Ni por larpeira ni por maleducada: la historia detrás del «manotazo» que recibió la reina

Martín Bastos

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El Rey Felipe y la Reina Letizia a su salida de la Gala de entrega del 73 premio Planeta de Novela
El Rey Felipe y la Reina Letizia a su salida de la Gala de entrega del 73 premio Planeta de Novela Lorena Sopêna | EUROPAPRESS

El gesto se debió a que Letizia se saltó el protocolo, pero se sacó de contexto en las redes sociales

20 oct 2024 . Actualizado a las 11:19 h.

A Letizia Ortiz no le pudo la gula ni tampoco su supuesta mala educación, que ni está ni se la espera —más que aprendida la lección hace 21 años cuando, inocente ella, hizo callar a Felipe en público el mismísimo día del anuncio de su compromiso—. Si en la cena del premio Planeta la reina se saltó el protocolo, empuñando cuchillo de postre para trincharlo en la tarta, fue por puro fisgoneo, incapaz de contener la curiosidad. El gesto le costó un «manotazo» por parte del rey, un toque en el brazo que inmediatamente —como todo— se sacó de contexto en las redes sociales. «¿Qué hubiera pasado al revés, si fuese Felipe el receptor del guantazo?», clamaron los guardianes de la moral. «No consientas que pase dos veces», se atrevieron a aconsejar algunos vía Twitter, ahora X. Todo, claro, sin saber qué se cocía en esa mesa, qué hacían mientras tanto los demás comensales ni qué le dijo —antes y después— el rey.

Quienes allí estábamos, más cerca o más lejos, sabemos que aquel era ya un momento distendido de la noche, la panza llena —y empapada— y el fallo, pronunciado, y que lo que tanto llamó la atención de Letizia había despertado la curiosidad de medio Museu Nacional d’Art de Catalunya. El murmullo corría de mesa en mesa: ¿Será real este impresionante pastel? Como la reina, muchos fuimos incapaces de pensar antes de actuar y, antes de seguir las instrucciones de los señores de Planeta, que invitaron a los asistentes a soplar todas las velas a la vez —75 años cumplía la editorial—, hincamos cubierto en la cobertura de chocolate. Pecamos. Algunos nos llevamos el mismo rapapolvo del colega de asiento, pero resolvimos la duda: bajo el cacao, el cartón.