El frente interno libanés, el otro reto de Hezbolá
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El resentimiento hacia la milicia es cada vez mayor, en un país que intenta evitar a toda costa una nueva guerra civil
05 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En la reciente afluencia de análisis sobre el conflicto entre la milicia Hezbolá e Israel, pocos de ellos hacen mención alguna de la situación política interna del Líbano. A menudo, el tema se zanja con un simple «Hezbolá controla el Gobierno libanés», o recordando que la milicia chií es más poderosa que el Ejército libanés. Sin embargo, los equilibrios políticos internos en el Líbano son más complejos y pueden influir las decisiones de Hezbolá y el devenir del conflicto.
El Líbano es uno de los países más diversos culturalmente del mundo en relación a su población, de solo cinco millones de personas. Su Constitución reconoce hasta 17 confesiones religiosas diferentes, siendo las más numerosas la maronita cristiana, la musulmana suní y la chií. De hecho, la carta magna establece un sistema de cuotas sectarias, y reserva la presidencia del país a un maronita, el cargo de primer ministro a un suní, y la presidencia del Parlamento a un chií.
En el pasado, las tensiones sectarias desembocaron en una sangrienta guerra civil que se alargó 15 años (1975-1990). Aquel conflicto permanece muy presente en la psique del país, y tanto los líderes políticos como la sociedad quieren evitar a toda costa su repetición. Ello ha llevado a una búsqueda del consenso y una cierta contención en las acciones de los políticos que representan cada comunidad durante las últimas tres décadas. Por eso, las elecciones solo sirven para modificar el peso relativo de cada partido en la distribución de cargos en el Gobierno, pero todos los pesos pesados están representados.
Ahora bien, la influencia de Hezbolá en el Gobierno está sobredimensionada por el hecho de poseer la milicia más potente del país con diferencia, y eso ha creado desde hace tiempo un resentimiento entre las comunidades cristiana y suní. De hecho, a muchos les gustaría que Hezbolá se desarmara y convirtiera en un simple partido político, tal como establecía la resolución de la ONU 1701, que puso fin a la guerra entre Israel y Hezbolá. La milicia chií se ha negado de forma categórica a aplicar la resolución y, si el Ejército lo hubiera intentado, habría provocado una nueva guerra civil.
En su decisión de intervenir en el conflicto de Gaza en apoyo de Hamás, el líder recién asesinado de Hezbolá, Hasán Nasralá, no consultó a los otros partidos libaneses, algo que ha aumentado el resentimiento hacia la milicia chií. Los temores de muchos libaneses de que la solidaridad activa con los palestinos podría acarrear una brutal ofensiva de Israel contra el Líbano se han confirmado, y ahora están pidiendo que se aproveche la debilidad de Hezbolá tras los incapacitantes ataques contra la milicia para reforzar al Estado libanés y arrebatarle su privilegiada posición.
El nuevo líder de Hezbolá deberá incluir la situación interna del Líbano en sus cálculos a la hora de tomar sus decisiones respecto hasta dónde llevar el conflicto con Israel. Una escalada militar podría debilitar todavía más a la milicia y soliviantar a los libaneses, sobre todo cristianos y suníes, que consideran que Hezbolá está jugando de forma unilateral con la destrucción del Líbano.
Hasta ahora, los políticos libaneses no se habían atrevido a desafiar a Nasralá, que gozaba de un gran carisma y autoridad en el Líbano. Pero su sucesor difícilmente disfrutará de una posición parecida, y si intenta imponer por la vía de los hecho consumados algunas decisiones impopulares y temerarias, el conjunto del sistema sectario libanés podría rebelarse en su contra, algo inédito desde la creación con la ayuda de Irán hace 40 años de Hezbolá, considerado hasta hace algunas semanas el actor no estatal más poderoso del mundo.