La guerra en Gaza dispara las opciones de la formación ecologista en un estado de tradición demócrata aunque en el 2016 se lo arrebató Trump
30 oct 2024 . Actualizado a las 10:36 h.Tres colores conforman el paisaje de Wisconsin: el verde de las praderas, hasta donde se extiende la vista, salpicado del rojo de los graneros, con sus vacas lecheras, y el azul de los lagos. Son también los tres colores políticos de estas elecciones, y esa es la novedad. En la campaña del 2016 Hillary Clinton ni siquiera visitó el estado, de sólida tradición demócrata en las presidenciales, que otorga diez electores. La ex primera dama se ha revuelto contra quienes la acusaron de perder los comicios por descuidar Míchigan, pero en su libro Lo que pasó admite que lo que realmente le sorprendió fue la derrota en Wisconsin. Clinton perdió este territorio por 22.748 votos en una cita en la que la candidata del Partido Verde, Jill Stein, recibió 31.072.
Con Wisconsin elegida este año sede de la convención nacional del Partido Republicano, y Stein ganando adeptos entre el 63 % de los estadounidenses que, según Gallup, no cree que ninguna de las dos formaciones tradicionales responda a sus necesidades, ya nadie se puede confiar. Sus habitantes están sometidos en las ondas a un continuo bombardeo de anuncios. Imposible poner la tele o un simple vídeo de YouTube sin encontrarse con Kamala Harris o Donald Trump, que en tres meses han visitado el estado en media docena de ocasiones cada uno, sin contar la gran cita de los conservadores, ni la docena de mítines de Tim Walz, vicepresidente de la demócrata y gobernador del vecino Minnesota.
Sin pretenderlo, la atención política de una campaña tan contenciosa se ha colado en la conciencia de sus tranquilos ciudadanos, conocidos en todo el país por su carácter amable y educado. Incluso en Milwaukee, el mayor núcleo urbano del estado, la velocidad de las grandes ciudades se ha detenido para dejar paso a la cortesía bonachona de esos pueblos en los que nadie parece tener prisa. Es octubre y el otoño ha cambiado ya el tono de las hojas en el Medio Oeste. Lo que todo el mundo se pregunta con inquietud es de qué color votará en Wisconsin, teñido de púrpura en las encuestas y marcado por la victoria de Trump en el 2016. ¿Será ese rojo una mancha permanente en su expediente o quedará como una anécdota en su historia azul? Hay otros tonalidades en la paleta.
Las guerras siempre tienen efectos colaterales. La de Gaza está trayendo un nuevo soplo de vida a una formación que nunca ha terminado de despegar en la política norteamericana: El Partido Verde. «Estamos viendo un aumento de socios y voluntarios», cuenta Justin Paglino, copresidente de la campaña de Jill Stein. «El genocidio de Gaza ha sido una línea roja para mucha gente, que ya no puede seguir apoyando al Partido Demócrata». Según Amnistía Internacional, entre el 2019 y el 2023 casi el 70 % del armamento que importó Israel procedía de EE.UU, un porcentaje que puede ser mayor desde el inicio de la campaña del 7 de octubre. «Yo hubiera esperado que un año después, esta masacre con armas americanas se hubiera vuelto intolerable para los estadounidenses, pero aquí estamos», reconoce. «Y no veo ningún indicio de que vaya a cambiar con Kamala Harris o Donald Trump».
Cansados del bipartidismo
Los jóvenes tampoco. Muchos están «asqueados con el viejo sistema de los dos partidos», que desde 1865 se han alternado el poder. Nadie se hace la ilusión de que Stein pueda ganar las elecciones, en las que las encuestas le adjudican el 1 %, pero Nosa Hampton, de 29 años, cree que hay que empezar a invertir en la formación para forjar una tercera opción fuerte en el futuro. «Estoy harta de que mi útero sea utilizado políticamente como una pelota de ping pong para meterme miedo», se rebela. «Si siempre votas por el menos malo de los dos, nunca tendrás otra opción».
