comunicaron que no podían movilizarse vehículos si no iban acompañados de la policía». El caos empezaba a ser evidente: «Primero nos dijeron que esperásemos, luego que nos bajásemos a una media hora andando del pueblo y, cuando estábamos caminando hacia la localidad, nos detuvieron, advirtiéndonos de que no nos iban a dejar pasar. Y que regresásemos», asegura Ana.

Dimitri, que es de Ribeira, con algunos de los enseres que portaban los voluntarios.
Dimitri, que es de Ribeira, con algunos de los enseres que portaban los voluntarios.

Llegados a este punto y con los ánimos caldeados, hubo quien aprovechó para comer. Otros, entre la confusión general, se acercarían al pueblo. Esto derivó en una nueva escena un tanto rocambolesca en la que los que obedecieron las órdenes tendrían que esperar por aquellos que sí acabaron por bajar a la localidad, porque el autobús tenía orden de no dejar a nadie atrás. «Yo no vi ni el pueblo. Y como yo, otros. Y éramos setecientos u ochocientos. Nos advirtieron que si queríamos quedarnos y no volver en autobús, sería bajo nuestra responsabilidad y debíamos notificarlo. Muchos se quedaron y tendrán que encontrar la forma en la que volver. Nosotros sí necesitábamos regresar», comenta. Y saca una conclusión: «En este momento está todo tan mal coordinado que, aunque resulte contradictorio con respecto a las recomendaciones que nos dio el Gobierno valenciano, parece que puedes ser más eficiente yendo por tu cuenta, autogestionándote».

Este domingo no podrán acudir a ayudar, algo que aumenta la frustración. La esperanza es que la experiencia sirva para mañana.

Marta Portela: «En la televisión no se ve lo que es estar ayudando a gente que lo ha perdido todo»

A Marta Portela, coruñesa que reside en la ciudad de Valencia, el peor momento de la dana le cogió ya en su domicilio. «Fue a raíz de las redes sociales y los telediarios que nos enteramos de lo que estaba pasando alrededor. Entonces no sabíamos cómo de grave era», recuerda. Ella, como señala, es una privilegiada, ya que se encuentra «en el centro de Valencia», por lo que tiene «todas las comodidades y mi familia está bien».

La coruñesa Marta Portela (segunda por la izquierda), después de trabajar como voluntaria en las calles de la ciudad de Valencia tras el paso de la dana.
La coruñesa Marta Portela (segunda por la izquierda), después de trabajar como voluntaria en las calles de la ciudad de Valencia tras el paso de la dana.

Por eso, desde el primer momento se organizó con sus amigas para ofrecer su ayuda. «Está siendo todo súper espontáneo», cuenta. «Ha sido un caos y un descontrol generalizado. El miércoles se comenzó a gestionar por grupos de WhatsApp, pero era tal volumen de gente que la plataforma no lo soportaba, así que se pasó a Telegram. Se creó un canal con una comunidad de voluntarios y ahí pasan enlaces a diferentes grupos según el pueblo al que pudieras ir a ayudar», explica. El viernes, su grupo cruzó el puente hacia Catarroja para «ayudar a quien lo necesitase». Los siguientes días acudieron a Picaña y a Paiporta para «ir a una casa a limpiar, quitar barro, mover muebles... Lo que sea necesario. Volvemos antes de que anochezca, porque es peligroso quedarte en esa zona sin luz. Hay saqueos y bastante nerviosismo, que es normal porque esta situación es inhumana», añade.

Después de días colaborando, destaca la movilización de la gente joven organizándose desde las redes sociales: «En la televisión no se ve ni una tercera parte de lo que supone verte ahí, llena de lodo hasta las rodillas, ayudando a gente que lo ha perdido todo. Se te rompe el alma al ver cómo es posible que estemos así». Entre los valencianos, la sensación general es de «rabia e impotencia. Sobre todo porque el foco se está poniendo en si es culpa de Sánchez, si es culpa de Mazón... Sinceramente, es muy tarde ya. Ahora el foco tiene que estar en ayudar, movilizar, dar recursos y gestionar la ayuda».