López Obrador cederá el 1 de octubre sus bártulos a una semidesconocida Claudia Sheinbaum que heredará un país roto por la muerte y el narco y entretenido con polémicas estériles y fuera de contexto como la de llamar genocidas a los españoles descendientes de los que hace quinientos años llegaron al país norteamericano. Obrador no debería irse muy orgulloso de su trabajo. 191.000 compatriotas no le verán dejar el cargo por haber sido víctimas de asesinatos violentos en el último sexenio, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México. También se lo perderán las más de 5.000 víctimas de feminicidio en el mismo período, 418 en el primer semestre del año, según fuentes oficiales. López Obrador intentó tapar sus problemas atacando a sus antiguos aliados y callando ante vecinos poderosos como Trump, ante el que se arrodilló para aceptar la construcción del muro fronterizo en Texas. Lo peor es que, por criterios ideológicos, extremistas en España aplauden el agravio a Felipe VI. Los mismos, por cierto, que jalean a Maduro.
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