Los vientos geopolíticos que vienen de Gaza han favorecido la tercera venida de Stein, que se autodeclara «judía antisionista». Tras desempolvar del armario su pañuelo palestino, ha elegido de pareja presidencial a un musulmán negro, el historiador Rudolph Butch Ware, quien dice haberse prestado al juego político para poder responder ante su creador el día del juicio final, cuando le pregunte qué ha hecho para defender a sus hermanos.
El matrimonio político de una mujer judía con un negro musulmán es la única opción presidencial que habla de redirigir la inversión militar de EE.UU. a las necesidades domésticas, reflejar la diversidad del país, y procesar a los inmigrantes de forma digna y eficaz.
Propuestas todas ellas «ingenuas» a ojos de Showy, un joven de 29 años hijo de inmigrantes chino, que ha asumido la doctrina trumpista con militancia hitleriana. «Si le das dinero a un pobre, ¿sabes lo que consigues? Que trabaje menos todavía», afirma. «El que es pobre es porque quiere. Que se ponga al volante de un Uber doce horas diarias y verás cómo se saca un sueldo», añade.
En la batalla para rentabilizar la desilusión política de los jóvenes hay una gran brecha de género. Trump ha sabido convertirse en el candidato antisistema de los hombres, mucho más conservadores que las mujeres de su edad, entre las que el 59 % votará para que Harris vele por sus derechos reproductivos, frente al 42 % de los machos de la generación Z, mucho más proclives a decir que el magnate tiene «el carácter» que se necesita para ser presidente, según una encuesta de la NBC.
Si por algo es conocida Milwaukee es por sus microcervecerías artesanales. Detrás de la barra de Eager Park, Jake Wayne se resiste a votar por la vicepresidenta, porque sus abuelos «viven de la caza y del huerto, no compran casi nada en el supermercado». «Si les quitan las armas, los hunden», advierte.
Admite que Harris nunca ha dicho que las vaya a confiscar, «pero en el fondo los demócratas siempre tienen eso en la cabeza cada vez que hay un tiroteo». Indeciso aún, su otra opción sería Robert Kennedy Jr., que ha luchado en los tribunales para que su nombre desaparezca de las papeletas, tras sumarse a la campaña de Trump, pero no lo ha logrado en Wisconsin, donde hace campaña pidiendo que nadie vote por él.
En el hogar de la cerveza Miller y las Harley Davidson, los jóvenes de entre 20 y 34 años suponen el 22 % de la población, y en la vecina Madison, el 27 %, por su gran presencia estudiantil. Los campus de la Universidad de Wisconsin en ambas ciudades fueron sede de protestas pacíficas contra la guerra de Gaza en mayo, y nada parece haber cambiado. Hay también unos 20.000 ciudadanos de origen palestino, sirio, libanés y otras nacionalidades árabes que el censo no distinguía hasta hace poco, por lo que están mal contadas.
Fondos públicos
Saed es uno de esos palestinos de Milwaukee que se abstendrá de votar. Los líderes árabes americanos intentan convencer a gente como él de que al menos apoyen al Partido Verde, para hacer una demostración de fuerza. Si la formación de Stein experimentase un repentino aumento de electores, se le atribuiría al voto de protesta por la Franja y evidenciaría su influencia.
El sueño de cualquier partido político minoritario en EE.UU. es llegar al 5 %, cifra en la que automáticamente recibirían fondos públicos y la nominación para las siguientes elecciones. Eso traería mayor cobertura mediática, más reconocimiento, influencia en el discurso político, más donantes y seguidores.
Con sus modestos medios, el Partido Verde no tiene capacidad para contratar sondeos propios, pero pocos se atreven a soñar con ese 5 %, porque al final la política del miedo a Trump funciona. Contactado por este periódico para una introspección política sobre su estado, el copresidente de la formación en Wisconsin, Michael White, tiene una confesión que hacer: él mismo votará por Harris. «Trump es demasiado peligroso», explica. En el resto de la papeleta apoyará a los candidatos de su grupo, porque así es cómo se «afecta el pensamiento y se generan las lealtades». Al final, toda la política es local, menos la que este año decidirá quién ocupa la Casa Blanca. El mundo contiene el aliento, y White lo sabe.